Es una película tibia donde dos jóvenes con fibrosis quística se conocen en el hospital y qué creen… pues se enamoran.
Cole Sprouse, de la serie “Riverdale”, es uno de los protagonistas de esta historia evidentemente dirigida al público adolescente, pero el verdadero talento aquí es Haley Lu Richardson como Stella, la chica que no puede acercarse más que un par de metros a este muchacho llamado Will.
Stella está a la espera de un trasplante de pulmón mientras que Will tiene, además, una infección bacteriana de uno en un billón que podría contagiarla. Por eso la distancia.
La joven es obsesiva con las reglas y vaya que estos dos pacientes están rodeados de limitantes, pues de eso depende su calidad de vida.
Obvio lo que sigue es ver cómo la rebeldía propia de la edad, las hormonas y el primer gran amor hacen que todo concuerde para que estos personajes busquen su propio camino y defiendan la libertad que su estado de salud les ha negado.
Para que todo funcione, este par deben ser opuestos. Ella es estricta, él es todo lo contrario, así que juntos se complementan y se dan lecciones, además de compartir experiencias hasta llegar al punto de compartir sus cicatrices tanto físicas como emocionales.
La idea es que todo mundo saque el pañuelo y para esto veremos cuanto truco posible fue concebido desde la dirección facilona de Justin Baldoni, un manipulador tras la cámara que sólo tuvo a su favor la buena facha de Sprouse y una actuación tan notable de Richardson que habrá que tenerla en el radar para futuras cintas. Tal vez este sea el comienzo de un buen camino. **
Punto final.- Qué difícil es ver “Never Look Away”, de Florian Henckel von Donnersmarck. Casi imposible, diría yo.
