Las 24 horas, los siete días de la semana, el confinamiento por tal pandemia las relaciones de pareja heterosexual algo jamás visto: el convivir por fin hombre y mujer, marido y mujer, como dice la epístola de Melchor Ocampo: hasta que la muerte los separe.
Pero este confinamiento por el COVID-19, en parejas, los ha desenmascarado, para conocer de qué pata cojea su otro “yo”. Ni en vacaciones el amor de matrimonio se hizo tan sorpresivo de verse las caras todos los días (los matrimoniados). Juntos, juntos, como debía ser, tú para mí, yo para ti; pero tantos días, horas, meses… unas parejas se hartaron y de verse a diario y vino la violencia, divorcios y quizá la separación de tales matrimonios.
Se vino la prueba de fuego: ya no es noviazgo ni manita sudada; es una sociedad y compromiso, un contrato civil -y quizá divino- de estar unidos. El coronavirus vino a poner a cada quien en su lugar, ver quién es quién en la prueba sentimental y de amor; y el sermón del presbítero (la epístola melchorsista) que le advirtió que en las buenas y en las malas, en la salud y enfermedad.
Para los recién casados es prematuro, quizás, pero como escribí en otra carta que ZETA publicó (sobre los nacimientos de infantes), quizás aumentó la tasa de natalidad, pues hubo más tiempo para que las parejas hicieran realidad la concepción humana, sumada a la fertilidad de las células sexuales de los humanos; que se hiciera la magia divina de tener una descendencia humana.
Bueno, hubo de todo: tanto convivir a fuerza y tener que soportarse, como regar y mantener la flama del amor (para los que sí la mantienen cálida). Hubo dos sopas de donde tomar.
Dejo al lector cuál fue la que le acomodó y ha vivido en este año de confinación (pero no como la de Alemania, con Adolf Hitler). Espero haya sido la que supo edificar, para bien o -penosamente- para mal. Ni hablar… Sigamos usando tapabocas, sana distancia y gel, aunque estemos ya en naranja (o amarillo o verde, no sé qué color nos ponen ya).
Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez.
Tijuana, B.C.