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viernes, febrero 16, 2024
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El poder de la Eucaristía

La Señora Concepción Cabrera de Armida nació en San Luis Potosí, México, un 8 de diciembre de 1862.  Beatificada en la Basílica de Guadalupe este 2019; sus religiosos, los padres Misioneros del Espíritu Santo llegaron a la Baja California (Norte y Sur), entonces Vicariato Apostólico de la B.C., fundando el primer seminario en Ensenada, fundaron los templos de Nuestra Señora de Guadalupe, hoy catedrales de Tijuana y la de Mexicali; el primer templo fue la capilla de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús (Tijuana).

Tras las etapas misionales fundantes, los Misioneros del Espíritu Santo recibieron la realidad religiosa difícil en B.C., con casi un siglo de abandono tras la partida de los frailes dominicos. A partir de 1939 los religiosos fundados por Conchita Cabrera recorrerían desde Ensenada hasta San Luis Río Colorado, fundando los primeros templos como el de la Inmaculada Concepción y la Santa Cruz, hacia 1944 y gracias al padre Guadalupe Álvarez, quien con su hermano Agustín, también Misionero del Espíritu Santo, nos legaron parte de la historia de aquella epopeya de los religiosos inspirados por el P. Félix de Jesús Rougier, quien siempre impulsó y orientó a la nueva santa potosina mexicana.


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Ofrecemos aquí unos pensamientos y experiencias espirituales de esta laica mexicana casada y que amó sobremanera el Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta mexicana ejemplar amó apasionadamente a Jesús Sacramentado, y muy pronto, llegó a ser el centro de su vida. Ella se hizo novia de Francisco Armida a los trece años de edad y nueve años más tarde se casó con él a los 22 años. De esta unión nacieron nueve hijos. Conchita quedó viuda a los 39 años. Casi no dejó de escribir durante su vida. De 1893 a 1936 redactó 66 grandes cuadernos de su Diario (Cuenta de Conciencia), que representa un total de 22,500 páginas de escritos íntimos y espirituales.

Sagrada Eucaristía: hostia santa e inmaculada que encierras a la misma Divinidad; no soy capaz de hablar de ti, y la atracción irresistible que ejerces sobre todo mi ser, me hacen prorrumpir en sollozos, pues sólo las lágrimas del alma pueden decirte lo que siento. ¡Ah! Te contemplo en transparente hostia en sustancia material, pero la Fe me descorre ese velo con que te cubres, el amor estremeciendo mi corazón me hace sentir tu presencia, y la delicia que le haces sentir lo arrebata a una sublime esperanza de poseerte, que derriba todos los obstáculos que nos separan. ¡Ah Señor! Yo pasaré, las generaciones sucediéndose pasarán; y sólo tú, Tú, no pasarás jamás. Cuando concluyas tu misión de caridad en la Tierra, seguirás dándote por siempre en el cielo a los corazones que te pertenezcan… Que yo sea uno de ellos, Señor, por favor (T.75).

¡Ay Padre! No puedo menos de conmoverme al llegar a este punto. ¡Amo tanto a esa Sagrada Eucaristía… me ha traído tantos bienes…! ¡Ella es mi sostén, mi alimento, mi vida, mi fortaleza! Dejaría de existir sin ese sagrado alimento…Es una necesidad indispensable para mi paso por la Tierra, para mi arribo para el Cielo (124).


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Yo siento, Padre mío, cómo está ahí real y verdadero Jesucristo, Dios y Hombre, con todas sus perfecciones y atributos. Cómo la Trinidad benditísima verificando el más estupendo de los milagros, se encierra en el reducido círculo o punto de una hostia consagrada. Me anonada ahí más que su poder y su omnipotencia, su amor (T. 1066).

Ahí son aquellas conversaciones en las cuales Él se da al alma se le comunica con sus gracias, con los toques y descansos de la divina Palomita (Espíritu Santo).

De esta manera sube la basura, Padre mío, la escoria del mundo, hasta el Rey del Cielo, Cristo Jesús, mi adorada Eucaristía.  ¿Cuándo te veré, Señor, le dije, para tener certeza de que lo que me ha pasado es tuyo? “Ya me estás viendo” me dijo, y sentí la presencia real de Jesucristo en la Custodia que estaba expuesta, y caí de rodillas ante tan grande majestad, experimentando la certeza de lo que ahí se encierra, y pedí, y rogué, y desahogué mi comprimido pecho pidiéndole que, si he de tener vanidad, que nunca quiero verlo en esta vida, pues tiemblo ante una sombra de soberbia. (T.1120).

Mi corazón se abre, como la pobre rosa, que ansía el rocío del cielo. ¡Y ciertamente, Jesús es su rocío, un rocío que la refresca, que la fortifica, que le comunica lozanía, calor, aroma, vida!

Sin esa savia del Sacramento del amor, yo no viviría… la sangre de mi Amado, es el jugo vital de mi existencia. ¿Qué sería de mí, sin una hostia consagrada? ¿Qué, sin ese alimento santo que me purifica, que me enciende, que absorbe todo mi ser, y que consumiéndome me da la vida?

¡Quién fuera un serafín para ofrecerle sus ardores! ¡Quién fuera siquiera mártir, para darle cuanto es! ¡Quién fuera un cielo sin nubes para recibirlo! ¡Quién tuviera la blancura de los ángeles para albergarlo! ¡Quién poseyera, ¡ay!, la misma pureza de María, y los sentimientos de su Inmaculado Corazón, para envolverlo! ¡Quién tuviera todas las ternuras de las madres para acariciarlo! ¡Quién por fin fuera Cruz Viva, para que se clavara en ella, y ahí descansara para siempre.

¡Oh Jesús, mi Jesús Eucaristía, Sol de mi existencia, Bien de mi vida, mi Dios, mi único, mi Todo, ¿Qué te diré, qué te daré? Te diré, que no soy digna de recibirte, y te daré a ti mismo, a este Verbo que palpita, ¡ay, dentro de mi alma (T.2194). (Del libro Atracción Irresistible por la Eucaristía de José Gutiérrez González).

 

Germán Orozco Mora reside en Mexicali.

Correo: saeta87@gmail.com

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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