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jueves, febrero 15, 2024
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“En la literatura no hay géneros”: Rosa Espinoza

 La escritora mexicalense ganó el Premio Estatal de Literatura en la categoría de Poesía con “Cuadernos de la dispersión”, título que publicará este año el Instituto de Cultura de Baja California. “De pronto hay un impulso de contar algo. El resultado, en términos de lenguaje, resulta más que un relato, un poema o una combinación de las dos”, refirió a ZETA la autora

Una de las autoras más importantes de la literatura actual bajacaliforniana es la escritora Rosa Espinoza (Mexicali, 1968). Apenas en 2017 la narradora celebraba el Premio Nacional de Narrativa “Dolores Castro” por “Postales de Inglewood”, cuando al siguiente año recibió la noticia de que había ganado el Premio Estatal de Literatura 2018, en la categoría de Poesía, con el poemario “Cuadernos de la dispersión”.


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Otorgado por el Instituto de Cultura de Baja California (ICBC), el Premio le fue concedido a Rosa Espinoza con “Cuadernos de la dispersión”, de acuerdo con el Jurado, “… por considerarlo un trabajo equilibrado, sin estridencias, que logra apuntes muy acabados sobre la soledad, la sexualidad y la melancolía propia de prejuicios sociales e históricos impuestos al género, a través de una voz poética clara y un ritmo sostenido que le da unidad y cadencia al conjunto”.

El poemario será publicado por el ICBC este año, uniéndose así al acervo de ganadores del Premio en los certámenes previos.

“Ganar un premio en el Estado ha sido muy importante para mí. Es como mi fe de existencia. Me siento muy agraciada en formar parte de este grupo de autores a los que se les ha reconocido con este premio”, reconoció Espinoza en entrevista con ZETA, al tiempo que confesó sus primeras lecturas o textos, algunos pormenores de su poemario ganador y la forma en que concibe la literatura.


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DE MEXICALI

Editora, narradora y poeta, Rosa Espinoza reveló a ZETA que fue de su abuela Rosario Bojórquez de quien heredó el placer por la lectura en Mexicali: “Leí mucho por culpa de mi abuela, que vivía con nosotros a falta de la madre. Compartíamos la habitación. Como no apagaba la luz hasta entrada la noche, me puse a leer con ella lo que tenía a la mano. Y pues eran las colecciones Reader’s Digest de novelas románticas”.

Fue en la época de la preparatoria cursada en el Colegio de Bachilleres Plantel Mexicali (Cobach) donde Espinoza leyó a los autores de la literatura universal; ya no hubo marcha atrás como lectora.

“En la preparatoria mis amigas cercanas acudían a un taller de creación literaria y en las charlas yo no tenía cabida, no sabía de qué hablaban (autores, libros), así que me puse a leer literatura de verdad y fue durante mucho tiempo lo que un amigo me compartía: literatura rusa, varios autores aparecidos en antologías; el que recuerdo más, desde luego, Dostoyevski. Después acudía a las librerías, fue cuando a mi vida entraron los autores latinoamericanos: Cortázar, García Márquez, Borges, Juan Rulfo, Paz, Bioy Casares, Silvina Ocampo, y ya más tarde, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Margarite Duras y una larga y desordenada lista de géneros y autores”.

¿Cómo empezaste a escribir tus primeros textos literarios?

“Creo que como a muchas y muchos, lo primero fue leer, luego el impulso de imitar lo que se leía. Tenía 14 años cuando intenté hacer mi primera novela. Al releerla y reírme un poco con mis amigas, entendí que no era cosa de sentarse frente a la máquina -sí, máquina de escribir, soy viejita-, así que claudiqué un buen tiempo, hasta que mi hermano Alejandro, teniendo 16 años, era invitado frecuente a presentaciones y lecturas colectivas, pues asistía a un taller con Óscar Hernández, que promovían en Actividades Culturales de la UABC. En esas tertulias me di cuenta que eso era lo que quería, pero no estaba segura de cómo empezar. Seguí leyendo”.

Foto: Agustín Reyes

 

“COMENCÉ UN PERIÓDICO MURAL DE POESÍA”

Sobre todo con el impulso de las lecturas de la literatura universal, Rosa Espinoza empezó a escribir y publicar en un periódico mural de poesía, mientras estudiaba la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) Campus Mexicali, entre 1989 y 1993.

“En mi etapa universitaria, con algunos poemas guardados por ahí, comencé un periódico mural de poesía, mismo que mantuve hasta mi egreso; La Curiana, se llamaba. Ahí compartía mis cosas, recibía retroalimentación y publicaba el trabajo de otros poetas o narradores de la misma escuela (hoy Facultad de Ciencias Humanas). Al formar parte de este pequeño círculo, me uní a un taller de lectura y escritura con Jorge Aguirre de Santiago.

“En éste leíamos con meticulosidad muchos autores y hacíamos ejercicios de escritura creativa. Gracias a estas actividades los miembros del taller participamos en pequeños encuentros literarios con los alumnos de Roberto Castillo Udiarte, que era maestro de la Universidad Iberoamericana, Campus Tijuana. Ahí compartí mesa con Alejandra Rioseco, Rubén Olachea, Regina Swain, Javier Fernández y Rafa Saavedra -éramos más, pero son los que recuerdo-. Ahí supe que la cosa, al menos para mí, sí iba en serio”.

Después del periódico mural de poesía en la UABC, ¿cómo empezaste a publicar o en qué plataformas?

“Tardé mucho en publicar. Bueno, a los 50 años, mi edad actual, te das cuenta que no pasó tanto tiempo, pero desde mi primer poema hasta nuestros días, mi trabajo no vio la luz en algún medio (formal) hasta mis 29 años, cuando apoyé el proyecto de Olga Angulo y María Edma Gómez, la revista Aquilón. Viento del norte. Mientras les asistía en la edición y el diseño, ellas me animaron a mostrarles mi trabajo y publicaron mis poemas.

“Una experiencia anterior a ésta, fue la revista Yubai (UABC), de la que fui editora muchos años y en la que aprendí, a través de los dictámenes y de la obra de otros. Esta publicación me formó más como editora, pero escribía y editaba las entrevistas que realizaba a pintores, sobre todo. En ese mismo tiempo mis textos aparecieron en la revista Tierra Adentro también. Para ubicarnos en el tiempo te puedo decir que fue entre 1992 y 1998”.

 

EL POEMARIO GANADOR

Durante 25 años, entre 1988 y 2013, Rosa Espinoza laboró en el Departamento de Editorial Universitaria de la UABC. Actualmente guionista en la UABC y editora en CETYS Universidad, su primer poemario es “Señero” (Pinos Alados, 2014); le siguió “Postales de Inglewood”, Premio Nacional de Narrativa “Dolores Castro” (Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura, 2017).

Su tercer libro, “Cuadernos de la dispersión”, ha sido merecedor del Premio Estatal de Literatura en  la categoría de Poesía; al preguntarle sobre el origen del título, la autora rememoró:

“Me voy a ver horrible con esta respuesta, pero seré sincera: el material es un conjunto de poemarios que sentía inconclusos. Les fui dejando de lado por concentrarme en otros intereses o por el exceso de chamba o por miedo y nunca los sentí concluyentes. Cuando los reuní y les di esta forma ya me convencieron. Me di cuenta de las verdaderas razones por las que le puse así, ‘Cuadernos de la dispersión’, cuando la periodista radiofónica, Verónica Ortiz, me hizo la misma pregunta y al responderle concluí que ésa era la verdadera razón del título”.

Sobre todo en la primera parte, titulada “Genealogía de tumbas”, pueden encontrarse diversas referencias a tu madre y abuela: “Abuela, de nuevo escribo de ti. Hablo de la danza apoltronada de tus tardes. Del cabello selva oscura. De tu fascinación por la injuria y el castigo”. Platícanos de estas alusiones muy personales presentes en tu obra.

“En esta parte del libro me remito a la remembranza de mis muertos, hablar de ellos desde mi visión personal e íntima a la luz de muchos años de por medio. Creo que es un ejercicio natural de quienes escribimos, hablar del pasado, de los muertos, de los que no están en físico, pero cuya presencia es indeleble e intentamos hacerla más trascendiéndolos en un poema”.

 

“YA NO SE SEPARA EL ENSAYO DE LA NOVELA Y EL POEMA”

Leer a Rosa Espinoza es encontrarse con una diversidad de registros, excepto el de la solemnidad, desde la nostalgia y humorísticos, hasta eróticos e irónicos, pero sobre todo pulula también la cotidianidad mexicalense: “En la canícula / dos líneas paralelas / convergen en un centro / sus extremos / mancomunados se funden en el hastío, / en la vacuidad esteparia / donde sólo las moscas rompen el silencio”, se lee por “Cuadernos de la dispersión”.

“No tengo una formación académica en la literatura. Llegué a ella porque había una inercia en mí que me atrajo. Pasé mucho tiempo queriendo ser narradora, hasta que salió un poema y me instalé ahí. Me sentí cómoda, como aún me siento. Aunque narrar me gusta mucho también”, expresó para posteriormente argumentar sobre la diversidad de tonos en su obra.

“Participé en algunos talleres efímeros o de poca duración. Cuando tomé un Diplomado de Poesía con José Vicente Anaya (en 2003), que me tomó poco más de seis meses, sistematicé más mi escritura y con ello lo que tú dices: mi tono, mi forma de andar en las palabras, mi voz. De pronto me descubro con vuelos un poco altos, pero trato de aterrizar, porque busco ser comprendida por muchos, porque siendo joven, la poesía que me fue y sigue siendo entrañable, es aquella simple, de las cosas de la vida diaria”.

¿Por qué “Cuadernos de la dispersión” no es un registro de rasgos norteños explícitos, tal como algunos autores de la región que recurren constantemente o transcriben el habla coloquial del norte?

“No sé, no había reparado en ello. Aunque si te fijas bien, hay algo de paisaje. Y aunque no hay una referencia directa a mi entorno, como en otros poemarios, sí hay un poco de norte. Y ahora que lo preguntas, creo que no hablo como norteña. De pronto reniego mucho de estar en el norte. Yo soy más sur, a lo mejor por eso”.

Entonces se le cuestionó a Espinosa en qué sentido ha influido el norte, específicamente Mexicali, en su obra poética: “Vivir en un lindero no es cosa simple. He vivido literalmente a menos de cien metros de un cerco que se trasluce, se traspasa, que duele. A mí me duele esa limitación. Me duele porque al vivir tan cerca de la línea fronteriza participo de alguna forma del abandono, del periplo que transcurre la gente que es arrojada de ese otro país, cuando lo único que desean es una mejor vida a través de su trabajo.

“Soy una fronteriza que no tiene pasaporte desde hace de diez años. Cuando llegué a tenerlo no solía ir con la frecuencia habitual de mis conciudadanos. Crecí en ‘el gabacho’ sintiéndome despreciada. Mis únicos motivos para ir era la familia de mi madre y desapareció, y mis últimas experiencias al cruzar a Estados Unidos por la frontera de Caléxico fueron pura agresión. En todo eso ha influido el norte en mí”.

Las secciones “Genealogía de tumbas” y “Pulsar en estampida” están escritas en prosa poética, como narrados los textos; mientras que en “El breve impulso” y “Candor” los versos están separados por renglones. De hecho, en uno de tus poemas se lee: “No me fijo en estructuras / ritmos o asonancias / el poema / canta o no / su propia contundencia”. ¿Cómo sabes cuando un poema será escrito en prosa o en verso libre?, se le cuestionó finalmente a la autora cachanilla.

“En el caso de mis poemas breves, éstos suelen ser apuntes para que sean poemas más largos. Algunos los comparto en las redes sociales y busco continuarlos. Otras veces por sí solos deciden quedarse así.

“De pronto hay un impulso de contar algo -lapidó Rosa Espinoza hacia el desenlace de la entrevista con ZETA-. El resultado en términos de lenguaje resulta más que un relato, un poema o una combinación de las dos. Creo que a estas alturas en la literatura no hay géneros. Ya no se separa el ensayo de la novela y el poema. Eso es maravilloso”.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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