A-Wen (Yi-wen Chen) es el patriarca de una familia taiwanesa y tiene a su hijo predilecto, A-Hao (Greg Han Hsu), el mayor de sus vástagos, mientras que del otro lado está A-Ho (Chien-Ho Wu), el menor de la casa.
El desequilibrio lleva al jovencito a los malos pasos y termina encarcelado, en tanto que el mayor busca ingresar a la escuela de medicina. El dilema aquí son las diferencias afectivas de un padre, que generan un destructivo desequilibrio bien construido desde la perspectiva del director Chung Mong-Hong.
Lo interesante de esta historia es que ninguno de los muchachos tiene un destino fácil. Tras las rejas, A-Ho encuentra una realidad sumamente hostil y A-Hao no logra superar su debilidad emocional reflejada en su incapacidad para acoplarse con su entorno. La vida no es nada fácil, y eso es algo que el padre de estos muchachos entiende muy bien, con ese carácter duro de un hombre que trabaja de día y de noche.
Poco a poco el ritmo parsimonioso con el que se narran estos desencuentros explora cómo este hogar clasemediero se desmorona en el silencio y la incomprensión, sin cumplir las expectativas mutuas. Las actuaciones son tan inteligentes que no se necesitan escenas de enfrentamientos para comprender el distanciamiento de dos hijos con un padre que no supo tratarlos con igualdad.
Por un lado, el chico más grande, de noble espíritu, no logra enfrentar su mundo inmediato y el hermano pequeño quiere, en un momento dado, rehacer su vida, pero el pasado violento de un ganguero no se lo permite.
Poderosa con su mensaje, esta película -disponible en Netflix– es sumamente poderosa, aunque lenta al paso en que avanza hacia una tragedia anunciada. Vale la pena, vaya. De eso no hay duda. ****
Punto final.- A ver si pronto aparece por ahí alguna buena película de horror, ya se acercan esas fechas…
