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viernes, febrero 16, 2024
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“La historia la escriben los pueblos, no los políticos”: Antonio Turok

En “La fiesta y la rebelión”, publicado por Ediciones Era en 2018, convergen 170 imágenes en blanco y negro de conflictos, manifestaciones y vida cotidiana en México, con el que el fotógrafo celebra 45 años de trayectoria. “Nunca me he enfocado en los líderes, mi interés ha sido retratar mi época”, refiere a ZETA

La historia de México de los últimos 45 años, a través de sus pueblos y la cotidianidad de la calle, los conflictos y otras tragedias, ha sido contada por la lente de Antonio Turok desde la década de los 70.


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Precisamente en 2016 el fotógrafo presentó en Tijuana la exposición “La semilla y la esperanza. Las luchas armadas vistas por Antonio Turok”, por invitación del Centro Cultural Tijuana (CECUT), donde narraba el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, además del movimiento magisterial en Oaxaca, hasta los conflictos y refugiados en Guatemala y Nicaragua en la década de los 70 y 80; hasta llegar a la frontera norte de México, e incluso, los momentos caóticos durante el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.

Después del CECUT, la exhibición fue montada en el Museo Archivo de la Fotografía de la Ciudad de México en 2017 y en el Instituto de Investigaciones Culturales Museo de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) en 2018; fue entonces que el editor de Ediciones Era, Marcelo Uribe, propuso a Antonio Turok un libro sobre las históricas imágenes de las exhibiciones, con más fotografías inéditas.

Así surgió “La fiesta y la rebelión” (Ediciones Era, 2018), que ahora Turok presentará en la Feria del Libro de Tijuana, con los comentarios de David Maung.


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La presentación será el domingo 19 de mayo a las 7:00 pm en la Sala Federico Campbell del Centro Cultural Tijuana (CECUT).

Pero, claro, detrás de su libro y su trayectoria como fotógrafo también está una historia que inició en la década de los 60.

 

CON SU PRIMERA CÁMARA

Antonio Turok nació en Ciudad de México el 24 de noviembre de 1955. Hijo de Ekka Wallace y el fotógrafo Mark Turok. De hecho, confesó en entrevista con ZETA que su primera cámara fue una Leica de la década de los 30.

“La primera cámara se la robé a mi papá, tenía como 14 años. Mi papá se hizo fotógrafo aquí en México, entonces yo lo veía tomar fotos y me llamó la atención; era una cámara vieja Leica que mi papá consiguió en los 30 durante la guerra; mi papá se fue a Hawái a pelear contra el fascismo y ahí se compró esa camarita de 1936, de esas viejitas que todavía le tenías que jalar para sacar el lente, era tipo M, que implica que no era réflex”, rememoró el reconocido fotógrafo, a la vez que reveló sobre sus primeras fotos:

“Mi papá guardaba su cámara en un closet, pero yo los fines de semana la agarraba y me la llevaba; las primeras imágenes siempre tuvieron que ver con seres humanos, hago muy poco paisaje; entonces me iba a La Merced, me iba al Centro, yo era feliz en Ciudad de México. Una vez que agarré esa cámara y empecé a tomar fotos, yo ya sabía a esa edad que eso es lo que iba a hacer, estaba yo fascinado con ese reto de lo que yo pensaba que podría yo retratar”.

Foto: Cortesía-Antonio Turok

 

SUS MAESTROS

Además de su padre, Antonio Turok reconoció a otros de sus mentores en el arte fotográfico, como Manuel Álvarez Bravo y Alejandro Parodi, en la época en que estudiaba la preparatoria en el Colegio Americano de Ciudad de México, entre los 15 y 18 años.

“Tuve la suerte que don Manuel Álvarez Bravo, nuestro gran fotógrafo, hizo una convocatoria a los jóvenes y me escogió por ahí del 72; yo le enseñé unas fotos y le gustaron, entonces me invitó a trabajar con él. Don Manuel Álvarez escogió a unos diez jóvenes, estaba Rafael Doniz, que era de los mayores, estaba Jesús Sánchez Uribe, José Ángel Rodríguez y yo, éramos los más frecuentes; asistíamos a don Manuel Álvarez Bravo (1902-2002) en su cuarto oscuro, él ya tenía como 70 años, lo ayudábamos a lo que él estuviera haciendo en la mañana; yo aprendí mucho del cuarto oscuro con él, luego de que nos citaba don Manuel en la mañana nos salíamos a seguir hablando de foto y nos íbamos con Alejandro Parodi. Nos reuníamos muchas veces en el café La Habana en la calle de Bucareli”.

¿Qué fue lo más importante que aprendió entre los 15 y 18  años con Manuel Álvarez Bravo y Alejandro Parodi?

“Bueno, lo que yo más le aprendí al maestro Álvarez Bravo fue la idea de que aunque tú estuvieras en medio de una situación trágica, buscaras siempre la belleza dentro de lo que estabas retratando; esa exigencia visual te forzaba a ser más que simplemente un reportero, buscar la belleza a través de la fotografía, eso era en las mañanas. Luego, en las tardes, entrábamos con el maestro Parodi, discutíamos de política, discutíamos a Marx o si la obra fotográfica debe tener un mensaje político más allá de la estética; entonces, ellos fueron mis dos maestros: don Manuel era más poeta, y Parodi nos forzaba a pensar que teníamos que rascarle más a la imagen, que tenía que tener un contexto socioeconómico político”.

 

EN CHIAPAS

Al terminar la preparatoria en el Colegio Americano, Antonio Turok se fue a vivir a Chiapas, donde residía su hermana Marta. Transcurría 1973 cuando el joven fotógrafo captó las primeras imágenes y retratos de las comunidades chiapanecas:

“Era 1973, mi hermana, que es antropóloga, estaba ahí, yo la fui a visitar un verano y me quedé, me fascinó lo que estaba viendo ahí; yo llegué a un mundo como si me hubiera subido a una nave espacial y hubiera sido secuestrado por la locura, ¡imagínate! Llegaba a los pueblos indígenas y jamás habían visto un hombre blanco; tengo fotos de gente que nunca había salido de su pueblo, no conocían San Cristóbal; llegaba y las mujeres agarraban a sus niños y los escondían porque pensaban que iba a robar”.

Fue en las comunidades indígenas de Chiapas donde aprendió a tratar a la gente, a entablar una relación de amistad o de complicidad.

“En Chiapas aprendí toda esta relación de cómo romper el hielo; yo tampoco hablaba su idioma ni ellos el mío, pero tenías que aprender a romper el hielo; muchas veces era ir y no tomar fotos, luego volvía y no me tenían miedo, y con los años ya me fueron conociendo, hasta me invitaban a tomar fotos”, rememoró Turok.

De hecho, trajo a la memoria la cámara con la que fotografiaba en Chiapas y cómo convencía a la gente de las comunidades para captar imágenes.

“En 1973 traía yo una Pentax, posteriormente, entre 1975-1976, me compré mi primera Leica, pero de las tipo R (réflex), no tipo M. Era otro tipo de tiempos y de psicología de cómo acercarte a la gente; hoy en día todo es basado en la rapidez, en aquel entonces todo era lento, era una maravilla desde que llegabas con tu rollo y luego tenías primero que convencer a la comunidad de que pudieras tomar fotos, y después de que los convencías, regresar, armar tu cuarto oscuro y revelar el rollo. Igual me podía tardar diez o quince días en hacer una foto, hoy en día diez o quince fotos las haces en media hora, y antes no”.

¿Qué fue fundamental para que se quedara en Chiapas?

“Yo descubrí que había una riqueza escondida entre las comunidades indígenas; muy a mi sorpresa no eran como en Ciudad de México que los describían despectivamente como ‘eres un indio’. De pronto, empecé a llegar y a descubrir que había una inteligencia milenaria, haciendo que me acercara más y más a estas maravillosas comunidades”.

Lo demás es historia para fortuna de la fotografía en México, pues Antonio Turok fue uno de los fotógrafos que mejor contó con sus imágenes el levantamiento armado del EZLN en Chiapas en 1994, incluso las manifestaciones magisteriales de Oaxaca, imágenes impresionantes de la historia de México entre 1973 y 2017 que incluye en “La fiesta y la rebelión”.

 

“LA HISTORIA LA ESCRIBEN LOS PUEBLOS, NO LOS POLÍTICOS”

Con textos de David Huerta, Juan Villoro, Coral Bracho, Blanche Petrich, María Cortina Icaza, Eduardo Vázquez Martín y Ana Emilia Felker, en “La fiesta y la rebelión” (empastado, 22.2×28 centímetros), Antonio Turok documenta la historia de México a través de sus conflictos y manifestaciones, la calle o la vida cotidiana, el drama y la esperanza, con 170 impresionantes imágenes en blanco y negro donde parece que hay una confianza, diálogo o complicidad entre el fotógrafo y la gente, sin que necesariamente esté posando.

—  ¿Qué busca captar de la gente que fotografía?

“Mi estilo era hacerme invisible, que la cámara no fuera un elemento que agrediera, siempre tuve un amplio respeto cuando  llegaba a una comunidad indígena, pues muchas veces era llegar pero no tomar fotos, hasta que se diera un diálogo, entonces la gente empezaba a tener ya cierta confianza.

“Pero también tengo influencias de grandes fotógrafos como Cartier Bresson, Koudelka, Eugene Smith, muchos de estos fotógrafos que son pioneros de la fotografía, pues también los llegué a conocer a través de don Manuel Álvarez Bravo y Alejandro Parodi, nos decían ‘fíjense en estos fotógrafos’.

“Me siento muy afortunado, diría que soy medio aventurero, así como los viejos fotógrafos que se iban a recorrer el mundo, como el fotógrafo Desiré Charney que llegó a México, de los muy primeros que fotografiaron ruinas, aspectos arquitectónicos, algunos aspectos humanos; para mí ha sido simplemente ser un personaje que narra a través de su cámara, ciertos aspectos de una época, como pintar un mapa”.

¿Por qué le interesa contar la historia de su época a partir de la gente cotidiana, de la calle, y no a través de los presidentes, gobernadores, presidentes municipales?

“Bueno, porque la historia la escriben los pueblos, no los políticos. Primero hay que entender que me considero un fotógrafo humanista sobre todo lo demás, nunca he pertenecido a un partido político, ni he militado; si tú ves ‘La fiesta y la rebelión’, nunca me he enfocado en los líderes, siempre ha sido un sentido más poético, más cotidiano, donde mi interés ha sido retratar mi época, qué es lo que estaba sucediendo en estos cuarenta y tantos años, desde los 70, 80, 90, 2000, ¡ya voy para el tostón de fotógrafo!”.

Foto: Cortesía-Antonio Turok

“DE TODOS LOS PERIODISTAS Y FOTÓGRAFOS MUERTOS, TODAVÍA NO HAY UN SOLO CASO RESUELTO”

Fotógrafo de la cotidianidad de la calle, Antonio Turok es conocedor de la realidad que se vive en el país, por eso reconoce sobre la violencia imperante en el incipiente sexenio del Presidente Andrés Manuel López Obrador:

“López Obrador recibe un país muy adolorido, muy descompuesto, sin una posibilidad real de gobernabilidad; vemos en las noticias que la violencia no ha cambiado. No quiero hablar mal de López Obrador, al contrario, quisiera que le fuera bien, pero a ver si no le pasa lo mismo que Calderón, que le quedaba muy grande la manga cuando se puso la chamarra militar, a ver si no le pasa lo mismo a López Obrador, pero no veo que él esté atendiendo lo que tanto prometió durante la campaña; entonces, sigo con muchas dudas”.

En torno al asesinato de periodistas en México, donde suman 147 homicidios de comunicadores desde el año 2000, de acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, lamentó:

“Es una barbaridad, estamos entre los primeros cinco países con más periodistas y fotógrafos muertos del mundo, se supone que vivimos una democracia o un Estado de Derecho, pero eso es todo lo contrario”.

Hacia el final de la entrevista con ZETA, Antonio Turok sentenció: “El caso de México es todavía dramático porque de todos los periodistas y fotógrafos muertos todavía no hay un solo caso resuelto; vamos para dos años de la muerte de Javier Valdez y no se sabe nada, entonces dices ‘ah caray, que oficio más difícil’”.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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