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martes, febrero 20, 2024
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Una vuelta más

De Trez en Trez

 


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Nací y pasé buena parte de mi adolescencia en la colonia Anexa Morelos, muy cerca del centro tradicional de esta ciudad; mis padres y cinco hermanos llegaron aquí hace casi 70 años, procedentes de Guadalajara y Colima. Hijo de un militar, y por esa razón el traslado hasta acá, soy el único en la familia nativo de Tijuana y por ello muy orgulloso.


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Me tocaron los tiempos en que los niños jugaban en la calle con total confianza con todos los amigos. Pasábamos más horas fuera de casa que dentro de ella; nos divertíamos con juegos como “los encantados”, “los colores”, “la trais”, “la roña”, “el changai”, “las cebollitas”, “el chinchi leguas”; también jugábamos al trompo, al valero, al yo-yo; y volábamos papalotes de una colonia a otra. Según la temporada, invadíamos la cuadra para jugar béisbol y fútbol americano, el “otro futbol” hasta después del mundial de 1970.

Asistí solo un año al preescolar, y luego, antes de cumplir los seis años, a la primaria José María Morelos y Pavón en el turno vespertino; ya he recordado antes en este espacio a mis profesores: María Luisa León Tapia, quien me enseñó a leer y a escribir; Gertrudis Gavarain Green, que me hacía aprender poesías muy largas (“El seminarista de los ojos negros” y otras) para los festivales escolares; Elvira Pérez Solorio, estricta y enérgica, pero a la vez cariñosa; Jaime Héctor Solares Reachi y Humberto Ramiro Vaca Ramírez, de quienes me gustó siempre su forma de conducirse ante el micrófono.

Traté siempre de ser un buen alumno. Creo que lo logré al menos en la primaria, porque entrando a la secundaria -una particular porque no aprobé el examen en la Poli ni en la Eti- “me deschongué”. La adolescencia me pegó fuerte, me volví rebelde y cometí demasiadas travesuras; al menos en tres ocasiones estuve al filo de la expulsión, pero eso sí, sin descuidar las materias. De esta forma terminé la secundaria en la Aquiles Serdán 16, reprobando Taquimecanografía y Civismo… ironías de la vida, comprobé después.

Disfruté mucho esa etapa, tanto que la considero entre las mejores; en ese entonces hice amigos, amigas y una que otra novia; con ellos y ellas asistíamos a las fiestas de las quinceañeras, a la matinés en el Cine Reforma, a las Tortas El Turco y El Rey; nos salíamos de clases para ir a Tecate, a Playas de Tijuana o al  Bol Corona en la avenida Revolución; a jugar boliche, comer burritos de camarón y tomar cerveza (a pesar de ser menores de edad).

Luego, a la escuela preparatoria; otra particular y nocturna, el Instituto Metropolitano -en ese entonces incorporado a la UABC- a cargo de los ingenieros Horacio Risk y Rubén Dávila Infante, buenos maestros y mejores amigos. Ahí conocí a dos personas decisivas en mi futuro: Gerardo Dávila Infante y Francisco Javier Ortiz Franco. Gracias al primero, opté por estudiar Derecho (me gustaba Derecho Romano, por lo que me apodaban “El Tribuno Plebis”); luego fuimos compañeros de despacho. Por el segundo me inicié como reportero de ZETA en 1980, y aquí sigo. Con mi maestro Gerardo continúo la amistad; a Pancho lo sigo extrañando y esperando se haga justicia y se castigue a todos los que le privaron de la vida.

A la par del despacho que atendíamos inicialmente Francisco J. Ortiz Franco, Iván Baylón Carrillo y Pablo García (siempre asesorados por el Lic. Gerardo Dávila Infante), me inicié en la docencia. Durante 32 años laboré en la misma escuela secundaria estatal, número 68 Netzahualcóyotl, impartiendo Educación Cívica, Cultura y Legalidad, e Historia. Los dos últimos ciclos escolares como activo, tuve oportunidad de estar en la subdirección; aprendí mucho de los alumnos y de mis compañeros maestros.

Largo y de poco interés para muchos sería contar todo lo acontecido durante mi vida como docente. Merecería todo un capítulo aparte; sin embargo, puedo afirmar que -de ser posible- volvería dedicarme a la docencia.

Mañana 14 de diciembre, a las 15:15 horas, según consta en “documentales públicas”, estaré dando mi sexagésima vuelta a sol. Creo que he disfrutado de la vida a mi manera; hice y hago lo que me gusta, formé una familia, tengo una hija abogada y un hijo administrador. Por fortuna, también a mis hermanos (aunque ya mayores, todos vivos) y gozo de tener a mi madre de 91 primaveras; hace un año me jubilé de la docencia, leo, escribo, gusto del vino, del whisky, disfruto preparar y saborear de la buena comida; de la buena música, me gusta viajar; me siguen molestando las injusticias, no soporto a los políticos y a los gobernantes corruptos. En fin…

Por todo ello -y mucho más que se quedó en el tintero- de manera simbólica y en agradecimiento a todos los que me han acompañado en mis vueltas al sol, levanto mi copa diciendo “¡Salud!”. Y mil gracias por todo.

P.D.1.- No acostumbro aprovechar este espacio para situaciones personales, pero no todos los días se llega al “sexto piso” y se siente uno “como de veinte”… digo, de treinta. ¿Me creerían cuarenta?

P.D.2.- Las cosas en la política y gobiernos corruptos amenazan con ponerse color de hormiga; aquí, allá y más allá.

 

Óscar Hernández Espinoza es egresado de la Facultad de Derecho por la UABC y es profesor de Cultura de la Legalidad y de Formación Cívica y Ética en Tijuana.

Correo: profeohe@hotmail.com

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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