Dios nos sigue concediendo continuar este 2021. Sigámoslo, tanto con ánimo como con prudencia, que el bicho chino COVID-19 seguirá meses más con mutaciones; redoblemos guardar distancias y usar bozal (cubrebocas).
En nuestra historia patria, este año en el mes de febrero se cumplieron dos siglos de que el 10 de febrero de 1821, el comandante de las fuerzas reales del ejército del sur, coronel Agustín de Iturbide, convocó y se reunió en el poblado de Acatempan (hoy día en el municipio de Teloloapan, al norte del estado de Guerrero), con Vicente Guerrero, jefe al mando de fuerzas rebeldes en esa zona, para proponerle que dejaran de pelear, y mejor unirse para independizar al país: la entonces aún inmensa colonia, igual de grande y rica que los Estados Unidos, llamada la Nueva España.
En consecuencia, el 24 del mismo mes y año, se proclamó el Plan de Iguala, como programa político de 24 puntos, declarando la Independencia, proponiendo un régimen constitucional moderado, monárquico, bajo una junta gubernativa, llamando a la unidad de todos los habitantes; enviando copia del documento a la capital de la colonia en la Ciudad de México, para -por igual- convidar al entonces virrey Juan Ruiz de Apocada y al obispo Don Pedro de Fonte. Don Agustín tenía prestigio como comandante entre los leales al rey Don Fernando VII, mientras Guerrero lo era por el lado de los rebeldes. Y en semanas se les fueron sumando de ambos bandos al ya llamado Ejército Trigarante -por el lema “Dios, patria y libertad”- y los tres colores: el verde, blanco y colorado.
Molestos los realistas, el 5 de julio de ese año, por un motín sustituyeron al virrey Apocada por Francisco Novella. Posteriormente fue enviado desde España para ocupar la titularidad Juan O’Donojú, quien arribó a Veracruz el 3 de agosto; apercibido de la creciente situación de fuerza del movimiento, claudicó, y a las tres semanas (el 24 de agosto) se reunió con Don Agustín en Córdova, Veracruz, donde se firmaron los Tratados de Córdova por los que O’Donojú aceptó la independencia.
Envió comunicados a los comandantes españoles y criollos leales, para que desistieran las armas (que el de la fortaleza de San Jua de Ulúa, Veracruz, ignoró). Y así, el 27 de septiembre de 1821, Iturbide y el Ejército Trigarante entraron a la Ciudad de México. En esa época, toda Centroamérica (desde Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, no se diga las Californias), hasta Arizona, Nuevo México y Coahuiltejas (y partes de Colorado, Utah, Kansas y Oklahoma), eran igual parte del recién Imperio Mexicano. Del triple de territorio que hoy (más de cinco millones de kilómetros cuadrados).
Al día siguiente, 28 de septiembre, tras tres siglos de gobernación por los reyes de España, con una Junta Provisional Gubernativa de 38 diputados (en general afilados a las logias masónicas, los unos bajo el rito escocés -monarquistas-, con apoyo y subsidio de Inglaterra protestante, o las otras del rito yorkino -radicales republicanistas-, recibiendo éstas apoyo y ayudas de los esclavistas de Estados Unidos y franceses anticatólicos), México intentaría iniciarse por un nuevo y muy incierto camino con nuevos mandos, que en meses caerían a asonadas y asesinatos.
La hacienda -que en 1810 bajo administradores del rey, ascendió a más de 20 millones de pesos- en 1821 no llegaba ni a seis millones (la tercera parte), ni se recuperaría en más de medio siglo. Había 23 mil militares, y zambomba, más de la mitad reclamaban cargos y sueldos de oficiales, desangrando así al erario del flamante país. Así, en mayo de 1822 no le quedó a la junta más que endeudarse con los bancos ingleses Goldschmidt and Co., y la Barclay, Herning, Richardson and Co. (afiliadas a la banca Rothschild) por más de siete millones de libras esterlinas.
Pero aquí sigue nuestro país, sobreviviendo a las pésimas gestiones de los últimos dos siglos. Por eso, como sentención en filósofo George Santayana, aprendamos a no repetir de la historia pasada. Como el actual disparate del gobernador Jaime Bonilla de disque donar el Edificio de Gobierno del Estado, su biblioteca y teatro.
Y como buenos cristianos hacia nuestros prójimos conciudadanos, amistades y seres queridos, y por salud propia, cubrámonos y hagamos caso de no aglomerarnos para no ser foco ni víctima de contagio.
Ánimo, gracias.
Atentamente,
José Luis Haupt Gómez.
Tijuana, B.C.