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martes, octubre 1, 2024
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The Florida Project

Hay algo en el cine norteamericano de 2017 que se concentró en los enormes problemas de los lugares más pequeños, donde las nulas oportunidades, la pobreza material y del alma, la falta de respeto a la mujer y de plano la impunidad, son la escena cotidiana.

De “Tres espectaculares en Ebbing, Missouri” a “Frozen River” y ahora este bombazo del cine independiente, la crítica hacia los problemas torales en el país vecino adquieren un carácter universal, sobre todo porque en el caso de esta película la protagonista es Moonee (Brooklynn Prince), una niña de seis años de edad que vive, junto con Halley (Bria Vinaite), su madre, en el Magic Castle, un motel de quinta cercano a Walt Disney World.

Las condiciones en que esta pequeña está creciendo no son las óptimas. Acompañada por sus amigos -donde se suman Dicky y Jancey-, la protagonista habita un lugar decorado como un palacio rosa que dista mucho de serlo.

Cuando los chicos quieren nieve, piden dinero y comparten un cono, entran a sitios prohibidos y son capaces de todo, desde bajar la palanca de la luz y dejar a los huéspedes sin aire acondicionado en el verano extremo de Orlando, hasta incendiar una casa abandonada y, sin saberlo, quedar expuestos ante las autoridades.

La diferencia es que mientras los cómplices reciben castigos y se les prohíbe juntarse con Moonee, a esta chica la madre todo le solapa, pues, al igual, es su compañera en actos cotidianos de rebeldía en un mundo donde no parece haber cabida para ellas.

Sin embargo, sobreviven. Para comer se atienen a los platillos que por la puerta trasera les entrega a Ashley, la mamá de Scooty (Christopher Rivera), quien es mesera en una cafetería cercana. Cuando tienen que pagar el alquiler compran perfumes falsificados y los venden como buenos en los hoteles de lujo que se ubican por la calle de los Siete Enanitos. Y si se trata de celebrar un cumpleaños, piden un aventón para ver más de cerca los espectáculos nocturnos con luces artificiales de Walt Disney World.

Madre e hija tienen, además, un protector tácito: Bobby (Willem Dafoe), el gerente del motelucho que, además de lidiar con este par, batalla a diario con los inquilinos que han hecho de los cuartos su domicilio permanente. Estos son los miserables en los Estados Unidos de hoy en día.

En el fondo hay una justificación a la criminalidad que poco a poco surge en una madre que no ve ahora sí que pelos ni color cuando se le ocurre pedirle a Moonee que tome baños largos mientras echa a andar un negocio de prostitución en línea.

Es sobrevivencia al fin y al cabo, sin emitir juicios, porque lo que claramente busca el magistral director Sean Baker es exponer la derrota cotidiana de estos personajes marginales que coexisten tan cerca y tan lejos de lo que nunca habrán de tener de facto.

Por eso, cuando al final vemos a Moonee frente al Castillo de la Cenicienta, la fantasía de esta salvaje, traviesa y maleducada niña se convierte en una tragedia creíble que, en resumidas cuentas, es lo que esta película explora de manera genuina, en bruto y con compromiso. Bien por Brooklynn Prince y por Dafoe. Esperemos nominaciones. ****

Punto final.- Los personajes de “La forma del agua” también parecen ser muy marginales. Esos monstruos que nada tienen que ver con las monstruosidades que los victimizan.

Autor(a)

Gabriela Olivares
Gabriela Olivares
gabriela@zeta.com
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