Así que ahora el “antihéroe” es un mutante lleno de culpa tras la muerte inesperada de su novia, Vanessa.
Envuelto en un nuevo mundo, Deadpool sigue siendo el mismo: socarrón, rudo, atrevido, vulgar y efectivo para combatir a los malhechores.
Nacido una y otra vez de la desgracia, en esta secuela no se molestaron gran cosa por dar un paso más allá, luego de haber afianzado bien el terreno con la primera película dedicada a contar el origen de Deadpool (Ryan Reynolds).
Ahora, asentado en su nueva realidad, el personaje básicamente viaja al pasado y de ahí se lanza al futuro tratando de salvar a Firefist (Julian Dennison) de la sed de venganza de Cable (Josh Brolin).
En el trayecto habrá una banda fallida de antihéroes llamada X-Force que solo tendrá como sobreviviente a la suertuda Domino (Zazie Beetz) y, luego, la misión de arreglar el problema entre Cable, su familia y Firefist antes de que una tragedia realmente suceda.
Cabe la sospecha de que en estos juegos, con el tiempo el director David Leitch abrió también la puerta para la sucesión de los “Avengers” porque en el universo de “Deadpool” queda claro que los buenos nunca mueren.
Esta historia que puede parecer medianamente interesada termina bien expuesta por el innegable talento de Ryan Reynolds para llevar el rol estelar de nuevo hasta sus últimas consecuencias, con esa lengua viperina que dicen también es tan característica de este actor que no es difícil imaginarlo improvisando diálogos.
Una vez más Reynolds es la película, y con su ingenio para hacer comedia negra, la idea funciona con toda naturalidad como si este antihéroe fuera, una vez más, necesario en la cultura popular de hoy en día.
Finalmente, no esperen otra cosa sino una dosis reforzada del mismo Deadpool, un personaje que al menos con esta segunda entrega no ha quedado agotado. ***
Punto final.- Que la Fuerza los acompañe en el cine este fin de semana.