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martes, febrero 20, 2024
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Templo cívico México: su pasado, presente y futuro (Novena parte)

A Lerdo le tocó inaugurar el primer ferrocarril que hubo en México, en un trayecto de 640 kilómetros de la capital a Veracruz. Aunque Juárez fue el que lo inició, el sucesor cosecha los aplausos, pero por supuesto no faltaron críticas que acusaran a Lerdo de abulia y obstaculizar la construcción de más ferrocarriles. Tenía fama de ser anti-yanqui y de haber acuñado la frase “entre nosotros y ellos el desierto”.

El gabinete lerdista estuvo formado la mayor parte de su administración por los mismos hombres que habían servido a Juárez. A principios de 1876 se celebrarían nuevos comicios y se manifestó por reelegirse. Los porfiristas se declararon en rebelión como protesta por el fraude que ni siquiera se había consumado, pero Lerdo contaba con el apoyo de militares muy capaces que en breve tiempo controlaron la revuelta. Las elecciones se celebraron en el verano y el congreso las declaró válidas en septiembre, otorgándole el triunfo arrollador a Lerdo. Con lo que no contaba éste era que su viejo amigo y compañero José María Iglesias, a quien le había cedido la presidencia de la Suprema Corte y, consecuentemente, la presidencia de la República, en su calidad de magistrado jefe de la Suprema Corte, declaró ilegal la calificación emitida por el congreso y anunció que Lerdo debía entregar el puesto a su sucesor legal, o sea al vicepresidente. José María ocupó la presidencia de 1876 a 1877.


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Varios generales y políticos tomaron el partido de Iglesias, el gobierno quedó dividido y con esto se facilitó a los seguidores de Díaz la tarea de imponer el triunfo de su caudillo. Iglesias huyó a San Francisco, California y Lerdo a Nueva York, donde vivió hasta 1888 en una modesta casa de huéspedes. En realidad, Lerdo solo desempeñó el papel de puente entre la época de Juárez y la de Díaz.

En los orígenes de Juárez y Díaz, hay mucha similitud. Porfirio Díaz nació el 15 de septiembre de 1830, en un cuartucho del Mesón de la Soledad, en Oaxaca. Su padre, José de la Cruz, administraba el establecimiento, en el que alquilaba pesebres y rincones donde dormían los arrieros. Cuando el gran personaje del futuro tenía tres años de edad, su padre murió. Doña Petrona Mori, madre viuda, tuvo que abandonar el lugar e instalarse en una casa de las orillas de Oaxaca, donde ganaba una miseria tejiendo rebozos en compañía de sus tres hijas. Porfirio se vio en la necesidad de trabajar desde que tuvo uso de razón: además de él, su madre debía mantener a su otro hijo, Félix, el más pequeño de la familia.

Su padre, José de la Cruz y la señora Petrona eran indios mixtecas con levísima mezcla de español. Ambos representaban el prototipo del mexicano “luchón”, que se las ingenia para vivir aún en las más difíciles de las adversidades.


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Mientras estudiaba la primaria, Porfirio fue aprendiz de carpintero y de zapatero. Cuando llegó a la adolescencia consiguió ser admitido en el seminario de Oaxaca, y para ayudar a su familia aprendió a reparar carabinas y pistolas. Alto y fortachón, a base de golpes y pedradas se hizo en un medio que lo menospreciaba por ser pobre. Se dice que llegó a portar machete bajo la capa de seminarista, y muy pronto se convirtió en el terror de sus compañeros.

Cierto día, un prominente abogado de Oaxaca, llamado Marcos Pérez lo empleó para que le diera clases de latín a su hijo. Pérez era un zapoteca y dirigente del partido liberal. Cobró afecto a Porfirio, y en las frecuentes visitas a su casa le transmitió los principios del partido liberal que el joven abrazó con pasión porque representaba el mejor recurso para abrirse paso en el ambiente dominado por los conservadores.

Continuará.

 

Guillermo Zavala

Tijuana, B.C.

Autor(a)

Carlos Sánchez
Carlos Sánchez
Carlos Sánchez Carlos Sánchez CarlosSanchez 36 carlos@zetatijuana.com
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