En 15 años, los mexicanos hemos visto fracasar, en el combate al narcotráfico y al crimen organizado, a ocho secretarios de Gobernación, siete procuradores generales de la República, cuatro secretarios de Seguridad Pública y, a la fecha, tres presidentes de la república, incluyendo al que está en turno.
De 2000 a 2016, en contraparte, el narcotráfico se ha desarrollado y se ha diversificado a la vista de todos. Pululan las organizaciones criminales que se jactan de su violencia. Suceden más ejecuciones y la población adicta, ignorada por los gobiernos, también va al alza en un país donde la droga sucia ya se consume en casa.
A propósito de los foros sobre la legalización del uso, la producción y la venta de marihuana con fines recreativos, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, ha sacado a relucir su posicionamiento hacia la política antidrogas que ha prevalecido en México en los últimos tres lustros.
Primero dijo que no se debería castigar el consumo, asumiendo que las miles de personas que se encuentran en cárceles federales por el delito de narcomenudeo son simples adictos y no vendedores de droga; e ignorando que para saltar la ley, los vendedores de droga al menudeo cargan pequeñas dosis, las permitidas, para no ser acusados de narcotráfico y recuperar pronto su libertad.
Luego Osorio repartió culpas. Reprobó al gobierno del presidente Felipe Calderón cuando ya antes había criticado el hecho que en ese el último sexenio panista se persiguió a los narcotraficantes llamándoles por su nombre, su apodo y mostrando su foto, además de presentarlos como trofeos cuando de aprehensiones se trataba. Eso, argumentó en su momento, hizo que la población en vez de repudiar a los narcotraficantes terminara imitándolos, pues según su criterio, entonces los presentaban como héroes.
Pero esta vez el funcionario peñista fue más allá. Directamente acusó a la administración calderonista: “Conocemos el alto precio que trajo consigo la mal llamada guerra contra las drogas. Hay que decirlo, y decirlo claro: se partió de un diagnóstico equivocado y de una estrategia mal diseñada que generó una escalada de violencia sin precedente”. Reflexionó que en el pasado, en ese sexenio, pues, “las calles estaban vacías porque había enfrentamientos”. Y con ese argumento en la punta de la lengua insistió en la descriminalización del consumo, sin más ni más.
Antes que Osorio, Vicente Fox Quesada, presidente de México de 2000 a 2006, también arremetió contra la estrategia antidrogas de Felipe Calderón. Y recientemente el general Salvador Cienfuegos Zepeda, secretario general de la Defensa, refirió en Sinaloa que el Ejército a su cargo ahora se había involucrado en la persecución del narcotráfico porque las corporaciones civiles estaban corrompidas, pero que esa era una tarea que no le correspondía a las Fuerzas Armadas de México.
Felipe Calderón, el tercero en discordia, ha defendido su plan; aun cuando acepta errores en la estrategia, justifica que era lo que en su momento debía hacerse. Y ese particularmente es el problema del gobierno en México. No hay instituciones con programas definidos para el largo plazo, parte de una estrategia integral de combate al narcotráfico, que incluyan planes concretos, sólidamente fundamentados más allá de concentrarse en las aprehensiones de capos de “altos vuelos”, sólo porque las detenciones dan reflectores y por momentos hasta ofrecen algo de certeza a la población dependiendo de la capitalización del gobierno en turno.
A reserva de que el escenario pueda cambiar en los siguientes dos años y meses que le quedan al gobierno de Enrique Peña Nieto, las críticas del secretario de Gobernación son justificación vana que nos remiten al “momento” que estamos viviendo. Que no es menos caótico que el vivido en el sexenio de Felipe Calderón, ni menos desordenado que en la administración de Vicente Fox Quesada.
La realidad es que del año 2000 a la fecha ha habido una escalada en la violencia, los homicidios, las ejecuciones producto de enfrentamientos entre criminales han ido en aumento, lo mismo que la impunidad que fertiliza la creación de más cárteles, células criminales y de plano pandillas. En el México de hoy hay más criminales en las calles, que siguen estando vacías en estados como Tamaulipas, Michoacán, Guerrero. De uno a otro sexenio, los últimos tres gobiernos han errado a la hora de aplicar su política antidrogas y dirigir un combate fallido al narcotráfico.
Y pese al discurso del secretario de Gobernación actual se debe resaltar que no hay cambios visibles de una estrategia a otra, cuando lo único que se modifican son nombres, espacios, facultades entre secretarías, lo que equivale a la fachada cuando en el fondo los errores son los mismos.
Vicente Fox creó la Secretaría de Seguridad Pública y eliminó la Policía Federal que tomó forma en el sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León, y creó la Policía Federal Preventiva, la sacó de la facultad de Gobernación y la envió a la Secretaría de Seguridad. Fox, además, creó la Agencia Federal de Investigaciones. Policías federales que con el tiempo y debido a sus prácticas de corrupción, extorsión y la comisión de otros delitos, serían conocidos como los “AFIosos”.
El sexenio de Fox fue, en estos términos, tiempo perdido. Si hubo menos ejecuciones y menos aprehensiones fue porque en esos seis años los cárteles se organizaron y estructuraron sus células hacia un modelo organizacional-empresarial, para desencadenar lo que en el siguiente sexenio hicieron: la guerra de cárteles que llevaría a Calderón a proclamar en términos políticos una batalla campal contra las drogas. Con tres secretarios de Seguridad Pública, dos secretarios de Gobernación y dos procuradores, Fox no pudo contener el crecimiento de los grupos criminales.
Cuando Felipe Calderón Hinojosa llegó a la Presidencia de la República, lo que encontró fue el producto de la desatención y la accidentada estrategia de Fox: corporaciones policiacas corrompidas, la PGR infiltrada. Entonces concentró muchas facultades y todo el poder en la Secretaría de Seguridad Pública que depositó, con pobres resultados, en manos de Genaro García Luna.
Calderón eliminó la Policía Federal Preventiva y la dejó sólo en Policía Federal. La mantuvo en la Secretaría de Seguridad y le dio facultades investigativas. Los resultados: muchos amparos, criminales libres por los excesos de la Policía Federal, donde comandantes, delegados, comisarios fueron juzgados por corrupción.
El panista, ante el ambiente de corrupción e infiltración que predominaba en las corporaciones policiacas, federales, estatales y municipales, sacó al Ejército de los cuarteles, les dio la orden de investigar, perseguir, aprehender —de la mano del Ministerio Público Federal— a los narcotraficantes, y eso fue la hecatombe. Si bien es cierto que hubo resultados encomiables en la labor del Ejército, su falta de conocimiento de las leyes civiles se reflejó en la percepción ciudadana, que de entregarles la confianza se las fue retirando.
Enrique Peña Nieto llegó haciendo cambios de forma, por encimita. Con Osorio a la cabeza del gabinete de seguridad, desapareció la Secretaría de Seguridad, mantuvo a la Policía Federal de Calderón, pero la regresó —milagrosamente no le cambió el nombre— a la Secretaría de Gobernación, donde creó la Comisión Nacional de Seguridad. Y además creó la Gendarmería.
Sin que las corporaciones hubiesen atravesado por una depuración a partir de los mecanismos de control, evaluación y confianza que ejecutó Calderón, Peña Nieto regresó a los militares a los cuarteles cuando, además, ya estaban infiltrados, pero le dio a la Marina la encomienda de perseguir el narcotráfico. Cambió una Fuerza Armada por otra, pues. La estrategia es la misma de Calderón: departamentos de inteligencia de Estados Unidos en coordinación con áreas de investigación mexicanas ejecutan operativos de aprehensión en compañía de los marinos.
Peña, al igual que Calderón, también ha centrado sus esfuerzos en la detención de “grandes” capos, a quienes muestra como preseas (y los tuitea), ahí está el caso de Joaquín Guzmán Loera, a quien le torcieron la cabeza para que la prensa le tomara imágenes.
Los tres presidentes obviaron combatir el lavado de dinero, lo cual ha permitido el crecimiento del narcotráfico al mantener sus bienes, posesiones y billetes intactos, aunque sean prisioneros. Establecieron un débil proceso de aseguramiento de bienes que las familias de narcotraficantes han ido recuperando. No instituyeron una campaña contra las drogas para la juventud, niñez y sociedad en general. No invirtieron en oportunidades laborales, recreativas, culturales, deportivas, para alejar a los más vulnerables de las garras del narcotráfico.
Fuera de cambiarle de nombre a las policías, de pasar de la FEADS a la SIEDO, de dividir el país en regiones, de utilizar a los marinos en lugar de los soldados, con sus respectivas estrategias de combate al narcotráfico los tres últimos presidentes han tropezado con la misma piedra. Pero eso no le quita el sueño a Miguel Ángel Osorio Chong mientras promueve su visión de un México verde.