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miércoles, octubre 9, 2024
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Los dos Papas

Quién tiene un mejor trabajo actoral en esta película: Anthony Hopkins o Jonathan Pryce. La película resulta irrelevante ante dos de los mejores desempeños histriónicos de 2019, con Pryce en el rol del Cardenal Jorge Mario Bergoglio justo en la antesala del Papado, y Anthony Hopkins interpretando a Benedicto XVI desde su ascenso a la cima de la Iglesia Católica hasta su retiro.

El año en la historia, vista a través del ojo agudo de Fernando Meirelles, es 2005. Bergoglio es un sacerdote que se ubica en la élite de la jerarquía eclesiástica, pero su corazón y su trabajo sigue en los barrios más pobres y marginales de su natal Argentina. Es un apasionado del tango y el fútbol -así, con acento- y alguna vez pensó en casarse. Su enfoque es humanista, jesuita, vaya. Y está convencido que debe renunciar a su cargo de Cardenal para regresar a su parroquia local.

Del otro lado está Joseph Aloisius Ratzinger, el alemán erudito que sucede a Juan Pablo II y que desde un principio parece saber que, una vez consolidadas las reformas a la piedra angular del catolicismo, habrá de retirarse. Para 2012, el germano estaba en busca de un sucesor y aunque Bergoglio no creyera ni remotamente en asumir ese rol, ahora sí que el plan de Dios ya había sido trazado.

La película es, pues, la historia de dos hombres excepcionales que están en crisis, algunos conflictos se cimientan en el pasado, otros irán a brotar a manera de una estremecedora confesión que explica, finalmente, el mundo en que vivimos. Ambos son necesarios para guiar a un billón de católicos en tiempos convulsos. Ratzinger lo sabía,  Bergoglio, a su manera desenfadada, también. El peso del papel que cargan a cuestas queda expuesto a través de esos brillantes diálogos donde estos artistas parecen ser los dos Papas.

Llega un momento en que uno cree que está atestiguando encuentros históricos entre Benedicto XVI y Francisco, con la Capilla Sixtina al fondo o en los jardines de Castel Gandolfo.

Y es atrevido decir, sin embargo, hay que señalarlo: Pryce parece superar a Hopkins porque llega un momento en que uno parece estar ante el Arzobispo de Buenos Aires. El actor es tan bueno que desaparece en el rol.

Es evidente que Meirelles, siendo el tremendo director que es -lo demostró en “Ciudad de Dios”-, apostó todo en estos monstruos sagrados de la actuación y los dejó construir la narrativa, apoyada en un interesante guion escrito por Anthony McCarten que se vale de la retrospectiva sobre todo para recrear al Papa Francisco, y del discurso, para compartir la visión reformista del Papa Emérito.

Con eso bastó para ofrecer una de las mejores -si no es que la mejor- películas del año que así bien termina, por lo menos cinematográficamente hablando. ****

Punto final.- Que sigan llegando joyas del séptimo arte a plataformas como Netflix. Y ojo con “1917”.

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Autor(a)

Gabriela Olivares
Gabriela Olivares
gabriela@zeta.com
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