Una vez, creyendo que me amabas,
cogí tus manos cual si fueran mías,
con tus dedos mis pulgares frotabas,
sin embargo: tus manos eran frías.
Tomé tus labios con sutil vehemencia
para besarlos candorosamente,
al palparlos noté tu indiferencia,
fingías sentir, mas todo inútilmente.
Quise agarrar tu cuerpo y estrecharlo
contra mi cuerpo para sentir bondad,
no encontraba la forma de animarlo,
todo sobresaltaba tu frialdad.
Por mantener cálida tu morada
y aquel calor que siempre me arrulló
debí cambiar tu gélida mirada,
pues poco a poco la flama se apagó.
Besé tu frente con mucha ternura,
toqué tu corazón un tanto incierto,
al besarte sentí tu frescura
y al tocarte… ¡éste estaba yerto!
José Miguel Ángel Hernández Villanueva
Tijuana, B.C.