Ahorita en el confinamiento y seguridad mundial, cada quien en su hogar, resguardado de la invisible muerte que se aparece en toda la superficie donde habemos humanos, es para descifrar y analizar qué estamos haciendo mal.
Un mundo quieto, un mundo paralizado. Un fantasmagórico aire de sacudir al mundo, de estar quieto de las manos arriba (no se muevan); un encantamiento mundial de sus seres humanos, que jamás había visto ni vivido.
Claro que es preocupante y terrorífico conocer el desenlace que tiene a toda la humanidad en la mente, la palabra más hablada y temida: COVID-19. Estamos viviendo un cambio de 180°, radicalmente, nos la da cruel… y quizás una prueba de vida o una gran lección (si superamos tal pandemia) en pleno siglo XXI.
Como en día de muertos, nos recordamos que somos mortales y la muerte nos acecha sin piedad, en este vivir veloz en que solo tal peste nos detuvo del traquetear rutinario de lo laboral y de esparcimiento.
La verdad, esta paz con que escribo jamás la había vivido, pues sé que mañana no hay nada agendado (ni llevar a mi hija a la escuela). Un silencio sepulcral en mi alrededor; un zumbido de oídos invade mis tímpanos. Un desértico y mortuorio ambiente exterior, veo y observo. Hoy escribo; mañana no sé si esté vivo o no.
No tengo la vida comprada; ahorita al millonario, su fortuna no le asegura el vivir. Quedarnos en casas es salvar vidas; es no traer un fusil AK-5, R-15 y matar. La peste mata, llega silenciosa y no hay ruido de queja de herida; y luego, muerte. La propagación es sigilosa, pero expansiva como una ojiva de 357 Magnum con orificio en la punta (que diferencia lo expansivo).
Así es el COVID-19: expansivo. Pero al mantenernos en casa, evitamos muchas balas expansivas y causar muerte.
La lluvia tupida y dominical de aquel 9 de abril dice “no salgas”; la naturaleza nos da la mano acá en el occidental norte… Nos mantiene en nuestra madriguera, sanos.
Esta es una pandemia que costará miles y miles de vidas, así como un retroceso económico, ya visto en otros tiempos. Es serio esto; muchos desafían la muerte y es el porqué de tan rápida propagación de este coronavirus. Esperemos -y espero- pronto salir de esta pesadilla.
¿Y cómo hemos hablado con los menores de edad? Ellos quieren jugar, ¿ya un padre les dijo la verdad? ¡Quizá no a los muy chicos! ¿Castigo celestial o del todopoderoso? ¿Cumplimiento bíblico o descuido humano?
Sea lo que sea, todos debemos participar, obedecer y luchar contra esta prueba de vida, que hoy se nos vino el mundo encima a toda la humanidad. Ojalá pronto termine este vivir, esta prueba; y puede pronto pasará, como la brisa matinal.
Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez.
Tijuana, B.C.