El escritor francés fue distinguido con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances y presentó su libro más reciente “Conviene tener un sitio adonde ir” (Anagrama, 2017). “México es uno de los países en el mundo donde es peligroso ser periodista, expreso mi solidaridad y mi admiración con todos los periodistas que siguen ejerciendo este oficio tan difícil y tan peligroso aquí en México”, expresó a ZETA el autor
Una de las figuras de la literatura mundial que tuvo una agenda bastante nutrida durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) fue el escritor francés Emmanuel Carrère, quien recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances en la edición 31 del acontecimiento literario más importante de habla hispana.
Además de compartir un diálogo titulado “Mil jóvenes con Emmanuel Carrère” y presentar su más reciente entrega, “Conviene tener un sitio adonde ir” (Anagrama, 2017), el escritor se mostró contrariado al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances el sábado 25 de noviembre de 2017:
“Debo confesar que estoy un poco triste porque este magnífico premio ya no lleva el nombre de Juan Rulfo. Porque ‘Pedro Páramo’ y ‘El llano en llamas’, que descubrí cuando tenía unos veinte años, han sido de las experiencias más fuertes en mi vida de lector. Libros mágicos, libros intensos, libros misteriosos como la carrera de su autor -aunque la palabra ‘carrera’ no va bien con Rulfo-, pienso que valdría más hablar de destino: uno de esos destinos que Enrique Vila-Matas colocaría en la genealogía de Bartleby. No debe haber sido fácil vivir un destino así”, expresó Carrère bajo la traducción del francés, a cargo de Dulce María Zúñiga.
Lo más esperado de la entrega del citado premio fue el discurso que Carrère compartió en torno a la ficción y “no ficción”, a propósito de su labor escritural como escritor y periodista.
Entre la ficción y no ficción
Autor de obras como “De vidas ajenas”, “El adversario”, “El bigote”, “Limónov”, “Una semana en la nieve” o “Una novela rusa”, en su cátedra Emmanuel Carrère confesó ante aproximadamente dos mil personas reunidas en el Auditorio Juan Rulfo que “no se sabe” bien dónde se sitúa la frontera entre la ficción y la no ficción:
“Empecé como autor de ficción y a medio camino me dediqué a escribir eso que a falta de un mejor término se llama no-ficción. Digo ‘a falta de un mejor término’ porque nunca ha sido muy satisfactorio, es una definición negativa -aunque también se hable de pintura no-figurativa o de música atonal-, y además porque no se sabe muy bien qué es la no-ficción. Dónde comienza, dónde termina, dónde se sitúa la frontera con la ficción. Comparemos con el cine. En el cine las cosas son claras. Por un lado hay películas de ficción, que la mayoría de la gente llama ‘películas’ a secas; y por otro lado están las películas documentales. Por mi parte, he hecho de las dos: una película de ficción, una documental; la segunda, a mi parecer, es mejor que la primera. En ese caso se puede decir que la frontera entre la ficción y el documental es permeable”.
Luego, el guionista y director de películas como “Back to Kotelnitch” y “The Moustache” manifestó:
“Se puede decir que muchos buenos cineastas se mueven en esta frontera como Charlie Chaplin al final de una de sus películas más bellas: con un pie de un lado, un pie del otro, y los aduaneros persiguiéndolo en ambos lados. Se puede decir eso, pero me parece que para distinguirlos existe un criterio muy simple que es éste: en una película de ficción los personajes son encarnados por actores, mientras que en documental tenemos a los personajes mismos”.
A diferencia de las definidas fronteras entre las películas y los documentales, tocó el turno a la literatura:
“Muy bien. ¿Pero en literatura? ¿Cuál sería el equivalente de ese criterio? Se podría decir que no lo hay. Sin embargo, yo creo que hay uno, muy simple también: son los nombres propios. Los personajes que tienen nombres imaginarios, inventados por el autor, sin correspondencia con la realidad son personajes ficticios. Es posible hacer que digan o piensen lo que uno quiera. Es prerrogativa del novelista: tiene acceso ilimitado al interior de sus creaturas, porque son sus creaciones, y no tiene ninguna responsabilidad ante ellas. En cambio, si pinta un personaje real y elige utilizar su nombre verdadero, corre el riesgo de que ese personaje proteste si algo no le gusta y, si fuera el caso, hasta podría demandar al autor judicialmente.
“Parece algo sin importancia este asunto de los nombres reales, pero eso define dos relaciones radicalmente diferentes entre el libro y la realidad que describe o afronta. Un autor de ficción es el amo absoluto. La realidad del libro es su realidad interior. Mientras que un autor de documentales o, si se prefiere, de no-ficción, arriesga a someterse a lo que la realidad exterior implica en términos de imprevisibilidad y de potencialidad peligrosa”, concluyó Carrère.
El periodismo en primera persona
El guionista, director de cine y escritor, también llevaba su libro de periodismo “Conviene tener un sitio adonde ir” (Anagrama, 2017), mismo que congrega una miscelánea de crónica, reportaje, artículo de opinión y ensayo.
A propósito de su ejercicio también periodístico reflejado en “Conviene tener un sitio adonde ir”, el escritor expresó a ZETA en torno a los 38 asesinatos de periodistas durante el sexenio de Enrique Peña Nieto y 111 comunicadores ejecutados del año 2000 a la fecha, a su vez documentados por Artículo 19:
“México es uno de los países en el mundo donde es peligroso ser periodista, expreso mi solidaridad y mi admiración con todos los periodistas que siguen ejerciendo este oficio tan difícil y tan peligroso aquí en México; además, diría que el periodismo es una forma de literatura que presenta los peligros del oficio”.
— ¿Cuál es su argumento en cuanto al uso de la primera persona en periodismo como recurso narrativo, reflejado en “Conviene tener un sitio adonde ir”?
“A partir del momento en que escribimos libros que no son ficción me parece normal utilizar la primera persona, no por exhibicionismo o narcisismo, sino por humildad, que consiste en decir ‘lo que estoy narrando es lo que he oído, entendido, visto, sentido; solo yo lo siento así, no es una verdad revelada’; y esto me parece una precaución, pero además, un principio de escritura y testimonio”.
La tradición rusa del Siglo XIX
Emmanuel Carrère (París, 1957) es uno de los autores franceses que ha escrito obras relacionadas con la cultura rusa, como “Una novela rusa” (Anagrama, 2007) o “Limónov” (Anagrama, 2012), además de sus crónicas de viaje por aquel país.
— ¿Podría hablarnos de sus influencias de la tradición de la literatura rusa?, sobre todo del Siglo XIX con Dostoievski o Tolstoi, o siglos anteriores con Pushkin, inquirió ZETA.
“Yo no sé si es el caso aquí en México, pero en Francia tengo la impresión de que la gran literatura rusa del Siglo XIX forma parte de la cultura francesa, como si fuera algo completamente amalgamado a la cultura francesa, entonces, cualquier persona que conozca la literatura francesa forzosamente conoce también a Dostoievski, Tolstoi, Chejov, pero no tanto a Pushkin, porque es un autor muy difícil de traducir, se pierde mucho con la traducción; si uno sabe leer ruso uno se da cuenta que con la traducción se pierde mucho de Pushkin.
“A Tolstoi, por ejemplo, lo adoro, me encanta; Tolstoi es un autor muy transparente y se pierde muy poco en la traducción; en el caso de Dostoievski es un poco más complicado porque justo hay muchas traducciones de Dostoievski que son insuficientes porque son demasiado correctas, demasiado elegantes.
“La prosa de Dostoievski es una prosa a veces no muy perfeccionada, con muchas repeticiones, como una especie de pesantez, con mucha frecuencia hay muchas cosas que se pierden con la traducción porque pretenden hacerlo más elegante, y con esa elegancia se pierde mucho del autor”.
— ¿Cómo resuelve lo ético y lo moral al momento de hacer literatura relacionada con temas como el religioso en “El reino”, o el crimen como en “El adversario”?
“Es un muy diferente escribir un libro como ‘El adversario’ y escribir un libro como ‘El reino’, porque si usted habla de los primeros cristianos, de los apóstoles, de los evangelistas, bueno ése es un tema que me apasiona, pero ahí no se arriesga a hacer sufrir a nadie con ese tema, puede uno lesionar ciertas convicciones, pero hasta ahí.
“Y cuando uno escribe un libro como ‘El adversario’ uno se encuentra frente a una responsabilidad moral muy fuerte, cuando estás escribiendo un libro como ‘El adversario’, te hace llorar, es complicado”.
De Truman Capote a Juan Rulfo
Después de Rusia, a pregunta expresa de ZETA, el autor se refirió a autores americanos, sobre todo a Truman Capote y Juan Rulfo:
“Ciertamente leí ‘A sangre fría’ de Truman Capote, y para aquellos que no lo han leído, recomiendo que lo lean, porque me parece que es uno de los grandes libros de la segunda mitad del Siglo XX; es una novela que es una especie de sombra que se proyecta, sobre todo en los escritores que buscan a partir de una historia criminal, pero cuando uno lee ‘A sangre fría’ debe buscar su propia voz.
“Tengo admiración y amor por las dos obras de Rulfo, no se separa de mi gusto por lo fantástico, de mi gusto por los fantasmas, por los muertos que viven entre los vivos; admiro a Rulfo, un escritor muy admirado, importante para los escritores como por los amantes de la literatura; pero, por ejemplo, también me encanta Stephen King y es un autor de best seller, porque me encuentro que es un autor extraordinario que escribe con muchísima eficacia, que logra abordar temas como el miedo de una manera que le da profundidad humana”.
En todo caso, Carrère concluyó en torno a las influencias literarias: “Todos los escritores tenemos gustos muy eclécticos y recibimos influencias que son sumamente variadas, no buscamos copiar un libro o un autor, aunque yo diría que al principio sí queremos copiar al autor que admiramos, pero sí podemos decir que nos forman, nos nutren todos a quienes hemos leído, y cuando uno está en el proceso de escribir un libro, si ese proceso es abordado de la manera correcta, tendremos la impresión que todas las lecturas nos nutren; me refiero a que puede ser una influencia que te enriquece, que te nutre, una influencia preciada. Los libros, los periódicos, incluso la gente que cuenta, todo puede ser una influencia”.