Como nada puedo darte,
nada te pido tampoco;
cómo ofrecerte miserias,
mi vida vale tan poco
Mi corazón pobrecillo,
juguete roto y deshecho,
que de miedo a lastimarse
ya no se mueve en mi pecho.
¡Amor, sería una vergüenza!
El pobre ya es un mendigo
que en sus harapos de ensueño
se esconde pidiendo olvido.
¿Qué pues te voy a ofrecer
si están mis manos vacías?
No es justo que yo te dé
tristezas por alegrías.
Tú eres la aurora que llega,
yo la tarde que se va,
porque envolverme en mis sombras
la noche se acerca ya.
Adiós, se acerca la hora
mira el sol, ya va a morir;
yo me voy y tú te quedas,
nada te dejo al partir.
Alberto Torres Barragán
Tijuana, B.C.