“Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta”. – Albert Camus.
Soy del norte de México, una de las regiones más afectadas por la violencia del narco durante esta guerra que inició, hace algunos años, el entonces Presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa.
Entre el 2008 y 2012 mi ciudad vivió una de las épocas más inciertas y violentas en su historia. Las balaceras, enfrentamiento entre los delincuentes y los militares, que empezaron como acontecimientos realmente muy esporádicos, terminaron siendo eventos frecuentes y sumamente violentos. Se empezaron a suceder, incluso, a plena luz del día y en cualquier lugar de la ciudad.
A mí me tocó presenciar una balacera justo a un costado de la universidad, cuando se impartían clases. Tuvimos que cerrar las puertas y aplicar el protocolo de seguridad diseñado para enfrentar este tipo de desafortunados acontecimientos.
Mis amigos y familiares vivieron estas amargas y horribles experiencias. Algunos, cabe destacar, fueron testigos de las balaceras desde sus automóviles; otros desde sus casas, les decían a los miembros de sus familias que se arrojaran al suelo, se cubrieran la cabeza y no se levantaran absolutamente para nada. Parecía que estábamos en una verdadera zona de guerra.
Junto con la ola creciente de violencia, el cártel de los Zetas empezó a extorsionar a los comerciantes; de mi ciudad, pequeños o grandes, nada importaba: o pagaban su “derecho de piso” o les balaceaban su negocio, les secuestraban a algún miembro de su familia e, incluso, llegaron a incendiar varios negocios.
Ante esta situación tan crítica y la inacción total de las autoridades, que permanecían a la expectativa en el mejor de los casos, y en otros, incluso, protegían a los delincuentes ante el reclamo de la sociedad indefensa y la desesperación de las cámaras de comercio, los negocios fueron cerrando poco a poco; la paranoia aumentó desmesuradamente debido a los mensajes que los narcos mandaban por redes sociales: “Esta noche no salgan porque va a haber balazos y si se descuidan, tú puedes ser el siguiente muerto”.
Desafortunadamente, algunas veces estas amenazas resultaron ciertas. En este contexto, nuestro personaje decidió estudiar un posgrado en el extranjero. No quería continuar mis estudios en una ciudad, en un estado y en un país con tan grave crisis de seguridad, por lo que decidí viajar a Europa para realizar estos estudios que tanto anhelaba. Elegí Gran Bretaña; es aquí en donde surge mi interés académico por la violencia que se suscita con motivo del narcotráfico.
Una de mis profesoras -le doy gracias por sus atinados consejos- me recomendó realizar estudios académicos, precisamente por el tópico de la violencia que surge con motivo del narcotráfico; entonces empezó a cambiar mi frustración en contra de las políticas de seguridad del ex presidente de México, Felipe Calderón (2006-2012).
Entre octubre del 2014 y enero del 2015, nuestro personaje entrevistó a 33 individuos que trabajaron para el narcotráfico; aquí se abordaron temas muy interesantes de cada uno de ellos, como su niñez, adolescencia, alcoholismo, cómo se iniciaron en las drogas, sus actividades (generalmente en grupo de acciones vandálicas, pues pocas veces actúan aisladamente), su incursión y rol en el narco.
Por las características del estudio que pretendió efectuar nuestro personaje, su contribución fue de dos tipos. Primero, metodológicamente, entrevistar a narcos de primera fuente, fue resulta inédito en el mundo académico; dice con satisfacción: “Hasta la fecha, no hay otro estudio que haya recopilado más de 30 entrevistas a personas involucradas en el narcotráfico”…
Benigno Licea González es Doctor en Derecho Constitucional y Derecho Penal. Fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa”, A. C. Correo: liceagb@yahoo.com.mx