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sábado, febrero 17, 2024
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Tijuana

Muchas personas dicen y no se puede negar que Tijuana es una ciudad insegura. Reporteros de otras ciudades y países me han preguntado antes de venir o cuando están aquí, si pueden andar en las calles sin temor a ser asesinados. Las pocas veces que viajo en México o al extranjero, se sorprenden cuando les digo que vivo en Tijuana. Muchas me creen en Estados Unidos. Y cuando preguntan si no tengo miedo de vivir con mi familia y trabajar en la frontera mexicana, siempre les explico: La gran mayoría de los tijuanenses nativos o por adopción, no somos la causa de la delincuencia. Sufrimos el efecto. Nuestra desgracia son narcotraficantes y migrantes.

Tenemos la desventura de estar geográficamente en el paso natural al Estado más rico de la Unión Americana. Allá tienen los mafiosos a su enorme clientela de consumidores. Allá buscan ganar dinero los paisanos hundidos en la pobreza mexicana. Angustiados, con derecho a una mejor vida para sus familiares y propia.


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Transportadores, vendedores y compradores de droga llegan a Tijuana de otros Estados. Se topan en el mercado con los “dueños de la plaza”. Estos señores, adinerados y con pistoleros a sueldo o “por cabeza”, no permiten la competencia. Por eso asesinan a los ocurrentes. Estos pobres vienen con dificultades a la frontera. Sueñan con imitar a los capos desde su niñez. Quieren tener su “cuerno de chivo”, el matón que los proteja, una camioneta Lobo último modelo, la güera por un lado y hasta su corrido con la tambora. Por eso la gran mayoría de los ajusticiados no son de Tijuana. Tampoco los pistoleros. Vienen para vengar o matar por encargo y pago. Muchos, de los Estados al sur de Baja California. Desgraciadamente también sicarios descendientes de mexicanos nos caen del norte estadounidense inmediato.

Otros llegan no para competir con los poderosos. Producen y venden drogas que no manejan los cárteles: “crystal” y “crack”. La dosis es barata. Desde 50 pesos. Rentan un cuartucho o una vivienda. Las convierten en lo popularmente conocido como “tienditas”. Operan tantas, que antes de ser ejecutado el Director de la Policía, Alfredo de la Torre, hace más de un año, me aseguró que había unas cinco mil. La mayoría, comentaba, propiedad de recién llegados o que no son de Tijuana. Eso, sin contar los “picaderos”, llamados así por funcionar bajo los puentes elevados de las avenidas, en lotes y viviendas abandonadas o en las afueras de la ciudad. Allí compran y se inyectan la heroína. Aparte de consumir, desparraman el SIDA. Son lugares tan conocidos como la ubicación del más popular super-mercado. Estos “negocios” provocan competencia. Increíble. Tanto en calidad como precio. Y esa rivalidad nunca se arregla con palabras ni diálogos. Se soluciona asesinando. El que más puede sobre el menos armado. La ley de la fuerza. Por eso aparecen de la noche a la mañana “encobijados” luego de ser torturados o ejecutados. Descuartizados en bolsas de plástico. Otros con un tiro en la nuca. Y lo que más sorprendió saber: Muertos los sumergen en ácido hasta desbaratarlos y tirar sus restos en el drenaje.

Esto provoca la venta callejera y fácil de armas. La importación “hormiga” de ametralladoras y pistolas. Todo viene de Estados Unidos, nunca de territorio mexicano por una razón: Para transportar por tierra desde el interior del país, hay que atravesar el extenso desierto sonorense. Abundan los retenes. Y por aire, son fácilmente detectables en los aeropuertos.


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El de los migrantes es tan o más grave que el embrollo del narcotráfico. Viajan a Tijuana desde casi todos los Estados del país, Centro y Sudamérica. También asiáticos y europeos. Muchos se cuelan a Estados Unidos para convertirse en indocumentados. Otros tantos no pueden. Miles son deportados. Más tardan en regresarlos a territorio mexicano que ellos insistir en regresar hasta una, dos o tres veces. Bastantes lo alcanzan. Cientos y cientos no. Entonces se anclan irremediablemente en Tijuana. Sin dinero para telefonear a su casa, comprar un pasaje de regreso o de perdido para comer. Así, unos buscan y logran empleo decente. Pero muchos encuentran ocupación indecente. Roban en la calle o asaltan casas. Es la única forma que encuentran para sobrevivir. Luego se hacen de una pistola. Hay estadísticas oficiales de la Cámara Nacional de Comercio en Tijuana: Muchas tiendas modestas en las colonias han sido atracadas hasta cuatro o cinco veces. Luego se les hace fácil comerciar con la droga. Ponerse a las órdenes de la mafia para matar cristianos o transportar. Otros se dedican a desvalijar bancos o a secuestrar adinerados. Y en todo esto hay una clara referencia de los delincuentes foráneos: El 80 por ciento de los internos en las cárceles son de otros Estados.

Recientemente familiares de sinaloenses desaparecidos en Tijuana vinieron y reclamaron a las autoridades. Aseguraron que sus parientes fueron víctimas de un “comando de la muerte” cuando viajaron a nuestra ciudad. Organizaron conferencias de prensa. Aparecieron en televisión y hasta “hicieron plantón” cerca de la Línea Internacional para llamar la atención. Su resultado fue nada. En medio de todo esto existe una serie de realidades. Bajo el supuesto no concedido de un “comando asesino” sería de las mafias. Y lo más dramático: La mayoría de los desaparecidos debieron tener relación directa o indirecta con el narcotráfico. No se los deseo, pero muchos cadáveres deberán estar en la fosa común cuando no fueron identificados. Otros fueron desbaratados en ácido. Y hace pocas semanas informamos en este espacio sobre la aparición de 39 cadáveres en el Servicio Médico Forense no identificados.

Respeto absolutamente el dolor de los familiares. Pero debe aceptarse la realidad. En la gran mayoría de sus denuncias no puede ser casualidad que desaparezcan sinaloenses simplemente por visitar Tijuana. Sinaloenses en Tijuana los hay luchones y honrados por montón. Emprendedores. He trabajado y trabajo con ellos desde hace mucho. Conozco compañeros que de la nada han hecho su patrimonio decentemente. Y muchos de los principales capitales de Baja California son de distinguidas familias que se vinieron de Sinaloa. Merecen respeto.

En Tijuana nos desagradan los narcotraficantes y también los migrantes fracasados. Unos y otros vienen a cometer delitos. A matar. Nos incomodan nuestras policías estatal y federal. Permanecen como si nada hubiera pasado. Solamente la Municipal enfrenta las peores situaciones. Bien claro debe quedar: Los tijuanenses no hicimos insegura nuestra ciudad. De fuera han venido para convertirla en escenario de crímenes y robos.

 

Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en octubre de 2018.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Jesús Blancornelas Jesús Blancornelas JesusB 47 jesusblanco@zetatijuana.com
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