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viernes, febrero 16, 2024
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El miedo

Hace tres años entrevisté a don Alberto Limón Valerio. Era presidente de la Cámara Nacional de Comercio en Tijuana. Empezamos hablando sobre su tarea. El harto difícil movimiento empresarial fronterizo. Y ese trato siempre tan indiferente, recibido por los gobernícolas defeños. De repente me estremeció presentándome datos increíbles por escrito; ilustrados además con resultados de encuestas muy creíbles. Comerciantes asaltados hasta cuatro veces en poco tiempo. Algunos heridos.

Otros prefirieron traspasar su negocio. Y no podía creerlo: Propietarios de empresas importantes decidieron abandonar Tijuana. La mayoría se cambiaron a Estados Unidos. Cerca de la frontera. Para no estar tan lejos de sus negocios y amigos. Naturalmente no pedí ni me dio nombres. Pero sí fui enterado de cómo habían sufrido secuestros.


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Obligados a pagar grandes rescates. Las parentelas sufrieron mucho. Después de lograr el reencuentro con su familiar/víctima, fueron amenazados. Los matarían si contaban hasta en susurro a policías o amigos. Me imagino su frase: “Si hacen eso vendremos a matarlos o secuestramos a su hijito”. Don Alberto Limón Valerio se dolió doblemente con esa tragedia: Primero por el daño causado a sus asociados. Segundo y lo más grave: La indiferencia oficial. Los policías no actuaban para protegerlos ni perseguir a los culpables. Muchas veces nada hacían y otras simulaban hacer algo.

“¿Cómo es posible que un mismo comerciante haya sido asaltado hasta cuatro veces en poco tiempo y ni siquiera sepan quién es o quiénes son?”. No me lo dijo, pero sí sentí un “al gobierno les importa muy poco”. Se quejó de la pachorra en el Ministerio Público. Me contó del papeleo aburrido. La pérdida de tiempo. Y todo para nada. Contó desilusionado sobre el sucio proceder de los policías ministeriales encargados para investigar. Iban con los comerciantes asaltados o con parientes secuestrados a pedirles “…lo que Usted quiera para la gasolina” o “una ayudita porque ni siquiera hemos ido a comer”. Desvergonzados.

Don Alberto fue insistente. Defendió a sus asociados a cada rato. Públicamente demostró los atracos. Entonces el Procurador de Justicia del Estado tuvo la ocurrencia: Instalar una agencia del Ministerio Público en el edificio de la Cámara de Comercio. Así no dilatarían los denunciantes. Sus quejas se atenderían rápido. Pero la verdad, salió junto con pegado.


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Había rapidez para anotar las quejas, pero lentitud en la investigación. A veces ni siquiera los tomaban en cuenta. Entonces vino un infortunio mayor. Se supo cómo los mismos policías eran quienes plagiaban y asaltaban. A pesar de las denuncias periodísticas, el gobierno estatal se hizo como que no las oía. Pero llegó hasta lo inaguantable: Los agentes fueron capturados. Tenían casas de seguridad. Armamento mejor comparado con las corporaciones. Carros último modelo. Todos robados. Y lo más importante: Información fresquecita de la Procuraduría. Jugaban al mismo tiempo como gato y ratón. Así la Agencia del Ministerio Público sirvió para nada. Fue cuando los comerciantes atosigaron al Procurador General de Justicia. Le reclamaron acción. Y el señor contestó con “vamos a reunirnos para ponernos todos de acuerdo”.

Don Alberto Limón Valerio terminó su gestión como presidente de la Cámara de Comercio. Le siguió don Jaime Valdovinos. A este caballero le fue peor. Le aturdieron primero con los famosos secuestros “express”. Luego las amenazas telefónicas. Siguieron plagios y más plagios a empresarios y familiares. Continuaron los robos. Y así.

Nunca un presidente de los comerciantes denunció tantas ocasiones la incapacidad policíaca. A ésa se sumó el torpe capricho del ignorante alcalde Jorge Hank Rhon: no coordinar la policía municipal con la estatal. Así les abrieron las puertas de par en par a los delincuentes. Aumentó el número de policías secuestradores. La gran mayoría enquistados en el Ayuntamiento, encabezado por el júnior del profesor. Aparte agregó la inutilidad de un llamado jefe policiaco que impuso Hank Rhon (nada más por ser del Estado de México:  El Licenciado Ernesto Santillana. Nadie nunca tan incapaz para esto. Mentiroso, aparte. Siempre diciendo “estamos avanzando mucho en el combate a la delincuencia”. La realidad era otra: Siempre en aumento. Por eso los policías malandrines a veces ni escondite necesitaban. Les bastó la Comandancia y el amparo de su jefe.

Recién rindió su informe don Jaime Valdovinos en la Cámara Nacional de Comercio. Fue cuando detalló que por lo menos 250 familias de empresarios decidieron irse a vivir en Estados Unidos. Los tiene contabilizados oficialmente. Se fueron porque le temen a la inseguridad en Tijuana. Han sido víctimas más del secuestro. El robo era antes a los pequeños comerciantes. Ahora los malandrines asaltan joyerías y casas de cambio. La inseguridad para los comerciantes aumenta. Sus familias peligran. Crece la complicidad policíaca.

No es posible: desde hace tres, cuatro, cinco años sucede lo mismo, y si no hay solución, menos un remedio. La policía jamás interviene por alcahueta. Siempre llega tarde. Y muchos de los agentes son cómplices. El Procurador no tiene forma de respuesta a la delincuencia porque está demostrada su incapacidad. Y el gobernador no remedia la situación por mantener en el puesto al Procurador. Es el cuento de nunca acabar. Se la lleva convocando a juntas. Organizando foros. “Para ponernos de acuerdo”. Tan solo el actual presidente de la Cámara de Comercio asistió a 50. Pura perdedera de tiempo.

Cuando el señor Valdovinos habla de 250 familias se refiere únicamente a las de sus asociados. Esto significa un número más elevado. Personas ajenas a la Cámara de Comercio han sufrido lo mismo y también siguieron igual camino o el regreso al interior del país. Recientemente los secuestradores cambiaron su maldita costumbre: Plagian a los familiares para poder negociar con el jefe de la familia. Así encuentran respuesta inmediata y efectiva. Por lo menos en los últimos meses se pagaron los rescates y regresaron con vida las víctimas.

No es como antes. Se dirigían hacia el hombre principal de la parentela. Entonces chocaban con dificultad en las negociaciones. Ni la esposa ni los hijos tenían autorización para retirar dinero del banco. Se veían obligadas a vender barato sus autos y otras cosas valiosas para reunir la cantidad reclamada. A veces no alcanzaban. Por eso los secuestradores mataban al plagiado. Un recorrido por los fraccionamientos de las clases pudiente y las zonas tradicionales de Tijuana muestra triste espectáculo: Muchas casas con el letrero “Se vende”. Apenas el martes en una sola cuadra conté cuatro. Todas de familias que huyeron empujadas por la tragedia.

Es cierto: Se han capturado algunas bandas. Pero muchos son pela-gatos. Ignorantes metidos al delito, precisamente por lo fácil que se los pone la policía. Se ha popularizado tanto el delito que hasta los jóvenes se autosecuestran. Naturalmente los descubren por torpes. Pero hay otros grupos más organizados y son precisamente capitaneados por agentes o plagiarios profesionales… Pero no es el fin de los males. El secuestro sigue silencioso y maldito. Recientemente vinieron a Tijuana cientos de policías federales preventivos. Se presumió que detuvieron a 11 mil personas. Exageraron. No caben ni en todas las prisiones de Baja California. Fueron puros raterillos. Algunos poquiteros del narco. Otros con órdenes de aprehensión pendientes. Pero secuestradores importantes y capos… casi nada. Se cacareó mucho la detención de cierto grupo. Pero, como quien dice, “una golondrina no hace verano”.

 

Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas,

publicado por primera vez en marzo de 2006.

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Autor(a)

Jesús Blancornelas
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Jesús Blancornelas Jesús Blancornelas JesusBlancornelas 15 jesus@zeta.com
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