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jueves, octubre 10, 2024
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Vice

Dick Cheney es ya considerado el vicepresidente más poderoso en la historia de Estados Unidos, y la tarea de Adam McKay de llevarlo a la pantalla grande, es toda una hazaña.

Para su fortuna tuvo a Christian Bale para asumir un personaje que generacional y culturalmente le es ajeno, pero qué importa cuando se es un actor con su preparación, extraordinario talento y experiencia.

Esto es tan crucial para el osado director porque es Bale quien saca adelante las escenas aun cuando el guion, que además escribió, no oculta sus flaquezas, por ejemplo, no le apuesta del todo a la comedia negra cuando debió hacerlo por la manera en que perfiló al protagonista.

La narrativa juega mucho con las líneas del tiempo, vuelve al pasado para mostrar a un joven Cheney perdido por el alcohol y la parranda, sin un futuro visualizado que terminaría por forjarle su esposa Lynne (Amy Adams), una universitaria empeñada en romper el círculo clasemediero de una familia marcada por la violencia del padre.

Cómo Cheney llegó a convertirse en una figura de la Casa Blanca en la era Bush, eso es lo que esta película expone, desde sus primeros pasos como interno, la tutoría de Donald Rumsfeld (magistralmente interpretado por Steve Carell), su encuentro con los Bush, sus intereses en la iniciativa privada a través de la petrolera Halliburton, hasta la compleja relación con su hija mayor, Mary, quien por ser gay termina sobreprotegida por un padre que llega a ser una figura estelar del partido conservador republicano.

De pocas palabras y mirada fría, el Cheney de Bale es un hombre que observa más y dice mucho menos, calculador, no necesariamente muy preparado, pero a lo sumo ambicioso. Es, pues, el político de hoy en día, el que acecha y asesta el golpe en beneficio propio sin importarle el futuro de la sociedad que lo eligió.

Claro está, entonces, que la mirada de McKay va en contra de su personaje principal, al que expone con una severa crítica que podría haber sido más seria si se hubiera ahorrado riesgos como ese final alterno que viene a la mitad de la cinta o la aparición absurda de Alfred Molina como un mesero que ofrece todo tipo de tortura en tiempos de la guerra de Irak, sobre todo después de haber explicado con suma inteligencia los intereses que llevaron a dicha intervención militar injustificable.

Estos vaivenes impiden que el largometraje crezca, pese a que Bale, de nuevo, logra distraernos de los errores u omisiones con esa interpretación que en sí vale por todo el largometraje. Esperemos su nominación al Óscar sin más ni más. *** y media.

Punto final.- 22 de enero, cinco de la mañana hora del Pacífico. A ver qué sorpresas nos tiene preparadas la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood…

Autor(a)

Gabriela Olivares
Gabriela Olivares
gabriela@zeta.com
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