El escritor entregó “Teologías para ateos”, su libro más reciente publicado por el sello Diana de Grupo Editorial Planeta. “En presencia de una tragedia los argentinos hacen un tango, y los mexicanos hacemos un chiste. De la mayor tragedia posible hacemos un chiste. Un chiste no es para evadirnos de la realidad, al contrario, es para enfrentarla”, expresó a ZETA
Escuchar o leer a Armando Fuentes Aguirre, mejor conocido como “Catón”, es garantía tanto de reflexión como de divertimento, debido a la picardía de su propuesta, ingredientes que no pueden faltar en sus columnas ni en sus libros.
Y en su libro más reciente, titulado “Teologías para ateos”, publicado por el sello Diana de Grupo Editorial Planeta en 2018, también con la consabida sorna y elocuencia “Catón” reflexiona sobre Dios, la eternidad, el alma, la muerte.
“Algunos piensan que es como una especie de testamento, piensan que es el último de mis libros, yo espero que no lo sea”, expresó a ZETA “Catón”, quien en 2018 celebró 80 años, ocasión en que reveló algunos secretos del inicio de su trayectoria, desde sus primeras lecturas hasta el surgimiento de sus columnas y libros.
DE SALTILLO
Hijo de Mariano Fuentes y Carmen Aguirre, Armando Fuentes Aguirre nació el 8 de julio de 1938 en Saltillo, Coahuila. Fue en el ambiente familiar donde experimentó su primer encuentro con los libros, tal como confesó en entrevista con ZETA:
“Yo crecí en un hogar donde había libros. Mi casa era muy sencilla, tenía pisos de ladrillo de barro, paredes de adobe, techos de terrado, pero tengo una memoria vívida de la niñez: recuerdo que de niño, de siete u ocho años, iba a las casas de mis amiguitos ricos, el hijo del banquero, del comerciante próspero, del magnate industrial, vivían en mansiones, pisos de mosaico, paredes enyesadas, techos de tejas, y sin embargo salía yo compadeciendo a quienes vivían en esas mansiones, pensaba ‘han de ser pobres, no tienen libros’, y no me equivocaba, eran pobres, lo único que tenían era dinero y en mi casa había libros, que eran a mis ojos de niño una gran riqueza, un lujo que mis padres podían darme”.
Entonces recordó las primeras lecturas que lo deslumbraron:
“Tuve la gran fortuna, el privilegio y, casi diría, la bendición de nacer y crecer donde los libros eran parte del mobiliario de la casa. Mi hogar era modesto, no diré que era pobre porque eso sería llevar las cosas al extremo, pero si bien en mi casa no faltaba nada, tampoco sobraba nada; no sé cómo mi padre y mi madre se las arreglaban para comprar un libro cada mes y se alternaban en escoger el libro. Mi padre los escogía de aventuras: Julio Verne, Emilio Salgari, H.G. Wells, James Fenimore Cooper; y mi madre escogía libros de poesía: Nervo, Díaz Mirón, Gustavo Adolfo Becker”.
Incluso evocó sus primeros textos: “Aquel que lee casi tiende naturalmente a escribir, va una cosa con la otra. Yo conservo textos escritos por mí de cuando tenía 10 años de edad, los guardo como una prueba documental de mi vocación. Entonces, para mí también empezar a escribir fue algo natural”.
CON PICARDÍA
Aunque estudió en la Escuela de Leyes de Saltillo, Armando Fuentes Aguirre reveló a ZETA que lo suyo siempre han sido las letras.
“Entré a estudiar para abogado, porque desde la Secundaria les tenía horror a las matemáticas, y sorpresa: me encantó la carrera, me sedujo el estudio del Derecho, pero aunque ejercí la carrera, aunque fui maestro de Derecho durante casi 40 años, mi vocación fundamental era escribir y a eso me he dedicado”.
Cuando tenía 25 años empezó a entregar su primera columna, “Mirador”, en 1963, a El Sol del Norte, periódico ya desaparecido de la cadena García Valseca; pero, reconoció, no era todavía tan leído por el gran público.
“‘Mirador’ gustaba mucho, como sigue gustando todavía, pero me di cuenta que tenía un público muy acotado, la leía un lector adulto, del sexo masculino, de edad de 30 años hacia arriba y con preparación de preparatoria hacia arriba; vale decir que era una columna que leían los fifís. Yo me di cuenta que estaba fallando como comunicador, no me leían los jóvenes, no me leían las mujeres, y no me leía ese vastísimo sector que era el pueblo bueno y sabio”.
Así surgió la picardía en “De política y cosas peores’ que “Catón” empezó a entregar al periódico Vanguardia de Saltillo en 1975; tuvo tal éxito que inmediatamente se difundió en otros periódicos del país, entre estos El Norte de Grupo Reforma.
“Entonces pensé en una fórmula que me permitiera llegar a todo ese público que no me leía, y pensé, ¿qué le puede gustar a todos, a los jóvenes, las mujeres y al pueblo? Bueno, a todo el mundo le gusta reír, entonces la columna debe llevar algo de humor; segundo, a todo mundo le gusta o al menos le interesa el sexo, tiene que llevar algo de picardía, picosita, no picosota; y, luego, vivimos en un país donde todo lo determina la política, entonces debe llevar algo de política. Con esos ingredientes preparé una columna y le puse ‘De política y cosas peores’, desde el primer día fue un hitazo, esa columna me ha dado de comer y les ha dado a mi esposa y a mis hijos de comer. Y ahí sigo con un gran deleite, estoy esperando a que amanezca para levantarme a escribir”.
— ¿Por qué es importante para Usted el humor en su obra?
“Porque el humor se nos da muy bien a los mexicanos. En presencia de una tragedia los argentinos hacen un tango, y los mexicanos hacemos un chiste. De la mayor tragedia posible hacemos un chiste. Un chiste no es para evadirnos de la realidad, al contrario, es para enfrentarla, para decirle ‘por dura que seas me vas a encontrar aquí, frente a ti, haciéndote frente’; los mexicanos sabemos reír, y cosa más importante aún, sabemos reír de nosotros mismos, y eso implica inteligencia y también sabiduría de la vida. Tenemos el gozo de vivir, sabemos disfrutar la vida. San Francisco de Sales decía ‘un santo triste es un triste santo’; entonces, debemos vivir la alegría de vivir, por eso hay humor en mis columnas, para compartir con el prójimo el gozo de vivir”.
DEL PERIÓDICO A LOS LIBROS
Armando Fuentes Aguirre también rememoró que a través de los audios del historiador Eugenio del Hoyo se interesó por diversos personajes y episodios de la historia de México, al grado de incursionar en una tercera columna periodística, “La otra historia de México”:
“Sucedió que debía hacer un viaje en automóvil manejando yo y sin compañía, y para entretener el viaje me llevé el primero de aquellos casetes de historia de México por el profesor Eugenio del Hoyo, lo oí; aquello fue un deslumbramiento, ese sabio maestro contaba una versión diferente a la que yo había oído, luego leí toda la colección; de ahí empecé a leer sobre la historia de mi país y después de leer pasé a estudiarla y a investigarla, se me ocurrió contar otra versión diferente de la historia e hice el propósito de que se publicara para que los lectores la conocieran”.
Fue en 1981 cuando propuso una columna sobre historia a los editores de El Norte de Grupo Reforma.
“Debió haber sido en 1981, 1982, fui con el principal de mis periódicos, el subdirector de El Norte de Monterrey, y le propuse la idea. Me dijo ‘no, a ti la gente te identifica como contador de chistes, ¿quién va a creer en ti como narrador de la historia?, además la historia es muy aburrida, no voy a publicar tu columna’. Pero yo traía un as sobre la manga, le dije: ‘no te voy a cobrar nada por esa columna’, y de pronto pensó que la historia era muy interesante, que la gente iba a disfrutar esa columna y empezó a publicarla y fue un hitazo; la gente enviaba cartas y fue un éxito, la publiqué durante dos o tres años todos los días”.
Entonces la editorial Diana hizo a “Catón” una propuesta:
“Un día recibo un telefonema de la editorial Diana, era un editor que pedía entrevistarse conmigo y proponía como lugar de encuentro Monterrey, me citó en un restaurant y para mi sorpresa me dijo que Diana quería publicar ‘La otra historia de México’.
“El editor se llamaba Manuel Fernández, me dijo ‘vamos a publicar el libro’; le dije ‘vamos a perder’, respondió ‘no vamos a perder, y además, si perdemos las pérdidas van a ser nuestras. Le damos tanto por los derechos -una cantidad fabulosa- y tanto de regalías por la venta de los libros’”.
Así surgió “Juárez y Maximiliano. La roca y el ensueño”, editado por Diana en 2006.
“Se publicó el primer tomo, ellos escogieron no empezar desde la Independencia sino con dos figuras importantísimas de nuestra historia: Juárez y Maximiliano; yo le puse ‘La roca y el ensueño’; la roca era Juárez y el ensueño era Maximiliano. A la fecha se han vendido cerca de medio millón de ejemplares de ese libro”.
Lo demás es historia para las letras del país. Le siguieron “Hidalgo e Iturbide. La gloria y el olvido” (2008), “Díaz y Madero. La espada y el espíritu” (2010), “Santa Anna. Ese espléndido bribón” (2012) y “La guerra de Dios. El conflicto cristero” (2012). Todos editados por Diana.
“Todos mis libros han sido bien recibidos por el público, de ahí me pidieron otros libros que ya nada tenían que ver con la historia, a la fecha he publicado con Planeta más de veinte libros; el último, ‘Teologías para ateos’”.
SU LIBRO MÁS RECIENTE
“Teología para ateos” es el título que recién publicó “Catón”, editado en 2018 por el sello Diana de Grupo Editorial Planeta.
“Quisiera yo tener la fe del carbonero o la incredulidad de los escépticos, pero carezco de ambas certidumbres: la del sí y la del no. Navego por los siete mares de la duda”, advierte “Catón” en la obra que espera continuar publicando otros libros.
“Algunos piensan que es como una especie de testamento, piensan que es el último de mis libros, yo espero que no lo sea; espero nada más que sea el más reciente de mis libros”, refirió a ZETA y advirtió sobre el origen de su propuesta:
“Pienso que todos, en el fondo de nosotros mismos, sentimos la presencia de algo que es superior a nosotros, algunos le llaman Dios y otros quedan mudos ante el misterio; pero sea como sea, ahí está esa presencia, es lo que trato de decir en mi libro y de decirlo con amenidad, es la cortesía mínima que un escritor debe tener hacia sus lectores, no aburrirlos, eso es pecado mortal”.
Finalmente, tal como en sus columnas y libros, ni Dios se salva de su picardía: “En ‘Teología para ateos’ intenté tratar sin solemnidad los temas más solemnes: Dios, la vida, la muerte y el amor; casi todo eso es lo mismo, es un solo ser. Quise entrar dentro de las enormes limitaciones que tengo en ese misterio y compartirlo con todos”.