Nos metieron un auto-gol. Esas cinco palabras fueron las únicas que se le ocurrió decir a Vicente Fox Quesada. Ya era Presidente de la República. Recién estrenado. Folclórico. Así fue como calificó la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera. Se escapó limpiamente de Puente Grande, Jalisco. Enero 2001. Seguramente tan afamado personaje leyó en algún periódico la declaración presidencial. Ya estaba en Nayarit, muy escondido. Me lo imagino con el periódico en mano y muy contento.
A Joaquín no le ayudó tanto personal de vigilancia para escapar. Tampoco sobornó a los directivos del penal. Nada más uno se ofreció. Lo sacó en amplio carrito para transportar ropa sucia. Y antes, ese mismo cómplice le compró auto usado. Llamó al hijo de Guzmán Loera. Le dio las llaves y el chavalo esperó a su papá fuera del penal. Cuando llegó y se encaramó al vehículo, se fueron para nunca más volver.
Por eso detuvieron a muchos custodios que no tuvieron falla ni culpa. Tampoco le jugaron al cómplice. De Guadalajara jalaron con ellos al Distrito Federal. Los arraigaron en un hotel. Y hasta hace meses no recibían sentencia. Es que ni culpa tuvieron. Les agarraron como clásicos chivos expiatorios. De plano no hallan cómo juzgarlos. Mientras y por más que han buscado a “El Chapo”, no lo encuentran. Supe que un día lo vieron paseando en Nayarit. Otra vez Quintana Roo, hace poco. Se da sus vueltecitas por Veracruz y Puebla. Naturalmente, visita a la parentela de Sinaloa. Ahí lo quieren mucho.
Los que ni siquiera dejaron huella, fueron los cinco fugados de La Mesa tijuanense. Héctor Flores Esquivias, Fausto Sánchez González, Jorge Ruvalcaba Verduzco, Luis Alberto Vega y Luis Chávez García. No tengo informe sobre dónde anden. A unos me los imagino en Sinaloa. Otros deben estar ahí por el Barrio Logan de San Diego. Los decires son harto variados: “Ya están con los Arellano Félix”.
Lo raro con estos perversos: Alguien quiso liberarlos empezando el año. No pudieron. Muy calladitos fueron a pedírselo al ex Subprocurador Rodolfo Delgado Neri. No aceptó y lo mataron. Fue un grupo organizado. Actuaron en asalto con efectividad sorprendente. Pero en abril sucedió lo increíble. Tal vez el mismo grupo de asesinos u otro, hicieron lo jamás visto. Se sincronizaron al interior del penal a través de radios. Aprovecharon cambios de guardia exterior. Entraron al área de los juzgados. Fingieron ser oficiales. Desde tres vehículos dispararon a los vigilantes. Todos los autos que traían eran robados en Estados Unidos. Mientras tanto, los cinco reos recibieron armas. Al momento del tiroteo estaban cerca de la puerta trasera. Otros en la enfermería. Uno de los prisioneros “se sacrificó”. Tuvo relaciones con un médico oficial. Sólo así le facilitó la escapatoria. Los de afuera aparecieron con uniforme como de pintores. Blancos. En cuanto salieron, los rescatados fueron vestidos igual. Así se confundirían. Fue todo tan sorpresivo y organizado, que ni siquiera hubo persecución en forma.
De los fugados: El que no es asesino, anda en narcotráfico. O si no se especializan como secuestradores. Todos son harto peligrosos. Pero ni por eso los recapturan. Ya va para dos meses de la fuga y nada.
De las autoridades: Encarcelaron a custodios pero no responsabilizan a directivos. Menos a funcionarios de Seguridad Pública. El caso va olvidándose poco a poco, pero entre tantas disculpas, pretextos y versiones hay la sospecha: Siendo tan peligrosos los fugados, no fueron internados en alta seguridad. Se alegó que estaban bajo proceso, pero hay un detalle muy notable. Cuando capturan a tipos como éstos, los envían a La Palma. Hasta perversos menos peligrosos son remitidos al penal almoloyense, pero al quinteto lo dejaron aquí y en la prisión más fácil para escaparse. No hay forma de comprobarlo, pero a juzgar por todos los hechos, esto no puede ser una simple casualidad. Menos un error. Da la impresión de premeditación. Más todavía cuando ni trazas hay de persecución.
Esto de la penitenciaría tijuanense es una vergüenza. En menos de un año, 13 reos se escaparon. Hubo cuatro motines. Alarmaron a toda la ciudad. También varios crímenes. Todo pone en claro que ni hay vigilancia y tampoco la cacareada rehabilitación.
Este mes se cumple un año de otra fuga. La protagonizaron Jorge Alberto Arredondo Cadena, José Manuel Salazar Olivas, Jesús López Becerra, José Carlos Rangel Hernández, Eduardo Cabrera Navarro, Rubén Quintero Madrid y Lucio Vázquez Castro. Es muy sospechoso. Tales perversos están asociados al Cártel Arellano Félix y dedicados al secuestro de personas adineradas. De cualquier forma, intocables.
En julio 30 de 2003 fue la escapatoria. Más fácil que la anterior. Nada más les arrebataron rifles a varios custodios y enseguida salieron por una puerta lateral. Sin disparos. Ya los estaban esperando afuera. Se fueron y, naturalmente, no dijeron para dónde.
Es curioso: Estos hombres también debieron ser internados en la prisión de El Hongo. Más nueva y segura. O de plano en La Palma. El pretexto fue igual. No estaban procesados. Es lógico. Cuando un delincuente peligroso es encarcelado, se le vigila. Lo envían a un lugar aislado, pero no sucedió así. Parece como si les hubieran dado todas las facilidades para huir. Los hechos demuestran claramente: Hay muchos reos y menos peligrosos en la nueva prisión. Como si se tratara de retacar un penal nada más para estrenarlo y no seleccionar a los prisioneros que son amenaza.
Antes hubo más fugas con el mismo corte. Es el caso de Luis Reyes Ilustre. Lo refundieron en febrero 18 de 2000. No duró ni un mes. Se escapó y nadie supo cómo. La versión más difundida: Sobornó a funcionarios. Este hombre mató a Bismarck Hidalgo Corral. Era un agente ministerial. Lo enterró por ahí y hasta cubrió la fosa clandestina con losa de concreto. Pero ni por eso le pusieron atención. Entonces César Vallarta era director del penal. Indudable y directo culpable. Debieron consignarlo, pero no. Nada más fue dizque investigado administrativamente. Lo hizo la Dirección de Evaluación y Control Gubernamental. Con todo, dio una apariencia clara: Cubrir más al partido en el poder que al funcionario culposo.
Erika García Castro mató a su esposo. No era asesina profesional, el coraje la empujó. Fue encarcelada. Facilito, se fugó. Y si hubiera estado asociada con un cártel, jamás la recapturarían. Pero no tuvo maldad como para andarse escondiendo y fácil la encontraron. Pero de todos modos quedó en claro. Hasta un ama de casa pudo huir sin necesidad de violencia.
Pero a los que no encontraron jamás, fue a Juan Ramón González Ortiz y Juan de Dios Ruelas. Desde el martes 15 de agosto de 2000. Y fíjese nada más: También eran narcotraficantes. Entonces la versión fue que soltaron hartos billetes para abrir las puertas del penal. Y claro, se fueron.
La Secretaría de Seguridad Pública en el Estado va de un error a otro. No es suposición, simplemente hechos.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas y publicado por última vez en noviembre de 2010.