Lo que les voy a narrar
los niños se los merecen,
los abuelos les ofrecen
más de lo que deben dar,
arrumacos, apapachos
y un que otra desvelada,
haciendo nuestra niñez
bonita y afortunada.
Las abuelas son chiqueonas,
además consentidoras
y los abuelos son sabios,
divertidos y prudentes,
no importa que usen anteojos,
con poco pelo, o sin dientes,
algunos los traen postizos,
para morder con firmeza
lo que la abuela prepara,
con entusiasmo y destreza.
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En casa de los abuelos
diario hay dulces y juguetes,
que los nietos siempre encuentran
cuando van a visitarlos,
en cuanto entran a la sala
corren hasta la alacena
sin siquiera saludarlos,
ahí encuentran cosa buena,
todo lo que a ellos les gusta
y a sus padres les disgusta.
Libretas de colorear
y lápices de colores,
golosinas de sabores,
chicles para masticar,
caramelos, chocolates,
bombones y cacahuates,
esos nietos tan traviesos
son la alegría de vivir
de todos los abuelitos,
que nunca deben morir.
En el patio de la casa,
cuando la noche llegaba,
alrededor del abuelo,
a su lado los sentaba
y la abuela en la cocina
preparaba palomitas,
las repartía entre los nietos
y también a las visitas,
que lo escuchaban atentos,
cuchicheando con risitas.
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El abuelo les contaba
historias que él inventaba,
anécdotas de su vida,
aventuras de su infancia
que vecinitos y nietos
disfrutaban con prestancia,
mientras la abuela gritaba,
allá desde la cocina,
no se te olvide, Florencio,
tómate tu medicina.
Cuando un abuelito muere
los nietos sufren bastante,
porque al abuelo se le quiere
aunque se encuentre distante,
así, cuando van creciendo
aprenden a andar más lejos,
venerando su memoria
y siguiendo sus consejos,
recordando cada historia
que les contaban los viejos.
José Miguel Ángel Hernández Villanueva
Tijuana, B.C.
