Mi abuelo Bonifacio era de Bocas. Una ranchería pegadita a San Luis Potosí. Me llevaba y traía de la escuela. Los sábados íbamos a las huertas. Terminábamos hasta el cogote y con bute en paliacate para llevar. A veces nos refrescábamos en el Río Santiago. De no haber arroyo y sólo charcos entonces era entretenida la cacería de lagartijas y sapos. Pero eso sí, cada domingo no fallábamos: Derechito a la plaza de toros “El Paseo”. Tendido de sol general. Le encantaban a mi abuelo las corridas. Siempre ilustrándome. Era infaltable tenerme parado y entre sus piernas. Así me protegía de las medias de mujer llenas de anilina. Volaban cual cometas. De repente y fugaces. Infortunado al que le alcanzaban. Quedaba manchado de color chillante. Siempre los “asoleados” las lanzaban antes del paseíllo. Quienes más temían tales proyectiles era “la currada”, que así le dicen en San Luis a los emperifollados.