En la novela de H.G Wells, el científico Adrian Griffin encuentra la manera de hacerse invisible para aterrorizar a su pareja, Cecilia Kass, quien es el reverso de la moneda.
Llevar a la pantalla grande una historia clásica de ciencia ficción y horror escrita en 1897, requiere un profundo conocimiento del público de hoy en día, y eso es precisamente lo que el director Leigh Whannell logró hacer empoderando, a final de cuentas, a Elisabeth Moss ante un villano que aquí evoca más a los Harvey Weinstein que rondan por el mundo.
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Oliver Jackson-Cohen hace lo suyo en el rol del malvado científico decidido a imponerse, sobre todo cuando su mujer logra escapar de la casa del inventor que, tras dicho incidente, se supone que se suicida.
El problema es que Cecilia lo sigue percibiendo, lo siente cerca, demasiado cerca, acosándola en todo momento y le es imposible comentarlo porque quién habría de creerle. Peor aún, Adrian sabe cómo manejar la situación y pronto la mujer comienza a lucir histérica y motivada por fines mezquinos. Tal vez no sea ella la víctima.
Moss era la actriz que justo Whannell necesitaba, con esos ojos que se le salen cuando trata de descifrar en su mente qué rayos está pasando a su alrededor, y cuando lo comprende, cómo hacérselo saber a los demás y garantizar su sobrevivencia.
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Estas mismas dudas saltan desde la pantalla grande, una tras otra, mientras el peligro se vuelve más latente y los ingredientes del thriller se fusionan perfectamente para crear este buen filme que, si bien tiene cabos sueltos en el desarrollo de la historia, esos “detalles” se resuelven con todo lo demás que se ve y que espeluznantemente se siente. Esto es Género “H” en su más pura expresión. *** y media.
Punto final.- Cuántas películas habrá que ver el lunes 9 de marzo…
