Gareth Edwards dirigió “Godzilla” hace dos años, y desde ahí, las dudas respecto a su capacidad para echarse a cuestas el reto de contar la historia justo antes del inicio de “A New Hope”, el Episodio IV de la saga de “Star Wars” parecían rebasarlo.
Todo lo contrario. Edwards probó aquí ser un maestro de la narrativa cinematográfica, capaz de trabajar con personajes no tan extraordinarios como los Jedi, pero con suficiente pasión y garra como para encabezar a la rebelión casi agónica frente al imperio que prácticamente ha dominado la galaxia por medio del terror.
Felicity Jones como Jyn Urso, y Diego Luna en el rol de Cassian Andor, no conocen el poder de la fuerza pero desde niños han vivido bajo el yugo imperial. El caso de Jyn es muy explícito, la hija de Galen Erso, un científico (Mads Mikkelsen) a quien se le ha obligado a construir el arma más poderosa de todos los tiempos: la Death Star.
Tras el asesinato de su madre y el secuestro del padre, la niña es rescatada por Saw Guerera (Forest Whitaker), el líder de los extremistas rebeldes que más adelante veremos en la batalla por Jeddha, el planeta de los Jedi.
Cuando de nuevo nos topados por Jyn, la joven está en prisión, sabe cómo manejar un arma y zafarse de cualquier situación de alto riesgo. Su liberación y la encomienda de la agónica rebelión da pie a que todo en esta cinta encaje perfectamente: un piloto imperial enviado por Galen Erso le cuenta a Guerera los planes del Death Star y el mensaje llega a oídos de la insurgencia, que idea enviar a la chica para conseguir esta información.
Cassian debe acompañar a Jyn a Jeddha, donde se suman al equipo el místico Chirrut Imwe (Donnie Yen) -diestro en el poder de la Fuerza- y su esbirro Baze Malbus (Jian Wen), además del piloto afortunadamente soplón Bodhi Rook (Riz Ahmed). Para completar el grupo está el maravilloso K2 SO (gracias Alan Tudyk), un robot imperial que ha sido reprogramado pero que tiene los diálogos justos para dar ese toque de sarcasmo que se necesita para romper la tensión.
Lo que sigue es una mezcla de adrenalina y nostalgia donde vemos a Darth Vader mostrarse por primera vez como el público lo vio cuando el estreno de “Star Wars” en 1977. En aquel entonces la gente hizo filas eternas para echarle un vistazo al futuro intergaláctico ideado por George Lucas, y ahora de nuevo ha esperado para hurgar en el pasado esos cabos sueltos que todo lo explican.
Se nota que Edwards entendió esto muy bien y buscó satisfacer esa necesidad valiéndose de un trabajo brillante de efectos visuales que incluso permiten revivir personajes sorpresivos que uno tiene que ver para creer.
Bravo por el guion de Christ Weitz y Tony Gilroy, por su ritmo perfecto, astucia para desarrollar estos personajes y armar cada escena con lo necesario para atrapar la atención del espectador, que no puede -ni quiere- perderse un detalle de “Rogue One”.
Finalmente el filme lo explica todo y nos deja de nuevo a la espera de lo que esta tropa de talentos tiene en la mira para 2017, cuando se estrene el Episodio VIII. ****
Punto final.- Ahora sabemos cómo los planos del Death Star llegaron a manos de la Princesa Leia. ¡Bien!