“Dirán que pasó de moda la locura
Dirán que la gente es mala y no merece
Mas, yo partiré soñando travesuras
Acaso multiplicar panes y peces”. Silvio Rodríguez, El necio.
El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, siempre tiene otros datos. Los suyos. No importa que los presentados para contrastar, sean obtenidos de las vías oficiales de comunicación (las suyas), el presidente siempre se las arregla para interpretarlos, y demostrar que todos, excepto él, están en lo incorrecto.
Esta semana en dos ocasiones se refirió en sus conferencias matutinas al tema del que menos habla, el de la inseguridad. Primero cuando el periodista Jorge Ramos le increpó sobre las cifras en aumento, de homicidios dolosos, y después cuando le preguntaron sobre lo que sucede en Michoacán, particularmente en Aguililla, en el Aguaje, la violencia imparable producto de una insana narco-guerra entre el cártel Jalisco Nueva Generación y Cárteles Unidos.
En las dos ocasiones defendió aquella ocurrencia de campaña, dada a conocer en el segundo debate entre los candidatos a la presidencia de la República, en mayo de 2018, cuando después de pelearse verbalmente, más que debatir, entre López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade; Jaime Rodríguez El Bronco, le sugiere a López Obrador que le de un abrazo al priísta, y el hoy presidente responde con la frase que ha llevado de la guasa político electoral, a la estrategia por la seguridad, “abrazos, no balazos”.
Efectivamente, el presidente, en la necedad que le caracteriza, ha erigido en política pública aquella frase, de abrazos, no balazos, para justificar su inacción para combatir al crimen organizado, y su incapacidad para, como también lo prometió siendo candidato y ya presidente, disminuir el número de homicidios violentos y pacificar al país.
Con la premisa de abrazos, no balazos, ordenó la liberación de Ovidio Guzmán en octubre de 2019, cuando el hijo de Joaquín Guzmán Loera ya había sido detenido, sin un solo balazo en el operativo, por la entonces vigente Policía Federal. Con esa misma justificación, de abrazos, no balazos, ni la secretaría de seguridad que revivió en su gobierno solo para desmantelarla por su cuenta, ni la fiscalía general de la República, han definido una estrategia de combate al narcotráfico. Ni están investigando a los capos de los cárteles para detenerlos, como tampoco están organizando operativos para aprehender a los asesinados del narcotráfico, a los trasegadores de droga, a los narco-menudistas, o a los financieros que sostienen poderosas estructuras criminales.
Lo cierto es que los homicidios violentos, producto del narcotráfico, van al alza. Disminuyen en algunas ciudades e incrementan en otras, lo cual le sirve a la autoridad para hablar de una “contención”, al finalizar la cuenta, hay más homicidios ahora que en los sexenios anteriores, y esto se debe a que no hay una estrategia para contener al crimen organizado. Puede haber esfuerzos en los estados, pero no en el gobierno federal. A propósito de lo que sucede en Michoacán, balaceras, cierre de carreteras, corte de servicios, y un impresionante despliegue de las fuerzas criminales, al tiempo que se repliega la autoridad federal, el presidente Andrés Manuel López Obrador, dijo el martes 6 de julio en su conferencia diaria, a pregunta expresa:
“Primero, haciendo un llamado a toda la población de Aguililla, y de toda esa región de Michoacán, a la gente, este, a los campesinos, a los productores, a los comerciantes, a religiosos, a todos, a que, este, se ayuden a conseguir la paz, que no se tome el camino de la violencia, de la confrontación, que hagamos a un lado el odio, el rencor, que llevemos a la práctica el principio del amor al prójimo, que no nos hagamos daño, no a la violencia, sí a la paz, al dialogo, y que no se dejen manipular por grupos delictivos que tienen otros propósitos, que aunque aparentan ser muy buenos, y les reparten despensas y les ayudan, solo los están utilizando, y que nosotros estamos en la mejor disposición de ayudarlos a toda la población, pero que no opten, que no decidan, por querer resolver las cosas, con violencia, se los pide el presidente de México, conozco el Aguaje, conozco Aguililla, conozco toda esa región, y conozco al pueblo de Michoacán, y es un pueblo bueno, un pueblo trabajador, entonces que no se dejen llevar, que no los enganchen, porque hay dos o tres grupos, entonces, quieren apoderarse de territorios, y provocar confrontación y pérdida de vidas humanas, y nosotros no queremos eso, no queremos que nadie pierda la vida, y a todos, no quiero que pierdan la vida quienes están en las bandas delictivas, no quiero que pierda la vida nadie, no estoy de acuerdo con la vía violenta, soy pacifista, aunque se burlen, porque tengo una razón, de fondo, aunque se burlen, voy a seguir diciendo, abrazos, no balazos”.
Así, una vez más, López Obrador reduce la solución a un terrible problema de inseguridad y narcotráfico que aqueja al País, a la retórica de abrazos, no balazos. Y no ofrece la atención de las Fuerzas Armadas, o el envío de tropas de la Guardia Nacional, ni solicita a la FGE que intervenga para investigar y judicializar a los responsables de la violencia. No, lo que el presidente hace es hacer un llamado a la no violencia, a la paz, que no opten por la violencia, porque “se los pide el presidente de la República”, refiriéndose a sí mismo como una mesiánica tercera persona.
Los habitantes de Aguililla y pueblos aledaños están siendo desplazados por la inseguridad y la violencia, los muertos en las carreteras, las amenazas a sus hijos y hermanos, por parte de uno y otro cártel, que, con impunidad porque no son perseguidos, han tomado vialidades, ranchos, casas, campos. Acá por Baja California, han transitado unos cinco mil michoacanos que salieron de sus pueblos, en meses recientes, porque ya no toleraron tanta violencia e inseguridad, su vida y la de los suyos, estaba en peligro. No hace muchas semanas, una familia de catorce michoacanos, a la madre le habían matado a tres hijos, y baleados a otros, incluidos menores de edad, pasaron por un albergue de Tijuana, antes de ser auxiliados por abogados pro bono, quienes les apoyaron para lograr el asilo en los Estados Unidos, donde hoy residen. Y más adelante, enviarán remesas para que las presuma el presidente como un logro de su administración, sin considerar que es así, por el éxodo que la inseguridad provocada por los cárteles, hace a muchos mexicanos abandonar con dolor, sus hogares, en busca de una vida mejor, fuera de este país.
Pero parece que no habrá nada que pueda hacer cambiar al presidente de la República de posición. Que su ocurrencia de campaña de abrazos, no balazos, es ahora una política pública, que impera por sobre estrategias de seguridad, para, sin el uso de la violencia, sino con inteligencia y estrategia, desactivar a los criminales organizados, detener a los asesinos. Porque ejercer el Estado de Derecho, proveer de seguridad al pueblo, persiguiendo a los criminales, no es sinónimo de balazos. Esa sería la salida fácil. La difícil, la profunda, requiere de inteligencia y trabajo coordinado de investigación, operación y administración de la justicia. Escenarios que en esta administración no se están viendo.
El presidente ya está aferrado a no dar un paso atrás a su máxima. Es la necedad más absoluta que el mandatario incluso presume como una virtud, aquella que bien retrató la señora Beatriz Gutiérrez Muller de López Obrador (así firmó en un viaje por Francia), cuando ya siendo Andrés Manuel López Obrador, presidente de la República electo, le dedicó aquella canción de Silvio Rodríguez titulada, precisamente, “El necio”. Se la cantó la señora a López Obrador en un estudio de grabación, donde fueron filmados.
“El necio”, dijo el trovador cubano en alguna ocasión, la escribió a inicios de los noventa, cuando cayó la Unión Soviética, y en Cuba flaqueaba su sistema socialista. El necio, para Silvio Rodríguez, era Fidel Castro, y era él mismo, que se aferraba a continuar viviendo, en un contexto que, entonces, no sabía si tenía futuro. Ahora sabemos cómo terminó esa historia.
Y mientras el México de las masacres, el de los balazos en vez de abrazos, va dejando ciudades desiertas, caminos de sangre, familias destruidas, huérfanos por la impunidad y miles de tumbas sin sosiego condenadas al olvido de la 4T fincada en otros datos que el presidente dice tener, pero que, nunca revela.