Miguelito andaba feliz, tenía los zapatos, solo falta ir a recogerlos a casa de su tía. Por fin estaba listo para ir a su primer día de clases en secundaria. Como el hijo mayor de una familia de jornaleros, las esperanzas de los suyos estaban puestas en él. Como buenos padres, estaban dispuestos a hacer cualquier sacrificio para que su hijo no tuviera que romperse el lomo en el surco. Entrar a secundaria era un paso enorme en ese contexto de dificultades económicas, culturales y sociales que, desde 1521, les ha tocado enfrentar a los pueblos originarios.
Presuroso subió a su bicicleta y arrancó por los zapatos, bajaba por la terracería que comunica el centro de Colonet con el Rancho Tres Hermanos, de donde salió seguramente distraído el ingeniero Luis, a quienes los jornaleros apodan “El Texas”. La vida del adolescente náhuatl y “El Texas” coincidieron en tiempo y espacio de la peor manera, cuando el Ranger rojo del ingeniero agrícola pasó por encima de la bicicleta y el cuerpo de Miguelito quedó tendido, ensangrentado. El destino lo puso en la peor de las disyuntivas: “ayudar a su víctima o mantener su pellejo fuera de la cárcel”. Su ética no alcanzó para hacer lo correcto y huyó.
Los lugareños vieron todo y pronto le avisaron a la familia del chamaco; cuando agonizaba vio a su madre y alcanzó a decirle que le dolía. Llegó la policía antes de que un vecino pusiera su carro como medio de traslado, su presencia solo sirvió para impedir la transferencia del niño a un hospital, pues los ineptos calculaban una muerte inminente y exigían esperar a Semefo.
Solo la rebelión de los suyos hizo que Miguelito pudiera ser trasladado en un carro que apenas funcionaba. Llegó con vida a Díaz Ordaz, el bendito Grupo Cóndor lo subió a su ambulancia y a toda prisa se dirigió a la clínica 13 de Mayo, de la colonia Vicente Guerrero. Los médicos hicieron lo que pudieron, pero poco podían logran con el escaso instrumental que contaban, había que trasladarlo a Ensenada, pero la ambulancia equipada esperaba el resultado de unas cesáreas y no sabían si habría complicaciones, nadie daba la orden de partida y Miguelito se moría. Indignado, el chofer tomó la decisión y montó a los paramédicos a regañadientes, insurrectos, arrancaron rumbo al Hospital General de Ensenada. Cuando habían avanzado unos 100 kilómetros, se dieron cuenta de que el aparato que podía mantener al corazón latiendo del niño estaba fallando, tuvieron que regresarse a Díaz Ordaz para cambiarlo y nuevamente rumbo a Ensenada. El padre de Miguel lo acompañaba angustiado, le daba ánimos, sentía rabia, pero también un sentimiento de íntimo orgullo por la fuerza con la que su hijo se aferraba a la vida.
Cuando llegaron a la ciudad, el tráfico y la poca civilidad de un conductor les impidió avanzar con rapidez. A siete minutos de llegar al hospital, Miguel no pudo más, murió con el tórax molido, la columna quebrada y la cabeza partida en tres pedazos.
Han hecho todo para que se haga justicia, pero son indígenas y en este país de racistas son tratados como subhumanos. El ingeniero, aunque la acción de huir lo hace inelegible para los beneficios del Nuevo Sistema Penal Acusatorio, está libre. Su familia que, en un primer momento manifestó culpa y se ofreció a “ayudar”, hoy, respaldados por el ministerio público precedido por Dennis, acusan de imprudencia al chamaco y amenazan a la familia de Miguel para que dejen las cosas como están.
Aunque en condiciones muy difíciles probablemente Miguelito estaría vivo si el gobierno federal y estatal hubiese cumplido con su promesa de construir un Hospital General en San Quintín, lo prometieron al calor de la rebelión que en 2015 encabezaron los que nacieron sin suerte, pero no cumplieron. Estas son las cosas que lo indignan a uno.
Gracias a Silvia Rivera, gobernadora indígena, por ponerme en contacto con la Familia Eleazar Pablo.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com