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viernes, febrero 16, 2024
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Distanciamiento social, empatía y solidaridad

“La cuerda se rompe por lo delgado”, una de las frases que han venido recurrentemente a mi mente cada vez que analizo un poco lo que nos sucede en esta coyuntura que, según muchos historiadores, marca al siglo XXI; marca a la humanidad como no sucedía desde la Segunda Guerra Mundial.

Hace unos días, se anunciaban más de 33 mil personas fallecidas a causa de un nuevo y polémico virus que ha trastocado la vida en el planeta Tierra; casi el 10 por ciento de las muertes en el país vecino del norte y una parte importante de los contagios en el Estado de California, frontera con nuestra ciudad Tijuana.


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La Organización Mundial de la Salud (OMS) llamó a los gobiernos del mundo prepararse para un “distanciamiento agresivo”, ya que la cantidad de pacientes infectados por COVID-19 está rebasando todos los sistemas de salud de países desarrollados, en vías de estarlo o lejos de serlo.

La directora de OMS para las Américas, Carissa Etienne, dijo que la pandemia de orthocoronavirinae va a empeorar antes de que pueda mejorar, por lo que hizo un llamado para que los países tomen medidas más urgentes, como el distanciamiento social. En México ya estamos en eso; aunque no todas las personas tienen el privilegio de poder quedarse “a salvo en sus casas”, pues hay quienes tienen que salir a trabajar para poder conseguir los insumos diarios para subsistir, y quienes se pueden quedar en sus casas, pero no están precisamente a salvo ahí. Me refiero a mujeres víctimas de violencia y a niñas, niños y adolescentes que sufren agresiones y omisiones.

El nuevo virus nos vino a recordar lo que parece habíamos olvidado: la valía de la salud y de la vida, pero también del amor y la solidaridad. Como lo ha dicho la ONU, este virus amenaza a toda la humanidad; por lo tanto, toda la humanidad debe defenderse. “Las respuestas individuales de los países no serán suficientes”. Lo mismo en la comunidad internacional que en cada colonia de cada ciudad; solo la corresponsabilidad, la solidaridad y una nueva conciencia (que surge de reconocernos parte de un todo) pueden contribuir verdaderamente a palear los efectos de tan devastadora pandemia y su acompañante, la crisis económica.


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Quisiera poder decir que todos estamos en el mismo barco y que deberíamos remar para el mismo lado, pero no. Más bien, estamos en el mismo mar: algunos en crucero, otros en yate, otros en barcos, en lanchas, en pangas; muchos otros en alguna tabla; y muchísimos más solo nadan con las fuerzas que les quedan por la esperanza de un mejor futuro. Aunque el virus no discrimina en el contagio, la discriminación es un síntoma de la desigualdad que se vive en las sociedades; más en países como el nuestro, que van tarde para adoptar medidas eficaces de atención prioritaria para los grupos en desventaja.

Pensemos en las personas mayores y las formas en las que obtienen ingresos; en las personas con discapacidad y lo difícil que les resulta lograr su autonomía; en las personas que viven con VIH; en las que tienen alguna enfermedad crónica-degenerativa (grave o no); en las personas de comunidades indígenas; en las personas cuyos ingresos económicos son muy limitados o casi nulos; en las personas desplazadas por la violencia que no cesa porque parece que nada la detiene.

Pensemos también en las personas migrantes de todo el mundo. Mientras que en países como Portugal se regulariza a las personas pendientes de residencia para que puedan ser atendidas médicamente por motivos de la contingencia sanitaria, en otros, como Estados Unidos de Norteamérica, se anuncian medidas más severas de contención de la migración, y en México se empiezan a dar acontecimientos que ponen en duda el cumplimiento de la reiterada promesa de las políticas “especiales” para controlar la pandemia, apegadas a respetar los derechos humanos.

Pese a los grandes retos que enfrentamos como género humano, celebro ver y participar de las muestras de humanidad que esta tragedia provoca.

Mujeres y hombres, de diferentes edades y diversas vocaciones, se organizan para ser parte de las soluciones, se llenan de coraje y amor, y se disponen a contribuir a ser el cambio que nuestro mundo necesita. En Tijuana se están dando grandes muestras de eso; ojalá que eso siga y la empatía se multiplique. Esa puede ser la verdadera vacuna.

 

Melba Adriana Olvera fue presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Baja California.

Correo: melbaadriana@hotmail.com

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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