Juzticia
Lo que pensamos que debiera ser, lo que legalmente debe ser y lo que es, son cosas distintas y esa es nuestra realidad, lo que sucede que en ocasiones entendemos y en ocasiones no, es lo que hay y debemos sacar nuestras conclusiones y actuar en consecuencia, desde luego estamos hablando de política y gobierno.
Nos queda claro que los partidos políticos han mejorado sustancialmente sus métodos, sus recursos, sus programas y su disciplina electoral de tal forma que tienen grupos de promoción del voto, estructura electoral que cuide el voto en la jornada electoral y grupo jurídico que asesore durante la jornada y defienda el voto mediante los recursos que prevé la Ley.
La realidad nos dice que los partidos políticos han enfocado sus mayores esfuerzos en ganar las elecciones muy por encima de hacer una buena selección de funcionarios y sobre todo de garantizar medianamente un buen gobierno, lo importante es llegar al poder y sostenerse en él, ya lo demás es lo de menos.
Lo triste es que la mayoría de los partidos utilizan y manipulan la buena fe de sus compañeros que creen en los principios partidistas y que son considerados el voto duro incondicional, quienes a la postre se arrepienten por ser tachados de cómplices de los malos gobiernos que apoyaron, y que además fueron relegados de los nombramientos que sin mayor recato se les otorgaron a personas externas ajenas a los principios de sus partidos.
Los psicólogos tendrían que explicarnos algo sobre la transformación que sufren las personas en la transición de ser candidatos en campaña a candidatos electos, ese lapso entre candidato en campaña y funcionario ya en posesión, es un segmento cronológico de pronósticos reservados que generalmente nos sorprende y nos asombra.
El candidato electo empieza a alejarse del discurso que le generó la votación que lo llevó a ser electo, para pensar ya en el poder personal, en su grupo de poder en el gobierno que se viene y su futuro político, y para ello piensa en colaboradores leales y, sobre todo incondicionales, ejecutores de sus órdenes, excepcionalmente piensa en personas honradas con experiencia y espíritu de servicio, de convicciones, con el temor de que se den diferencias sin negociación.
Ya para gobernar, los electos se enfrentan con el mayor enemigo que se les atravesó en la campaña, su propio discurso, el hablar de más, el haber prometido cosas no factibles, el haberse comprometido sobre cuestiones desconocidas, el haber ignorado la jerarquía de los temas fundamentales de los gobiernos como lo son la educación, la cultura y la justicia, y no esté ajustado su programa a las verdaderas necesidades de la ciudadanía.
El gran dilema que se le presenta al electo es no poder inclinarse por colaboradores idóneos que contribuyan a las aspiraciones de la ciudadanía que confió en su discurso, por el temor de ser rebasado en su proyecto personal ante la posibilidad de que surjan contradicciones entre acciones de auténtico beneficio a la ciudadanía y su futuro político.
El oficio político sigue equivaliendo a chambismo e incondicionalidad, de ahí que la integración, de futuros gabinetes de los elegidos a nivel estatal, esté plagada de priistas, partido que junto con Acción Nacional, Morena los bautizó como “La Mafia del Poder”, enemiga de la Cuarta Transformación (4ta. T). ¿Cambiamos para mejorar, para seguir con lo mismo o para empeorar? Esa es la pregunta.
El Licenciado Gerardo Dávila ejerce su profesión en Tijuana, B.C.
Correo: lic_g_davila@hotmail.com