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viernes, febrero 16, 2024
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Homero Aridjis y la efervescencia cultural de los 60

En “Los peones son el alma del juego” (Alfaguara, 2021), el poeta cuenta sus memorias y secretos con Juan José Arreola, Juan Rulfo, Juan Martínez, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde y Octavio Paz, entre otros autores. “En los 60 hubo mucha actividad literaria, la Ciudad de México era casi la Capital de habla española”, expresó a ZETA

 Entre anécdotas y secretos, parrandas o desencuentros en librerías y cafés de la Zona Rosa de la Ciudad de México, en su novela “Los peones son el alma del juego”, publicada este año por Alfaguara, Homero Aridjis recrea la década de 1960, tiempo en que la ciudad era protagonista de una efervescencia cultural con autores que marcaron época en la vida literaria del país.


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“En los 60, la Ciudad de México era la más dinámica en materia de literatura y cine”, confesó en entrevista para ZETA Homero Aridjis sobre “Los peones son el alma del juego”, novela que por cierto terminó de escribir en 2020, durante el confinamiento por la contingencia sanitaria por COVID-19.

“Esta novela la empecé realmente hace años atrás, porque yo quería hacer una novela de autoficción, en la cual yo fuera autobiográfico, pero también quería que fuera ficción. La pandemia me sirvió para dedicarme en cuerpo y alma a este libro, me fue útil de esa manera y también de recapacitar en cuáles son las cosas verdaderamente importantes, porque uno vive con muchas distracciones, con mucha paja”, confesó el autor.

“Me sirvió mucho este confinamiento para concentrarme en el pasado histórico de la Ciudad de México de los años 60, empezó la Zona Rosa, empezó a ser concurrida por escritores y artistas, me concentré en eso porque era parte de mi desarrollo literario”, complementó Aridjis.


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DE MICHOACÁN

Hijo del griego Nicias Aridjis y de la mexicana Josefina Fuentes, Homero Aridjis nació el 6 de abril de 1940 en Contepec, Michoacán.

“Mi padre era griego y mi madre, mexicana. Mi padre luchó contra los turcos en 1922, salvó la vida del genocidio turco y vino a México; y a mi madre, en su infancia, le tocaron los años de la Revolución, donde a veces había grupos de bandidos que atacaban los pueblos y robaban muchachas. De hecho, mi madre, cuando era niña, escapó de que no la raptaran los bandidos”, recordó Aridjis en entrevista con este Semanario.

Aunque en 1958 se trasladó a Ciudad de México para estudiar periodismo, fue en la infancia donde descubrió la literatura, en su natal Contepec:

“Lo que marcó mi destino fue un disparo de escopeta cuando tenía diez años. Por una negligencia de un hermano que pidió prestada la escopeta para ir a cazar patos, la dejó recargada detrás de la puerta de mi cuarto. Un sábado, después de jugar al futbol soccer, la vi, la tomé. En la casa de mis padres estaban construyendo una cocina, me subí a unos tabiques y cuando pasaron unos pájaros, les disparé sin querer matarlos, pero al bajar la escopeta, el segundo cartucho se me disparó a mí”, compartió.

“Ese accidente en Contepec marcó mi vida, porque durante la estancia en el hospital mi padre me regaló dos libros: Uno fue ‘El rey cuervo’ de los Hermanos Grimm, que también traía otro cuento que se llama ‘La muerte madrina’; y ‘Sandokan’ de Emilio Salgari. Esos libros me despertaron el amor por la literatura. Entonces, cuando regresé convaleciente al pueblo, después de estar en el hospital, pues regresé ávido de leer. Mi padre tenía un cine, por esos años lo abrió; entonces el cine también se convirtió en una ventana al mundo, porque pasaban dos películas a la semana, una mexicana y otra norteamericana. Para mí el cine fue una parte muy importante, casi complementaria de la literatura”, reconoció Homero Aridjis.

 

EL PRIMER POEMARIO

En “Los peones son el alma del juego” (Alfaguara, 2021), Aridjis menciona que llegó en 1958 al entonces Distrito Federal “con el pretexto de estudiar periodismo, pero con la intención secreta de escribir poesía”; es decir, antes de su viaje ya había escrito su primer poemario, “La musa roja”, en 1958.

¿Cómo descubre la poesía y cómo empieza a escribir?

“En los pueblos de México, en las fiestas cívicas, había declamadores que declamaban poemas muy sentimentales. En mi pueblo, Contepec, había maestras que nos declamaban, circulaban libritos de Homero de Portugal (El declamador sin maestro), casi que eran pseudónimos de los antologistas. Luego leí la ‘Odisea’, un libro que estaba en mi casa, me apasionó leer la ‘Odisea’ porque era uno de los mejores libros de aventuras, yo lo leí como un libro de aventuras, fascinante. En mi casa había unos libritos como ‘El Quijote’, pero sobre todo de mitología griega. La poesía la empecé a escribir casi después de mi accidente”.

Y evocó que escribió su primer poemario “La musa roja” en Michoacán, aunque lo publicó en 1958 en Ciudad de México:

“‘La musa roja’ lo escribí en Contepec, antes de irme a la Ciudad de México. Cuando iba a la Escuela de Periodismo ‘Carlos Septién’ tenía un amigo que se llamaba Manuel Camacho, que también estudiaba periodismo, vio el libro y me dijo ‘pues hay que publicarlo’. Él conocía una imprenta, entonces se publicó con ayuda de los amigos, porque era una publicación única, no se publicó en una editorial, casi fue una publicación privada.

“Ese libro primerizo hecho en Contepec, fue bueno porque guardó mi pasado en Michoacán, a partir de entonces empecé a escribir ‘Los ojos desdoblados’ (1960), porque gané la beca del Centro Mexicano de Escritores en 1959 para escribir; cosa que le molestó mucho a Juan Martínez, porque había pedido una beca también, su hermano José Luis Martínez lo había recomendado, estaba seguro que iba a ganar, pero a Ramón Xirau le gustó mi poesía que estaba empezando a escribir diferente, entonces me dieron la beca a mí. ‘La musa roja’ fue como sepultar mi pasado poético en Michoacán y comenzó una nueva etapa con ‘Los ojos desdoblados’”, indicó.

Cortesía

TODO POR EL AJEDREZ

En “Los peones son el alma del juego”, Homero Aridjis cuenta que el ajedrez fue su entrada al mundo literario, donde empezó conociendo a autores como Juan José Arreola, ajedrecista y tallerista del Centro Mexicano de Escritores.

“Cuando llegué a la Ciudad de México en 1958 ya era un jugador de ajedrez, leía mucho y ya escribía yo. Hubo la oportunidad de venir a la Ciudad de México con el pretexto de estudiar periodismo, pero mi propósito era escribir. Fue por entonces que me vine al Centro Mexicano de Escritores, donde Juan José Arreola daba un taller literario”, y luego recreó la escena de cómo conoció a Arreola:

“Cuando llego al Centro Mexicano de Escritores, que era una cochera en la calle de Río Volga, llegué ahí sin conocer a nadie, en ese momento Juan Martínez estaba leyendo un poema que se llama ‘Tristuso piensa en Tristusa’, era un poema de amor, pero juguetón; ahí estaba Arreola conduciendo el taller. Terminando el taller, Arreola preguntó a los talleristas que quién jugaba ajedrez, entonces le dije que yo. Como Arreola era un jugador de ajedrez muy exigente, casi me preguntó mi currículum de ajedrecista. Entonces, yo dije que en Morelia había jugado en el Club Carlos Torre; Carlos Torre había sido el gran jugador de ajedrez en los años 30, 40.

“Luego me fui caminando a casa de Arreola y me puso a jugar con Eduardo Lizalde, antes de dignarse a jugar conmigo. Arreola tenía mucha curiosidad por mí, se sentó en la mesa contigua y cada juego que jugábamos Lizalde y yo, Arreola preguntaba ‘¿Quién ganó?’. Yo le gané siete juegos a Lizalde y fue donde Arreola se dignó a jugar conmigo, y le gané todos los juegos, entonces ya era como la una de la mañana. Me despedí y le dije: nos vemos la semana próxima, Juan José. Me dice: ‘¿Cómo la semana próxima? Mañana, la semana próxima está muy lejos para la revancha. De revancha en revancha nos hicimos amigos”, apostilló Aridjis.

 

OTRA ÉPOCA

El ajedrez y la amistad con Juan José Arreola encaminaron a Homero Aridjis al mundo literario que se vivía en Ciudad de México en la década de los 60, de manera tal que por “Los peones son el alma del juego”, poco a poco van apareciendo personajes como Juan Rulfo, Juan Martínez, Eduardo Lizalde, Alí Chumacero y Octavio Paz, por citar solo algunos, al tiempo que el autor va narrando la vida artística y cultural de la Capital mexicana.

¿Cómo describiría esa generación de autores, a la cual por supuesto Usted pertenece?

“En los 60 había mucha efervescencia cultural. Rulfo había publicado ‘Pedro Páramo’ (Fondo de Cultura Económica, 1955), ‘El llano en llamas’ (FCE, 1953); Arreola el ‘Confabulario’ (FCE, 1952); Alí Chumacero sus ‘Palabras en reposo’ (FCE, 1956); se fundó la editorial Joaquín Mortiz, donde yo publiqué ‘Mirándola dormir’ en 1964, me dieron el Premio Xavier Villaurrutia, que era el premio casi nacional de literatura en esos años”, recapituló el escritor michoacano.

“En los 60 hubo mucha actividad literaria, la Ciudad de México era casi digamos la capital de habla española, porque en ese tiempo España todavía vivía el fascismo de Franco. Desde luego, estaba Madrid y Barcelona con mucha actividad editorial, pero todavía estaba el dictador Franco; entonces muchas cosas se publicaban en México. En México vivía Luis Cernuda, Luis Buñuel. En los 60, la Ciudad de México era la ciudad más dinámica, más activa en materia de literatura y cine”.

Incluso consideró que en esa época “era un México más ilustrado”:

“Yo estaba muy motivado, no como ahora, que tenemos un Presidente ignorante. En ese tiempo, cuando publiqué ‘Mirándola dormir’ (Joaquín Mortiz, 1964), López Mateos hizo un viaje al Oriente, llevó al secretario de Educación, que era Agustín Yáñez y otros, y luego me encuentro con Agustín Yáñez, me dice: ‘Me llevé tu libro ‘Mirándola dormir’ para leerlo en el avión cuando iba con el Presidente López Mateos’. Entonces había un Presidente que era amigo de varios escritores, yo era muy joven, tenía 24 años, pero ya había ganado el Premio Xavier Villaurrutia.

“La gente leía mucho. Cuando los políticos iban a dar un regalo, regalaban libros. Hasta Díaz Ordaz, con todo su currículum que tiene del 68, tenía un poeta preferido que era León Felipe, el poeta español medio blasfemo, era su poeta favorito. Entonces muchos de los políticos y presidentes tenían un poeta favorito y tenían pintor también favorito, era gente más cultivada; cuando iban a dar un regalo, iban a la librería Porrúa a comprar libros viejos que daban de regalo los políticos, ahora no ya no dan ni una caja de chicles. Era un México más ilustrado”, expresó con nostalgia.

 

UN ESTADO DE POESÍA

Autor de “Mirándola dormir” (1964), “Perséfone” (1967), “Ajedrez. Navegaciones” (1969), Vivir para ver” (1977), “Construir la muerte” (1982) y “El poeta en peligro de extinción” (1992), entre otros poemarios, Homero Aridjis es también coautor de la célebre antología “Poesía en movimiento. México 1915-1966”, con selección y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y el propio Aridjis; y prólogo de Octavio Paz, editado por Siglo XXI Editores en 1966.

Homero Aridjis. Foto: Cortesía Ricardo Salazar

“Yo leía todo, era muy apasionado de la poesía, leía casi todo lo que caía en mis manos, poesía escrita en español, pero también mucha traducida. Entonces, yo era muy buen lector y muchas veces también jugando ajedrez tenía una manía que era muy útil; me gustaba declamar versos, declamaba versos de García Lorca, Garcilaso, Neruda. Tenía una memoria excelente y me encantaba declamar, era un placer.

“Yo no me sentía muy próximo a Carlos Fuentes porque era novelista, yo me sentía más próximo a Arreola, Rulfo, Paz y Alí Chumacero, que era muy gracioso, tenía el sentido del humor muy burlesco. Octavio Paz fue el que después de Arreola leyó mi libro ‘La tumba de Filidor’ (1961), que yo lo hice cuando casi estaba en el Centro Mexicano de Escritores con Arreola, era un libro de prosa poética, muy vanguardista, que a Octavio Paz le fascinó. Me escribió una carta que decía que mi obra era un relato original del poeta, en ese tiempo Paz vivía en París. Arreola era alguien que escribía prosa, pero realmente amaba la poesía, a diferencia de Rulfo, que era narrador”.

¿Ha llegado a una conclusión o punto de partida de lo que ha sido la poesía para Usted?

“Sí, claro. Si un día me tocara por suerte estar ante Dios y me preguntara ‘¿Qué fuiste en vida?’, diría: poeta. De hecho, en mi estudio, en los años recientes, por mi pasión de estar leyendo siempre poesía, estar pensando en poesía, puse una frase que me salió del alma, que dice: Vivo en un estado de poesía. O sea que para mí vivir en un estado de poesía es estar preparado para recibir la poesía en cualquier momento, ya sea durmiendo, nadando, viajando, en la calle, vivo en un estado de poesía, o sea, preparado para recibir a la poesía”, puntualizó Homero Aridjis.

Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Estudió Comunicación en UABC Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en Baja California en la categoría de Periodismo Cultural. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”. Periodista cultural en Semanario ZETA de 2004 a la fecha.
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