Cantar del pueblo Andaluz , que todas las primaveras
Anda pidiendo escaleras, para subir a la cruz…
Manuel Machado , La Saeta.
Con motivo de su onomástico o día de su santo, la escritora Guadalupe Loaeza escribió en una columna dedicada a su bello nombre: Guadalupe, exaltando las virtudes de su origen: la Virgen del Tepeyac.
De momento escuchamos nombres poco conocidos, pero de profunda identidad. En España son comunes: Almudena (La Patrona de Madrid), Isidro (su patrono), Monserrat (Virgen Catalana), Pilar, Altagracia, etcétera.
En Baja California Sur, Sinaloa y Sonora, la influencia de los misioneros es innegable: Loreto (patrona de las diócesis peninsulares de Baja California); sus primeros misioneros italianos, Salvatierra, Kino, trajeron la devoción de la patrona itálica: Nuestra Señora de Loreto. En la Baja Sur, muchas personas llevan nombres de misiones y misioneros: Juan Jacobo, Bruno, Ignacio, Francisco Xavier, Loreto, Gertrudis, etcétera.
Carlos Lazcano, quien a coordinado y realizado múltiples investigaciones sobre las misiones de Baja California, en especial de la Bahía o Ensenada de Todos los Santos (Ensenada), considera que la primer misión de la Baja California que en un tiempo perteneció a la Diócesis de Mexicali, luego a Tijuana y hoy a Ensenada: Santa Gertrudis La Magna, fue promovida, fundada y construida por el jesuita de Croacia, Fernando Consag, quien entregó su vida a partir de las misiones de San Ignacio en la parte central de las Bajas Californias, y de ahí fue enviado a evangelizar el norte de la península hacia mediados del Siglo XVIII. De san Ignacio partió para construir el pueblo misión de Santa Gertrudis, que originalmente llevaría el nombre de La Piedad. Un buen sitio para continuar hacia el entonces desconocido mar del Pacífico y de Cortez, entre realidades como el templado y rico Pacífico con sus montañas de San Pedro Mártir y sus valles de Guadalupe, de los Cirios; y el bautizado por oceanólogo francés Jacques Costeau como “Acuario del mundo”, el mar de Cortez con sus templadas y cálidas aguas, su vaquita marina, totoaba, camarón azul, y tantas riquezas.
La Corona española de Carlos V y Fernando VII e Isabel La Católica, con tantas guerras por pagar y gastar, habían determinado que “California” (las penínsulas) eran una empresa “inútil”. No creo que sigan pensando eso. Hoy el grupo Slim Carso, explota minas de oro abundante con otros minerales, y está comprando o ya compró las costas de San Felipe, y administra la autopista La Rumorosa-Tijuana, con muy buenos dividendos. Baja California no es una empresa inútil.
Han pasado más de trescientos años (1683), un 6 de octubre, cuando se inició la Evangelización y civilización de la península, entonces “La isla más grande del mundo”, cuando el capitán Atondo y Antillón y el jesuita trentino Eusebio Kino, arribaron por dos o tres años en las cercanías de La Paz-Loreto, fundando un presidio llamado San Bruno.
Después de que el padre Kino convenciera al visitador de misiones, Juan María Salvatierra a asumir como presidente de las misiones de la Baja California para socorrer a “sus pobres hijos” y continuar con su promoción humana y evangelización. En octubre de 1697, catorce años después de Kino, Salvatierra reiniciará la inculturación y conversión de los peninsulares guaycuras, pericúes, cochimíes. Hacia los 1730’s, el jesuita Fernando Consag se encargará de expandir el Reino de Dios y de Hispania, hacia el norte de la península.
Las misiones y los misioneros no se han detenido ni con la muerte de Kino o Salvatierra, o del gigante hondureño el jesuita Juan de Ugarte; ni con la muerte del croata Consag. Hoy las misiones siguen en pie; un tiempo atendidas por los jesuitas, franciscanos, dominicos; misioneros del Espíritu Santo, combonianos, y actualmente por los sacerdotes diocesanos; que en ocasiones no saben qué hacer gracias el espíritu y corazón tan grande que movía y mueve a los misioneros extraordinarios ante extraordinarias situaciones.
Generación tras generación, ahí están los nombres de la gente de cada región. Loreto, Bruno, Juan Jacobo, Eusebio, Juan María, Guadalupe, etcétera.
El eminente historiador Miguel León-Portilla, fallecido en 2019, como pocos ha destacado la belleza e importancia de la península Baja Californiana o como él la llama “La California Mexicana”, defendida ejemplarmente por Lázaro Cárdenas.
En Baja California Sur y Norte, como en lugares enigmáticos como Querétaro en su Sierra Gorda, tan cercana a las Californias, sigue de pie la filosofía ignaciana y cristiana que inspiró a hombres y mujeres de todo el mundo a sembrar el cristianismo en la California, donde, por cierto, sí hay perlas, abulón, langosta, camarón, infinidad de alimentos qué sembrar y comer: mangos, dátiles, uva, aguacate. Con aguas templadas y aguas frías.
Una península llena de fe, vigente desde que el jesuita Padre Kino -como dice Carlos Lazcano sobre el jesuita croata Fernando Consag-, viera en los indígenas hombres e hijos de Dios, como nosotros.
Actualmente, las misiones no son meros edificios históricos por rescatar; los obispos de las Californias, sus laicos y sacerdotes, mantienen no sólo los edificios como un legado, sino como centros vivos de evangelización y encuentro humano y cultural.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali. Correo: saeta87@gmail.com