El piloto no vio a los militares. Por eso aterrizó despreocupadamente su aeroplano en “El Potrero”. Allí en Talpa de Allende, Jalisco. Todo llanuras. Pero se sorprendió. Nada más apagó el motor y la soldadesca apareció sitiándole. Ni para dónde hacerse. Rifles y ametralladoras con cartucho cortado. Bajó al aviador manos arriba y vida abajo. Los militares inspeccionaron la avionetita. Encontraron bien seguros y empaquetados 803 kilos de cocaína. Una fortuna. El jefe de los uniformados ordenó ni moverlas. Sellaron puerta y ventanas. Llamaron inmediatamente a la Procuraduría General de la República en Guadalajara.
De rato llegaron los licenciados Luis Antonio Ibáñez Cornejo y Armando Subirats. Coordinador y Director de Intercepciones del Instituto Nacional para el Combate de las Drogas (INCD). Rompieron sellos. Sacaron la droga. No dijeron nada y cargaron con los bultos quién sabe para dónde. No hay reporte en la PGR pero sí en los archivos militares. Noviembre del 95.
Ibáñez Cornejo presumía en la PGR: Fue muy cercano al fiscal Javier Coello Trejo cuando el salinismo. Tanto o más como González Calderoni, ahora difuntito. Luego cuando Zedillo era Presidente, faroleaba de su compadrazgo con el procurador panista Antonio Lozano Gracia. Dicen que por eso logró un importante nombramiento para su camarada Arturo Gutiérrez Velasco: Delegado en Baja California Sur.
Entonces aparecían en la península los jets atiborrados de cocaína. Naturalmente la PGR no se daba cuenta. Para eso estaba precisamente el enviado de Ibáñez. Cierto día se les ocurrió bajar un avión en una planicie de Batury. Nada de aeroplano. Se avorazaron con jet. El peso de la nave provocó hundimiento del tren de aterrizaje. Se desató gran escándalo. ¿Por qué en la llanura y no en el campo aéreo bajó el avión? Luego el alboroto periodístico y de lugareños impidió descargar lo asombroso: 10 toneladas de cocaína. Con el tiempo se supo. La nave despegó de Colombia. Y el embarque era para los Arellano Félix.
Enseguida del atascadero cayó el silencio. Hay referencias: Ibáñez Cornejo metió la mano hasta el codo. Removieron personal en la delegación y eso torció las averiguaciones. Se alargaron. Hubo mil y un malabarismos hasta terminar el sexenio zedillista. Empezó el de Fox y todavía no se sabe nada. Pocas veces como esa fue público el transporte de 10 toneladas de cocaína.
Pero Ibáñez Cornejo fue zarandeado sorpresivamente. Un ex-compañero del INCD habló. El Licenciado Ricardo Cordero Ontiveros. Apasionada panista de San Luis Potosí, fue incorporado al Gobierno. Causó alta en la PGR. Entonces creyó. “A impartir justicia”. Pero topó en tepetate. Se dio cuenta de tanto desorden. Los denunció hasta con el líder político Carlos Castillo Peraza. No tuvo eco. Por eso en julio cinco del 96 acusó a Ibáñez Cornejo en conferencia de prensa: Con Isaac Gándara Terrazas y Lozano Gracia, vendían plazas de la PGR. Así, de carambola beneficiaban a los capos arellanescos. Fue un campanazo. La cacareada honorabilidad del gobierno panista fue abollada.
El cuatachismo taponeó la investigación. Encarcelaron a Cordero. Le voltearon la tortilla con eso de complicidad mafiosa. Nunca me expliqué por qué ni se enteró como debía, le informaron correctamente o no quiso saber de tal asunto el Procurador Lozano Gracia. Ni siquiera quería hablar sobre eso. Simplemente acusaron a Cordero. Se pasó buen tiempo prisionero. Pero al fin, la justicia lo absolvió. Como sucede en estos casos, el panismo le cerró las puertas. Colaboró al triunfo político. Luego creyó en una administración limpia. Pero encontró todo lleno de lodo.
No conocía al detalle esos pecados de Ibáñez. Por eso acepté su invitación para tomar café en 1996. Fue cuando llegó como Delegado de la PGR-Tijuana. Pero al ratito supe y precisamente por sus colaboradores: Manejaba expedientes según le convenía. Varias hipótesis apuntaban a dos orígenes. Dinero y mafiosos. Se desparramó la noticia. Hacía todos esos trastupijes con su asesor Espino Castillo y don Hiram Escudero. El mero Sub-Procurador General de la República en Delegaciones Estatales.
Entonces y para acabarla de remendar, Ibáñez nombró Comandante a Jesús Ignacio Carrola Gutiérrez. Pero este varón tenía tacha en su currículum. Fue expulsado por corrupto de la Policía Judicial Federal durante julio del 91. No era posible recontratarlo, pero sucedió como muchos. Para su desgracia y como el que se tropieza dos veces con la misma piedra, lo despidieron nuevamente cinco años después.
Empecé a desconfiar de Ibáñez en aquel 96. Sus buenas credenciales como egresado de la Libre de Derecho y las referencias de mutuos amigos se derrumbaron. Cierta noche fui a preguntarle sobre un atraco. Le vi reflejado en el ventanal de su oficina. A mis espaldas hizo señas a un Ministerio Público. Le ordenó callar. Se trataba sobre cierto asalto de encapuchados a elegante residencia. Huyeron en Suburban oficial. Patrulleros municipales detuvieron su tan veloz marcha. Sacaron armas y credenciales. Se identificaron como agentes federales al servicio de Ibáñez. Después supe y por eso le pregunté: Simularon el atraco nada más para fastidiar a funcionarios enemigos del Cártel Arellano Félix. Fue más capricho que orden de Ramón. Ibáñez me negó todo. Pero las enormes vidrieras del edificio hablaron.
Se notó mas el abuso cuando esas extravagancias resbalaron. Se pasaron de la raya. Fueron desalmados. Me desagradó luego el desdén de Ibáñez. Cerca de su oficina y en popular campo deportivo, los Arellano decidieron ejecutar a un ex-Delegado de la PGR: Arturo Ochoa Palacios. Cero solidaridad. Menos investigación. Hacerlo era como clavarse una daga en el cuello. Todo mundo sabía la autoría pero Ibáñez, como dicen por a’i, ni se tibió. También se afectaron a familias pudientes o pioneras de Tijuana. Sobraron los famosos chivos expiatorios. Abundaron reproches públicos. Muchas denuncias ante la Comisión de los Derechos Humanos. Seguramente por eso fue retirado el 30 de septiembre de 1996.
Quedé sorprendido el viernes reciente. Ibáñez Cornejo ya es Delegado de los Derechos Humanos en Matamoros, Tamaulipas. Increíble. Antes los violó sin misericordia y ahora es el defensor. Curiosamente llegó a la ciudad antes dominada por el narco-matón Cárdenas Guillén. Entonces queda claro. De quejarse como acostumbran los mafiosos luego de ser capturados, seguramente Ibáñez Cornejo abogará mas por Osiel o sus familiares. No hará caso a los cristianos si denuncien al ex-líder del Cártel del Golfo. Sabe bien: La traición significa muerte.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en mayo de 2013.