Esta es la tercera entrega de la trilogía, y vaya manera de cerrar con broche de oro con esta pieza de ciencia ficción sumamente bien hecha y muy reflexiva, donde tenemos a Caesar (Andy Serkis) enfrentando al coronel americano que tan bien encarna Woody Harrelson.
El líder que llevó a los simios a la reflexión -claro, tras un fallido experimento que los dotó de otras capacidades- debe salvar a su especie que ahora es víctima de la esclavitud de los humanos, quienes luchan por recuperar el planeta.
Un factor que fundamenta muy bien esta historia es la lucha que tanto los humanos como los simios emprenden contra su extinción. Por eso el director Matt Reeves tuvo a la mano toda la fuerza narrativa necesaria para hacer creíble el conflicto persistente de Caesar que, contrario a Koba -el mono que quería vengarse de los humanos por sus actos de crueldad-, todavía cree que pueden coexistir con el homo sapiens.
La pesadumbre de la guerra es lo que termina dándole fuerza a esta secuela emocionante, profunda, bien pensada, tal vez no tan divertida, porque eso no es lo que buscó el guionista Mark Bomback apoyado por la pluma de Reeves. Ambos fueron capaces de llevar todo hacia una épica batalla muy bien lograda tanto por el bando de Harrelson, como por el de Serkis.
La pretensión evidente es darle al espectador veraniego algo más que acción y unos estupendos efectos visuales. Aquí lo que se busca es que los personajes tengan garra, el dilema sea verosímil, los enfrentamientos brutalmente convincentes y, al final, uno se lleve un buen recuerdo de este Planeta de los Simios en su nueva versión, que resulta ser tan memorable como sus antecesores de 1968, y claro, la propia novela de Pierre Boulle. ****
Punto final.- ¿Qué pueden hacer juntos Christopher Nolan, Tom Hardy, Kenneth Branagh y Mark Rylance? “¡Dunkirk!”.