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martes, octubre 1, 2024
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La tournée de Dios (Primera parte)

“Creemos que dios es parejo a nosotros. Los indulgentes lo

anuncian indulgente; los rencorosos lo predican terrible”.

-Joseph Joubert

 

Este es el título de la cuarta novela escrita por Enrique Jardiel Poncela, y fue publicada en 1932, después de haber escrito Amor se escribe sin H, ¡Espérame en Siberia, vida mía!, y Pero… ¿Hubo alguna vez once mil vírgenes? Para la mayor parte de sus críticos fue su novela más ambiciosa y “trascendente”, desde mi punto de vista la mejor e, indiscutiblemente, la más polémica.

Esta novela fue censurada tanto por La República como por el Régimen Franquista, que la consideró como blasfema; personalmente, la recomendaría para todo el mundo y en especial a aquellos por quienes la religión o su fe es algo tan sagrado, que no admiten réplica, ni son capaces de reflexionar sobre aquello en lo que creen creer.

La novela empieza con una dedicatoria singular: “A Dios que me es muy simpático”. En el prólogo de esta novela Jardiel explica que no es un libro antirreligioso, sino que en todo caso es un libro que va contra la humanidad, la cual, por otra parte, está como una cabra.

El libro empieza con la noticia de que Dios ha hablado varias noches con el Papa, mientras aquél duerme; y no solo eso, le ha advertido que vendrá a la tierra de visita. Aquí intervienen dos personajes particulares: Federico, que era uno de los periodistas españoles más singulares, y Perico Espasa, un gran novelista de España.

Jardiel trabajó como periodista y nos da varias definiciones de lo que para él es un periódico: “vampiro de la inteligencia”, “calabozo bien iluminado”, “palanca de la edad moderna”, “multicopista del pensamiento”, “trampolín de la gloria”, “espuela de las actividades ajenas”, “tractor de las vanidades”, “resorte de las muchedumbres”, “opinión de las que no la tienen”, “desesperación del gramático”, “apóstol de la mentira”, “palacio de la errata”, dentro de otras.

El amor es un puente que sirve para pasar del onanismo al embarazo. La humanidad entera vibra de emoción, alegría y esperanza con la llegada de Dios a la tierra. El advenimiento podría haber sido en cualquier parte del globo, pero acaba siendo en Madrid, en el cerro de Los Ángeles. ¿Pero por qué?, porque España era el pueblo que más había trabajado y sufrido por la expansión de la idea de Dios.

Razones sobraban: las luchas contra todos los pueblos de oriente; el golpe de gracia a Cártamo; las batallas contra el imperio de los césares; la expulsión de árabes y moriscos; la conquista y colonización de América. Sí que España tenía méritos.

Dios ya ha fijado entonces el lugar y la fecha. Se han destinado más de 65,000 guardianes a fin de preservar la integridad física del Hacedor, pero el Papa no había advertido al mundo que Dios le había comentado que vendría como cualquier mortal, desprovisto de gracias, poderes o facultades; quería conocer el mundo moderno y saber por qué los hombres y las naciones reñían tanto, porqué había tanta infelicidad y desfortunios.

Dios llega y da un mensaje estéril que deja desilusionado al mundo; dilapida su tiempo en carrera de galgos, viendo museos, sin hacer nada propio de una divinidad. Entre los creyentes empieza el desánimo, la indiferencia, al constatar que las cosas no son como la gente se las imaginaba…

 

Benigno Licea González es Doctor en Derecho Constitucional y Derecho Penal. Fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa”, A. C. 

Correo: liceagb@yahoo.com.mx

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