¿Recuerda usted a Humberto Moreira Valdez? ¿Sí? El político coahuilense que inició su carrera siendo profesor de secundaria allá por 1985, de la mano del Partido Revolucionario Institucional (¿acaso podría ser de otra forma?), y que así fue ascendiendo en cargos gubernamentales durante 30 años, siempre en calidad de “profesor comisionado” por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Fue funcionario en la Secretaría de Educación Pública; alcalde de Saltillo, Coahuila; secretario de Educación de Gobierno en Coahuila; además de gobernador de ese Estado de 2005 a 2011, hasta que solicitó licencia para ser electo presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, justo cuando designaron a Enrique Peña Nieto como candidato a la Presidencia de la República.
Priista de esos de hueso colorado, Moreira hizo todo lo posible y lo comprable, para complacer la candidatura de Peña Nieto. Fue señalado de haber desviado dinero del presupuesto del gobierno de Coahuila para campañas electorales, incluida la del hoy Ejecutivo federal. Dejó una deuda de más de 33 mil millones de pesos en aquella entidad y fue señalado por este motivo, tanto que hubo de renunciar a la presidencia nacional del PRI, “para no empañar la candidatura” de Enrique Peña Nieto.
Pero no le fue mal. La lealtad al partido y a su candidato le fue pagada con un trato digno en las investigaciones que sobre su persona había, al heredar semejante deuda a los coahuilenses. En 2012 la Procuraduría General de la República lo absolvió por falta de pruebas al no poder comprobar la contratación ilegal de créditos.
Priista intocable los siguientes años, Moreira vivió en el ostracismo político, pero sin problema alguno. Hasta que en enero de 2016, fue detenido en el Aeropuerto Barajas Adolfo Suárez en Madrid, España. Fue la Fiscalía Nacional Anticorrupción la instancia que lo investigó y ordenó su captura por blanqueo de dinero y malversación de fondos. Le habían echado el ojo luego que el gobierno de los Estados Unidos investigara y aprehendiera a varios de los funcionarios que fueron en la administración de Moreira, y se asume que también al ex presidente del PRI lo indagaban. Además, en España sospechaban de la vida que se daba en aquel país, donde estudiaba un postgrado, vivía decorosamente y de manera regular recibía dineros que no podían comprobar su origen.
Reporteros de España documentaron y así publicaron que Humberto Moreira fue un mexicano apresado en el extranjero que gozó de muchos privilegios, como que inmediatamente la Embajada de México en aquel país se pusiera a su disposición e incluso que personal de la PGR de mucha confianza de la entonces procuradora Arely Gómez, litigaron a favor del ex presidente el PRI. Como es de suponerse en esas condiciones, el ex gobernador de Coahuila fue puesto en libertad y regresó a México.
Acá siguió defendiéndose de todo lo que se le sospecha en México y en Estados Unidos, y se dio el lujo que no tienen muchos profesores de secundaria que han dedicado su vida a la enseñanza: su jubilación fue aprobada por el SNTE con poco más de 37 mil pesos mensuales, gracias a sus tres décadas como “profesor comisionado”, o sea, que no dio clase, estaba en otras cosas.
Todas esas sospechas sobre Moreira, incluso una donde es señalado de relacionarse con el narcotráfico, y las de las dudas sobre el origen de la deuda de los arriba de 33 mil millones de pesos de Coahuila, la de haber patrocinado campañas electorales, la que prevalece en Estados Unidos y la que lo puso tras las rejas en España, no lo han llevado ante los tribunales, pero sí lo arrojaron a la vergüenza política. El PRI lo desdeñó, y el Presidente no lo invitó a nada en su gobierno.
Renegado, Moreira confió demasiado en su carisma y personalidad pública de teflón, y se lanzó como candidato a diputado plurinominal por un hechizo partido político de Coahuila, el Partido Joven, de cuyos orígenes, miembros, ideología, financiamiento y proyecto, poco o nada se sabe. Eso fue suficiente para que finalmente en el Partido Revolucionario Institucional lo expulsaran en abril de este año.
Ya sin el fuero tricolor, y como es de suponer junto al Partido Joven, perdió las recientes elecciones -aún en discordia- en Coahuila. No han logrado ni el 3 por ciento en la elección para diputados, mínimo requerido para obtener una diputación plurinominal, cuya lista encabeza Humberto Moreira. Lo increíble no es que haya recibido apenas unos cuantos votos aun con el historial de sospechas que se carga, sino que en la lona de la derrota, acuse a su ex partido , el PRI, y a su hermano Rubén Moreira (todavía gobernador de Coahuila), de haberle “robado la elección”, de aliarse los tricolores para despojarlo de los votos y dejarlo sin la curul local. Es decir, tener al ex priista acusando a los priistas de fraude electoral, es uno de esos casos que son la excepción al principio popular aquel de que “entre gitanos no se leen la mano”.
Lo increíble es que en México haya tal grado de cinismo en la política, que conocidos mapaches electorales acusen a conocidos mapaches electorales suyos, de robarse una elección, y que además amenacen con tomar plazas, hacer manifestaciones “como nunca antes vistas” para defender los votos de los electores.
México es eso, un país donde el surrealismo es tan cotidiano que un ex gobernador que dejó a su Estado en deuda, que dirigió el PRI y se sospecha lo financió de manera opaca, que fue detenido por una Fiscalía Anticorrupción en España, beneficiado con una jubilación de una profesión que no ejercía desde hace 30 años, y que en Estados Unidos ven con lupa, pueda seguir en la dinámica electoral, y, además, habiendo encabezado el PRI, acuse fraude y robo de elección.
Increíble el caso de Humberto Moreira, pero más el de la idiosincrasia mexicana que lo mantiene políticamente vivo.