Sirva la presente para saludar a todo el personal de ese prestigiado semanario, y pedir respetuosamente tenga a bien incluirla en la sección correspondiente.
Ya celebrados los tratados de Ciudad Juárez, cuyo punto fundamental era la renuncia de Porfirio Díaz, y el compromiso de Francisco I. Madero de respetar la vida del octogenario y de su familia, y una vez que abandonó este último el país de manera definitiva con rumbo a París, hubieron de celebrarse en México nuevas elecciones, en las que resultó ganador el apóstol de la democracia, como ya se anticipaba. Terminaba así la primera parte de la Revolución Mexicana.
Era la gran oportunidad del anhelado cambio. El país venía saliendo de un régimen de más de 30 años de gobierno autoritario y represor. Brillaba en los ojos del pueblo la luz de la esperanza. A partir de allí nada de abusos, nada de prebendas. Gobierno honesto, austero, cercano al pueblo.
Como era lógico, Madero tenía que integrar su equipo de trabajo, su gabinete presidencial. Y para eso debía elegir a los colaboradores idóneos para el puesto, teniendo el cuidado de que esos colaboradores tuvieran el mismo espíritu de servicio. Los mismos valores que el presidente, que compartieran sus objetivos.
Entre ellos se apresuró a ponerse a las órdenes del presidente, el tristemente célebre Victoriano Huerta, un viejo militar porfirista. Posiblemente con la intención reconciliadora e incluyente, Madero aceptó el ofrecimiento, nombrándolo Jefe de las fuerzas armadas. Cabe decir que “la cucaracha” no era el único elemento proveniente del antiguo régimen.
En retrospectiva, la decisión de Madero de incluir en su equipo de trabajo a porfiristas, como el ya mencionado, tendría su costo, mismo que habría de pagar con su propia vida. Solo algunos meses después de tomar posesión, es traicionado, hecho prisionero y asesinado junto con el vicepresidente Pino Suárez, en el periodo conocido como la “Decena Trágica”.
Es inevitable hacer la comparación entre Madero y el presidente López Obrador. Su actitud de apertura, conciliadora, de borrón y cuenta nueva, más que popular me parece muy inteligente. Con ella se asegura de no volverse blanco de ataques. Nulifica su peligrosidad para aquellos que pudieran tener en su haber cuentas pendientes. Pero también, hablando de su equipo de trabajo, es innegable que hay quienes lo rojo, azul o amarillo lo traen tatuado en los huesos. Que si bien pudieron y supieron, con la experiencia, sacar ganancia del río revuelto, poniéndose a las órdenes del presidente para encargarse de tal o cual área específica, también es cierto que no han sido lopezobradoristas de siempre, y que su religión partidista y política data de más tiempo que el transcurrido desde el 1º de julio a la fecha, día en el que dicha doctrina y convencimiento sufrió un conveniente acomodo. Confío en que dichos personajes y todos sus movimientos, habrán de ser objeto de escrutinio permanente y detallado por el presidente, experimentado como es, sabedor de que aunque sean doctos en algún área, con conocimientos y experiencia que pueden sumar a la nueva transformación del país, en algún momento y con afán protagonista, pueden pretender fungir como Caballo de Troya, a fin de provocar desestabilización e implosión del gobierno en funciones. En fin, esperemos que no suceda y que López Obrador sepa evaluar continuamente a sus colaboradores, y tomar las decisiones que más convengan a la nación, en el marco de la cuarta transformación.
Atentamente,
Lic. Alfredo Flores Ramírez
Tijuana, B.C.
Correo: lic.alfredofr@hotmail.com