El lujoso Hotel del Coronado luce inusualmente ocupado en lunes por la noche. Mientras invitados a la cena de gala chocan copas y comparten risas en un pequeño lobby, en el salón principal, meseros encienden velas y colocan cubiertos en las mesas. En español, cuentan el número de sillas, coinciden con los 240 invitados confirmados. Al frente y justo al centro, la mesa principal es reservada para el ex presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, invitado de honor a la cena del trigésimo aniversario del Instituto de las Américas y quien será galardonado con el premio “Liderazgo en las Américas”. La celebración del Instituto, perteneciente a la Universidad de California en San Diego, fue reservada para el 18 de noviembre, a pocos días de que Calderón cumpla su primer año sin ocupar la silla presidencial. El ahora profesor de la Universidad de Harvard, fue considerado por la institución californiana como un ejemplo de liderazgo político en el manejo de la economía nacional y por su lucha contra el crimen organizado. Su visita a San Diego, patrocinada por las trasnacionales Sempra International y la minera canadiense Barrick, ambas beneficiados en el mandato calderonista con concesiones para construir gasoductos en Baja California y buscar oro en zonas indígenas de San Luis Potosí. Pasadas las 19:00 horas, ingresan los invitados al salón: Gastón Luken, ex diputado federal; César Moreno, alcalde electo de Tecate, y José Galicot, presidente de Tijuana Innovadora, entre ellos. Después de los discursos de bienvenida y el tradicional número de danza como reconocimiento de la cultura mexicana, la cena es servida. Después del plato fuerte, filete mignon con róbalo, el ex presidente de México es introducido. Richard C. Atkinson, quien fuera rector de la Universidad de California, lo anuncia como el principal combatiente del “inmenso problema de drogas, en el cual necesitamos reconocer que si nuestro consumo no fuera tan grande, este problema no sería lo que es ahora”. El México relatado por los estadounidenses es un país que vivió “una nueva era de progreso” encabezada por el mandato calderonista. “Bajo el amparo de la Ley, luchó en la batalla contra los cárteles de droga, estableció un programa de infraestructura ambicioso, modernizó la economía, promovió la cobertura médica universal”, los logros del ex mandatario son enlistados por Richard Hojel, presidente del Instituto de las Américas. A Calderón se le atribuye el fortalecimiento de las instituciones democráticas, el impulso de reformar para fincar la seguridad social, el libre comercio, la creación de 140 universidades. “Felipe de Jesús Calderón Hinojosa”, termina su discurso el anfitrión y de pie, los más de 200 invitados preparan el aplauso al ex presidente, quien con calma, sube al escenario para leer su discurso de aceptación. El ex mandatario dedica el galardón de cristal a “los esfuerzos del pueblo mexicano para hacer nuestro México más fuerte, próspero, libre y soberano”. Habla de los obstáculos que enfrentó en seis años: el virus H1N1, la recesión económica mundial y una sola mención del “incremento en violencia criminal”. Pero el ex presidente elige un tema central que ocupará los treinta minutos siguientes de la velada: la economía. Del gobierno de su sucesor, Enrique Peña Nieto, se refiere vagamente al afirmar “intenté impulsar una reforma energética todavía más ambiciosa, pero fue bloqueada en el Congreso”. Para arrancar carcajadas de su audiencia, Calderón hace mención del premio que ofreció para quien denunciara el trámite burocrático más inútil. Pero para escuchar aplausos, les habla del Seguro Popular –implementado en el gobierno de Vicente Fox– “ahora hay médicos, tratamientos y medicinas para cada mexicano que así lo necesite”. Como ejemplo del combate a la corrupción, el ex presidente elige otro ejemplo: la desaparición de la paraestatal “Luz y Fuerza”. De los apoyos sociales habla del desaparecido programa Oportunidades y de un programa de empleo temporal “en las comunidades más pobres del país” que pagaba dos salarios mínimos a quienes limpiaran sitios arqueológicos o turísticos. Cuestión de geografía. Los 57 pesos que esos mexicanos obtenían al día no son los ocho dólares por hora que tienen los californianos como referencia de “salario mínimo”. Sobre el tema migratorio, el segundo presidente panista, presume que gracias a su administración, la tasa de migración se redujo a cero entre 2009 y 2011. Aplausos tímidos se alcanzan a oír en el fondo del salón. Calderón comparte su receta de éxito presidencial “valentía y ambición”, cualidades que necesitarán los próximos líderes de México para tomar “decisiones correctas y asegurar un futuro prometedor”. A modo de conclusión, se honra por “servir a mi país en momento muy difíciles, pero no me quejo… ha sido para mí un doble honor y un singular privilegio que nunca podré agradecer lo suficiente”. Para cerrar el evento, la mesa directiva del Instituto de las Américas se levanta de sus asientos a espaldas de Calderón y con champaña brindan en honor al ex presidente. Cuidadoso, Calderón toma un sorbo para regresar la copa a la mesa. Siguen las fotografías protocolarias, las peticiones de autógrafos de los invitados a la cena, las felicitaciones, los “nos conocimos una vez en…”, personal de seguridad del hotel escolta a Calderón a la puerta de salida. ZETA tiene oportunidad de abordar al ex presidente para preguntar su opinión del actual gobierno de Peña Nieto y su “cambio de estrategia” en la lucha contra el crimen organizado, pero con un “ya hablé”, Calderón se deslinda de declaraciones y prefiere responder que ocupa su tiempo libre para estar con sus hijos. Pero esa noche, en territorio estadounidense, Felipe Calderón dejó a un lado los 83 mil ejecutados como saldo de la violencia desatada en el país durante su sexenio y se convirtió en el decimoquinto hombre en recibir la presea de “Liderazgo en las Américas”.