Este lunes recibí una carta. El cartero, un hombre de mediana edad, moreno, sencillo, franco y abierto, oriundo de la Ciudad de México, avecindado hace 40 años en esta frontera, sonriente llegó en una motocicleta nueva Itálica; no del servicio postal, sino suya, y al entregar una carta le pregunté de su noble oficio, porque la dicha de recibir una carta es enorme.
Hoy es singular que llegue el servicio postal mexicano a las colonias. Ya fueron sustituidos por las privatizaciones de ese servicio, por decenas de empresas privadas que cobran lo que quieren por sus servicios que desaparecieron los timbres, y prácticamente el correo oficial. Poca falta para que el estatus de enfermo se convierta en un inanimado servicio postal mexicano (SPM). Las empresas privadas, transnacionales, no llegan a pie ni a la clásica bicicleta, menos en moto. Se mueven en unidades Mercedes Benz de modelo reciente, con equipos sofisticados para el control de las entregas de paquetería y correspondencia.
La conversación, por la premura del tiempo, fue breve: preguntas de curiosidad, de interés por saber qué pasa con el servicio postal mexicano, por qué está casi desvanecido y desaparecido del mapa de los servicios gubernamentales. Y vinieron las respuestas sin cortapisas. En Tijuana debería haber al menos 200 trabajadores postales para atender los servicios en el casco urbano, pero en realidad hay solo 70 empleados.
Las tareas que hacían antes de separación de correspondencia por colonias o código postal, por bajas de personal, hoy las efectúan los mismos repartidores. Los sueldos son de menos de 4 mil pesos quincenales. Las austeras y sencillas motocicletas que se usan para repartir, son compradas con gran esfuerzo por los propios trabajadores; su inversión al contado es del orden de los 20 mil pesos por una moto nueva sencilla. La pagan gestionando créditos con familiares, amigos, y su horario laboral es de 7 de la mañana a las 3 de la tarde.
Con este horario de “burócrata”, les queda tiempo y un respiro para complementar sus ingresos con otro salario. Con la motocicleta ha encontrado refugios económicos, al magro ingreso en repartir alimentos por las tardes noches, ahí ganan significativamente más que en el oficio de cartero.
En un día de media jornada te puedes ganar 700 pesos por la tarde, sirviendo las entregas de una red de restaurantes. Eso les permite sobrevivir en una ciudad dolarizada tan cara, como son las fronteras con Norteamérica, con los costos de vida más altos del país por la dolarización. Pero se juegan la vida y su salud en estos servicios especiales; carecen de seguro social, ningún respaldo por accidentes, menos seguro de vida. No hay para las reparaciones y mantenimiento de la moto. También carecen de prestaciones y vacaciones, solo la comisión por entregas.
Abandonados como muchos trabajadores… ¿en estas condiciones de desventaja que los mantiene sirviendo al servicio postal mexicano? El lejano sueño de la jubilación o pensión, el amparo en relativa salud a la familia de los servicios médicos y prestaciones regulares de un trabajador del Estado.
¿Y el gremio organizado? Los líderes sindicales están menos que desaparecidos, solo pintados. Se aparecen cuando nos piden apoyos o cuotas, pero no nos defienden de la desaparición de plazas; de vez en cuando vienen a visitarnos a marearnos con promesas, a pastorear, pues el sindicato (y sus líderes charros, en concreto) no sirve para maldita sea la cosa.
Han desaparecido las oficinas que se tenían en los módulos de Otay, han desaparecido los servicios de Apartados postales de las colonias populares, misma que estuvo en dos ubicaciones en la colonia postal. Han desaparecido decenas de plazas, que no fueron sustituidas. Es más, afirma, se corre el rumor de desaparecer este servicio, cuya función viene de siglos.
Este año no les han dado ni para los uniformes, me dice, enseñándome un desgastado pantalón azul marino y unas viejas botas polvorientas. Lo más triste de la decadencia de Correos de México, es que hay muchas colonias que están “hundidas”; esto quiere decir que la correspondencia no llega a los domicilios porque no hay suficientes trabajadores carteros, medios de transporte o recurso alguno para entregar la correspondencia. En la colonia El Niño, la 10 de mayo y muchas otras, no dan servicio por las deficiencias postales de esta institución en esta ciudad o por condiciones de inseguridad de los compañeros.
Llegaron, sí, pero no están seguros de salir sanos y salvos de los hoyos rojos de una desorbitada Tijuana.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com