Desde niño, guardo siempre una escena que relato en corto.
Iba a la escuela Ángel Bustamante, a mi quinto grado de primaria; una tierna maestra nos instruía con mucho afecto, profesionalismo y dedicación: Bernardina, llena de bondad que hizo que la quisiéramos como una segunda madre. Pero el tiempo dio paso a la luz y las sombras de la realidad que nos rodeaba.
Un día, en el camino de la escuela, a 100 metros del plantel, en la colonia Hidalgo, nos encontramos a los paramédicos y bomberos con una escena de las películas de Chicago. Un auto había explotado al encenderlo, En una casa modesta. Un recuerdo imborrable a los 11 de vida. Lo recuerdo como una señal de cómo se arreglan las cosas en esta dolida Tijuana, con la violencia y en mundo de sombras. Donde el 97 por ciento de los asesinatos quedan enterrados por la impunidad y la complicidad de quienes designó la sociedad para contener o disminuir el crimen. Otro fracaso, pero gran negocio, parecido a la educación y la religión.
Una mirada superficial de esta comunidad fronteriza mexicana con el estado más rico de Estados Unidos, y la fama en la nota roja, da la impresión de una ciudad violenta, por razones que poco o nunca se explican a fondo y claridad. ¿Cuáles son las causas troncales que, a cada 24 horas (ahora medimos los crímenes por hora), se prive de la vida, con horror, a decenas de jóvenes y mujeres? ¿La delincuencia de Estado y la civil no respeta clase social, nivel económico, género, religión, nivel cultural o linaje? No.
¿Por qué se perdió el respeto a la vida? ¿Por qué se perdió la honorabilidad de las personas? ¿Por qué se simula paz donde hay un conflicto?
En las colonias predomina la pobreza multidimensional, las sectas de religiones más diversas. El catolicismo está en decadencia. Y mientras más miseria, más brotes de humildes y modestísimas “iglesias” que capturan el dolor, la desesperación, las pocas o nulas salidas que ofrece la sociedad del poder a un pueblo anémico, sin escuela, sin educación de calidad, sin un programa de oficios mínimos que dignifique su condición humana…
Un pueblo al límite, que se le cierran puertas naturales de formación honorable en su tierra y raíces. Que no siente lo duro, sino lo tupido, y que su ilusión primaria es brincar el cerco, cruzar el túnel, caminar largas horas por montañas o desiertos y ganar dólares como sea y donde sea, jugándose la vida.
Pero junto a la ceguera, viene la tentación o ambición del dinero fácil, con la premisa fatal de “la vida no vale nada”, y la profundamente arraigada red de narcomenudeo en 28 puentes y pasos frontera en 1,254 millas. Este escenario es una bomba de tiempo, así como la miseria del sur, que se multiplicó con la del norte y amasó una complejidad en regiones carentes de fe y esperanza.
Si hay perspectivas y mejor futuro, es porque las fronteras tienen liderazgos y un voluntariado solidario increíble, eficiente; algunos a flor de tierra, unos escondidos, que se desarrollan naturalmente, alimentados por problemas de identidad, ambientales, económicos, sociales, culturales y se construye lentamente una estructura de organización social que dará frutos en crisis como esta. Sectores conscientes, progresistas, sanos de San Diego, no están ajenos al callado sufrimiento de esta ciudad.
Historias de la colonia viven la solidaridad de grupos norteamericanos en construir casitas. Familias de ángeles con fuego y acero en su voluntad, sostienen comedores comunitarios en beneficio de escuelas, con niños en ayuno que serene su estómago y permita aprender.
Un rostro oscuro de la pobreza son niñas embarazadas, a los 14 o 16 años, abandonadas. La contaminación impune de industrias son temas invisibles, que esperan atención y no corrupción.
Duele ver ancianos abandonados por su familia; miles en condición de calle (salvaje). Violaciones consumadas desde padres, tíos, abuelos, hermanos, etcétera, tentativas de violación, acoso sexual, adictos que son una amenaza a la seguridad de las niñas, niños y mujeres en las colonias invisibles, ausencia de denuncia de los familiares conscientes, enterados del caos y el caso.
Quizá se explica por terror a las amenazas, al machismo agresivo exacerbado. Pero lo peor es callar y simular estos crímenes, porque termina matando física y mentalmente a las víctimas, o dan paso al suicidio, el alcoholismo o drogadicción, muertas o muertos en vida, abandonados sin terapias que trabajen la recuperación de su salud mental.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana. Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com