Conocer la vida interna de los partidos políticos en México es decepcionante para el militante que asume que los partidos son promotores del cambio, fortalecer el civismo y un liderazgo social ético. No se conocen ni aplican sus estatutos, menos cobran vigencia los discursos demagógicos de las campañas.
El corazón de un partido es explicar por qué gobernar y para qué propósitos alcanzar el poder; qué planes y proyectos de gobierno se implementan de llegar al poder; las estrategias para gobernar; quién debería de ocupar los cargos de responsabilidad por sus méritos, perfil y alcances; con qué argumentos y ejemplos de congruencia realizar las campañas y planes de gobierno. Pero lo único que funcionaría es la presión y movilización social.
Los jóvenes son promesa y futuro, pero siguen marginados socialmente y tratados como menores de edad, pese a su potencial. Pero sin capacitación ni actualización educativa, productiva, cultural y política. Lejos promover el debate plural, del ejercicio de la ética, la tolerancia, el diálogo público, y la profundización de la crítica y autocrítica.
Los partidos son omisos de responsabilidades fundamentales en la comunidad. Los partidos deberían de sembrar la autogestión en las comunidades con un gran esfuerzo de capacitar a simpatizantes y activistas para formar sus cuadros y buscar las soluciones por medios legales donde se sume la voluntad de la gente y no solo en tiempos electorales. Al contrario, se han convertido en zánganos de los presupuestos públicos.
Los líderes llegan a una concentración popular y no escuchan a los sectores, no conocen directamente sus problemas de la comunidad, no importa por la “apretada” agenda del líder.
Los iluminados, llegan tarde, ya lo “saben todo” y tiran su rollo y como “aviadores” se van al aeropuerto.
¿Diálogo productivo? ¿Choque de opiniones? ¿Debate argumentado? ¿Balance de aciertos y errores? ¿Autocrítica en serio? Solo ausencia de ideas y acción efectiva presumen los Partidos.
Molesta, irrita, a los mandamases y es políticamente incorrecto en los partidos escuchar y atender a ciudadanos.
Y los Precisos, Mesías y Tlatoanis están en todas las parroquias. Empapados de soberbia, prepotencia e ignorancia y falta realismo, sensatez y vocación de servicio.
Los partidos, deberían de ser instituciones organizadas para hacer ciudadanía despierta, reflexiva y consciente de oportunidades, responsabilidades y derechos. Proponer trabajo en la base social y la cultura de unidad en las acciones comunitarias, de asumir retos de reconstruir el tejido social.
Un partido político debería de ser un ejemplo de lucha social, acción imaginativa, honestidad, rendición de cuentas, de transparencia en el manejo de los recursos públicos.
Por ejemplo, habría que seguir de cerca los informes de resultados de Morena de apoyar centros educativos.
Hacer escuela con líderes y que formen cuadros y organización comunitaria de todos los niveles donde se eduque el talento en la idea de encabezar proyectos que respondan a las necesidades de sus zonas de influencia. Sería pedirle peras al olmo.
Los partidos se convirtieron en elites mediocres y rapaces, medios de control y mediatización, de rompimiento con la realidad y cómplices del saqueo de los recursos estratégicos. Ahí está “Pacto por México”.
Los partidos y organizaciones políticas deben de fomentar la crítica y la autocrítica como mecanismo de transformación y mejora continua. Debería ser la conciencia crítica de la sociedad, la punta de lanza de los cambios, la voluntad de limpiar vicios y rémoras que dañan y avergüenzan al País. Cuestionar y parar privilegios, raterías y abusos de instituciones, burócratas y funcionarios.
Cada partido político recibe anualmente del erario público, cientos y miles de millones de pesos, depende de la última votación. Pero no se ven resultados concretos que incidan en la formación de organizaciones que impulsen el desarrollo cívico de la ciudadanía, la ética en las decisiones, el comportamiento de convivencia urbana, la mejoría social y política. No se perciben expresiones positivas de sus agremiados, seguidores y simpatizantes. No hay cuentas claras a la sociedad del manejo de recursos, ni credibilidad.
La percepción social del sistema político mexicano es de parasitismo y de freno con miedo y engaños, estas y otras demandas sociales. ¿Sirve para rectificar esa realidad el INE? No lo hace, ni esperamos que lo intente sin presiones desde abajo.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es Académico del Instituto Tecnológico de Tijuana. Correo electrónico: hrgcuellar@yahoo.com