Estamos al revés. En Estados Unidos, tienen mucho miedo que les caiga un terrorista árabe desde México. Y de este lado ni nos mortificamos. Por eso, los gringos alegan y están amachados a las revisiones para entrar a su país. Revisan y revisan en las garitas. Hasta parece encantarles hacer sufrir a peatones y automovilistas. Como que no pueden vivir sin verlos haciendo larguísimas “colas”.
En mi oficina de Tijuana, sólo sintonizo el canal con cámaras fijas en las zonas de espera para cruzar la frontera. De repente veo que hay nada más cuatro o cinco vehículos en fila. Pero menos de cinco minutos después, son cientos. Los fines de semana sintonizo en mi casa y a medianoche. La “cola” es enorme. De pronto, casi nada, y otra vez larga.
Recuerdo los años setenta. En Washington, se les ocurrió la famosa “Operación Intercepción”. Esculcaban a cuanto automovilista pasaba a Estados Unidos. Fue cuando los oficiales empezaron a usar aquellos famosos espejos, pegados al final de un bastón parecido a los de golf. Así, el aduanal o migrante no se agachaba para ver la parte baja de cada vehículo. Entonces residía en Mexicali y a los pobladores nos cayó mal tanta desconfianza. Casi casi éramos todos conocidos, sin importar alambrada fronteriza de por medio.
Para pronto, se rebelaron los comerciantes de Calexico. La ruina y no los compradores llegó hasta sus negocios. La Voz de la Frontera editorializó, justificando el derecho de cualquier país para revisar sus fronteras, pero descalificó la forma. A todos nos veían cara de narcotraficantes. Y se resaltó cómo los mafiosos estaban en lugares conocidos por los policías de Estados Unidos y México. Igual que ahora.
Los comerciantes de Calexico se encorajinaron cuando se justificó parcialmente la decisión norteamericana. Retiraron la publicidad de La Voz de la Frontera. Era el periódico líder. Entonces, El Mexicano aprovechó para ofrecerla barata y colorida. Inmediatamente fue aceptada. Pero resultó “más caro el caldo que las albóndigas”. Su circulación en Mexicali era tan o más bajísima como ahora. Aparte, los ejemplares llegaban tarde desde Tijuana. Por eso no les dio resultado a los empresarios. Así regresaron a La Voz de la Frontera. Casi al mismo tiempo el Gobierno disminuyó la famosa “Operación Intercepción”.
Antes, los periódicos mexicalenses y tijuanenses estaban atiborrados de publicidad estadounidense. Hasta instalaron oficinas al otro lado. Por eso los viernes se editaban “más gordos”. Ese día se publicaban baratas y cupones. Precisamente antes de la acostumbrada “raya” mexicana, treta para engatusar al cliente.
Luego el comerciante californiano se empezó a dar cuenta: Los diarios no circulaban tanto como decían. Les retiraron la publicidad. Empezaron a imprimirla ellos. Y en sobres azules de plástico fue repartida a muchas residencias tijuanenses. De pronto desaparecieron los envíos, antes o después del famoso 11 de septiembre. Seguramente cuando vieron las “colas” más largas. Y comprobaron: Con espera o sin espera, los mexicanos de todos modos van a tiendas y supermercados. Prácticos al fin, simplemente decidieron cancelar su publicidad. Ahora me consta: Con todo y tan largas filas, sobran quienes compran más que cuando el paso era rápido. Parodiando a Juan Gabriel: “Es más fuerte la costumbre que el amor”.
También a mediados de los años ochenta, la pasamos mal. Mataron al policía antidrogas estadounidense, Enrique Camarena. Estaba comisionado en Guadalajara. Y eso fue motivo para que los estadounidenses nos vieran cara de sospechosos. Cuando pasábamos la frontera, buscaban por todos lados. Nada más faltaba revisar la suela de los zapatos para comprobar que no éramos asesinos. Fue una revisión odiosa. Afortunadamente, temporal.
Ahora no. Siguen enormes filas desde cuando fueron derrumbadas las Torres Gemelas de Nueva York. Todavía los estadounidenses tienen miedo a los terroristas. Creen que a lo mejor se les cuela alguno o varios desde la frontera con México. Por eso siguen declarándolo a periodistas. De este lado, ni estremece la escala de las famosas alarmas amarillas o anaranjadas.
Recuerdo que luego de tronar la guerra en Irak, los bajacalifornianos llenaron el estadio Qualcomm de San Diego. Fueron a ver la Selección Mexicana de Futbol. No le tuvieron miedo a tan mentados misiles ni gases venenosos. Pero como negocios son negocios, ese día los norteamericanos permitieron el rápido el paso. No hubo ni un sospechoso.
Estados Unidos insiste saber quién entra y sale de su territorio. Acá no. En Tijuana vemos cómo vienen y van los gringos. Sin tanta molestia, como al mexicano le causan los oficiales fronterizos. El Presidente Bush sigue teniéndole reconcomia a Fox. Le ardió no ser apoyado con lo de Irak. Según la Casa Blanca, el pecado salió de Los Pinos. Pero la penitencia es para los mexicanos. Y se paga con el latoso paso lento para cruzar la frontera. De nada sirven tantas y tantas declaraciones de nuestros gobernantes. Que “ahora sí funcionará la frontera inteligente”. Que “en un plan de buen entendimiento, promovemos medidas para un paso rápido”. Pura palabrería y una realidad. Dos presidentes enfrentados y sus gobernados en cordialidad. Mexicanos van a Estados Unidos con todo y molestias. Estadounidenses vienen sin problemas.
Toco madera al imaginarme si un terrorista extranjero pasa a Estados Unidos desde México. Viviríamos peores consecuencias.
No existe una verdadera vigilancia en nuestro territorio. Lo mismo aparecen brasileños en un hotel, iraníes bajando del avión desde México o asiáticos desembarcando al sur de Ensenada.
De todo. Pero no es una novedad, simplemente costumbre. Llegan hasta Baja California no por la inteligencia de sus guías, sino gracias a funcionarios mexicanos sobornados. Sobran los hoteles donde, temporalmente, extranjeros esperan el momento para cruzar la frontera. Y eso lo saben nuestros policías todos. Federales, estatales y municipales.
Deberíamos tratar a los extranjeros como los norteamericanos a nosotros. Cuando vamos a viajar a Disneylandia, Los Angeles, Nueva York o cualquier ciudad, nos preguntan cuánto dinero llevamos, a qué vamos. Si viajamos en avión, exigen mostrar el boleto de regreso. A veces hasta la reservación de hotel. Y extienden un permiso por escrito. Lo debemos entregar cuando abandonemos Estados Unidos. Así llevan el control.
Pero en México no pasa eso. Los brasileños, iraníes, centroamericanos y sudamericanos, llegaron en avión o autobús al Distrito Federal. Seguramente se treparon a un jet para viajar hasta Tijuana. Cuando salieron, debieron pagar mordida para poder transportarse sin problemas. No hay quien les exija el boleto de regreso o les pregunte cuántos días estarán en cual ciudad, ni la cantidad de dinero que gastarán o el hotel a donde llegarán. Tampoco les extienden un permiso que deben entregar a Migración cuando termine el plazo. De plano, cero control.
Sinceramente, hemos tenido mucha suerte. No se ha colado un terrorista que destruya edificios o mate norteamericanos. Pero el peligro sigue mientras exista la corrupción.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas,
publicado por primera vez en junio de 2003.