Peruano lleva más de 30 años en cárceles mexicanas; su familia pide ayuda a Peña Nieto
Su familia lo dio por muerto muchos años. No tuvo noticia de su paradero desde los años ochenta. La época de la internet ni se imaginaba. Hasta que lo supieron preso en México por atracar bancos. Ahora, en el declive de su vida, tras 30 años prisionero, lo quieren de vuelta en su patria, el Perú.
Es la historia de Juan Manuel Jara Murga “El Peruano”, quien a sus 62 años de edad, ve lejanos aquellos días de niñez en que corría tras un balón por los llanos de San Vicente de Cañete soñando con ser futbolista. En su encierro, aquel hombre despierta del sueño para recordar su pesadilla como carterista y asaltabancos. Se ubica en la realidad de su celda.
Una carta llegó a su familia en la década anterior. Jara contactó así con su familia. Le daba vergüenza contar lo que hizo con su vida. Sin embargo, el amor de una madre, de un montón de hermanos y de seis hijos ni le juzga, ni le olvida.
Martín Hilario Vicente Murga, quien de chiquillo vio partir a Juan Manuel, no pierde las esperanzas de volverlo a ver. Por ello, escribió una carta al presidente de México, Enrique Peña Nieto, a los funcionarios del Gabinete de Seguridad y al Embajador del Perú en suelo azteca, para solicitar clemencia para su fraterno.
La carta
En tres hojas de cuaderno, Martín, vecino de Los Olivos, en la capital peruana, explica la “situación triste y penosa” que vive Juan Manuel Jara Murga en el penal de máxima seguridad número 13 en Oaxaca, a donde llegó procedente del Cefereso 4 Noroeste, en Nayarit, tras peregrinar por varias cárceles mexicanas desde 1986 para compurgar dos sentencias: una de 30 años de prisión y otra de nueve años. Ambas por robo en bancos.
Asegura el hermano acongojado que desde 2011 ha buscado que autoridades mexicanas y peruanas concedan algún beneficio penitenciario o traslado del reo a su país para que concluya la pena en una cárcel peruana. Desafortunadamente no ha encontrado una respuesta positiva.
Martín Hilario aboga misericordia para su consanguíneo, quien según informes de la dirección general del Cefereso 13 Oaxaca, sufre de ácido péptico y daños en la visión. En el intercambio de correspondencia o cuando había oportunidad de que el preso llamara por teléfono, se quejaba de represalias y discriminación por su condición de extranjero.
“Nosotros somos familias humildes de bajos recursos y esto nos impide poder ayudarlo y visitarlo. En México no tenemos a nadie que nos pueda ayudar”, le dice al mandatario el intercesor de Jara Murga. “Señor Presidente mi familia y yo nos encontramos muy preocupados y angustiados”, insiste.
El 1 de julio de 2016, Juan Manuel cumplió la condena de 30 años de prisión que le fue dictada en el Juzgado Cuarto de Distrito en Materia Penal de Guadalajara por participar en atracos bancarios, entre 1984 y 1986. De la segunda sentencia, de 9 años de cárcel por otro “bancazo” ocurrido en 1990 en la misma ciudad, ya lleva compurgados unos dos años.
“Le pido a Usted que tenga clemencia, perdón y misericordia, y ayude a mi hermano, ya que tengo a mi madrecita de 83 años y lo extraña mucho, cada día se acuerda de él y vota (sic) sus lágrimas. Su esposa, hijos y hermanos pensábamos que estaba muerto desaparecido, pero Dios es grande y misericordioso que le da una nueva oportunidad para que lleve una vida correpta (sic) y justa”, ruega Martín.
Giro de vida
En entrevista con ZETA, Martín Hilario Vicente Murga, dice que se atrevió a escribir al presidente de México porque sabe que la libertad o traslado de su hermano al Perú es posible. Dijo que ha escuchado del artículo 18 Constitucional mexicano que establece que los sentenciados extranjeros podrán ser trasladados a su país de origen para que cumplan sus penas sujetándose a los Tratados Internacionales.
La tragedia de Juan Manuel ha movido su hermano a analizar leyes e investigar dentro de su familia. Así, Martín refiere que su fraterno vio la primera luz en Lima, el 12 de septiembre de 1954, aunque su infancia y adolescencia las vivió en San Vicente de Cañete, la tierra de sus padres. Aquel niño estudiaba la educación primaria cuando su padre -que era enfermero auxiliar en el Hospital 2 de Mayo, de la capital peruana- murió.
La madre, ama de casa, quedó viuda con siete hijos pequeños. Juan Manuel siguió estudiando mientras sus dos hermanos mayores trabajaban para sostener a la familia y la mamá se quedaba al cuidado de los menores. Así terminó Jara Murga el tercer grado de la secundaria.
El chico soñaba con jugar fútbol a nivel profesional. Participó en la liga de segundo nivel en su pueblo para los equipos Chalaco y Chacarita. La necesidad económica apremiante en casa le hizo buscar empleo en una panadería. También elaboraba dibujos que enmarcaba y salía a vender por las calles.
Luego vino el enamoramiento. Una mujer le robó el corazón y Juan Manuel dejó el hogar primario para mudarse al Huascarán, en Puente Caqueta, un territorio con mala reputación en los años setenta –asegura Martín Hilario- por la proclividad de algunos de sus habitantes a delinquir. La esposa de Juan le dio seis hijos, uno de los cuales falleció.
El cambio a la casa de su suegra y las malas compañías dieron un viraje a la vida del muchacho. Sus hermanos mayores, Grover y Pablo, que le buscaban para llevarlo a jugar fútbol ya no lo encontraban con facilidad. Juan Manuel hablaba de viajar para buscar mejores oportunidades de empleo, pero creían que era sólo una obsesión mal encausada, hasta que un día desapareció con algunos vecinos y se trasladó a México.
Los delitos
Martín Hilario es fruto, junto con dos hermanas, de un segundo matrimonio de la Viuda de Jara, pero aún y cuando era pequeño recuerda a su familiar como una persona respetuosa. Hasta ahora conoce un poco de la historia delictiva que mantiene a Juan en tras las rejas en México.
Jara Murga perpetró su primer delito grande al robar un banco en Guadalajara en 1984, antes sólo hurtaba carteras con algunos de sus paisanos en la Ciudad de México. Desde esa fecha y hasta el 20 de junio de 1986, cuando fue detenido, eran cuatro los atracos de la misma especialidad que se le atribuían. Manuel “El Chato”, de nacionalidad peruana, era el jefe de la banda, pero éste escapó.
Juan Manuel, que se cambiaba el nombre por los de Luis Miguel (o Luis Manuel) Rojas Suárez y Jorge Luis Delgado Gutiérrez, escapó junto con su compatriota José Ramírez González y otros 11 reclusos del penal de Puente Grande el 5 de agosto de 1989, en la evasión más importante en la historia de esa cárcel en Guadalajara. Dos colombianos que pertenecían al Cártel de Medellín habían financiado la escapatoria.
“El Peruano” fue recapturado el 10 de agosto de 1990 tras un nuevo robo bancario en la misma ciudad y enviado nuevamente al reclusorio de Puente Grande, de donde volvió a fugarse, aunque sólo por menos de una hora, el 13 de diciembre de 1990, cuando junto a otros tres reos salió del penal abordó un taxi y en la última caseta de vigilancia fue descubierto con sus compañeros de escape.
El 30 de julio de 1992 Jara Murga fue trasladado al nuevo penal de máxima seguridad del Altiplano, en Almoloya de Juárez, Estado de México (inaugurado en 1991); y, entre 2008 y 2011 fue reubicado nuevamente en prisiones federales, primero en el Centro Federal de Readaptación Social número 4 Noroeste en Nayarit, y posteriormente en el Cefereso número 13 CPS Oaxaca, donde actualmente se encuentra.
El interno solicitó beneficios penitenciarios en años anteriores, pero no prosperaron. Hoy tendría ese derecho de obtener su libertad anticipada o bien de ser enviado a su país para compurgar el resto de la segunda pena en una cárcel del Perú, pero la falta de abogado particular, la apatía de una defensoría de oficio y el olvido de las autoridades consulares le mantienen postrado en su fría estancia. La mamá de Juan Manuel no quiere cerrar sus ojos sin antes abrazar de nuevo a ese hijo al que tanto llora.