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jueves, febrero 15, 2024
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Mi abuelo

Mi abuelo Bonifacio era de Bocas. Una ranchería pegadita a San Luis Potosí. Me llevaba y traía de la escuela. Los sábados íbamos a las huertas. Terminábamos hasta el cogote y con bute en paliacate para llevar. A veces nos refrescábamos en el Río Santiago. De no haber arroyo y sólo charcos entonces era entretenida la cacería de lagartijas y sapos. Pero eso sí, cada domingo no fallábamos: Derechito a la plaza de toros “El Paseo”. Tendido de sol general. Le encantaban a mi abuelo las corridas. Siempre ilustrándome. Era infaltable tenerme parado y entre sus piernas. Así me protegía de las medias de mujer llenas de anilina. Volaban cual cometas. De repente y fugaces. Infortunado al que le alcanzaban. Quedaba manchado de color chillante. Siempre los “asoleados” las lanzaban antes del paseíllo. Quienes más temían tales proyectiles era “la currada”, que así le dicen en San Luis a los emperifollados.

Una tarde el toro alcanzó al banderillero. Alargó el testuz y con el pitón derecho alcanzó la taleguilla del hombre. A la altura del corazón. Que si hubiera sido en el muslo le atraviesa. Pero no penetró el cuerno. “Fue por el bordado. Es muy grueso”, me dijo el abuelo. Eso sí, tal topetazo obligó a caída y asombro. Casi todos en los tendidos se pararon. Algunas damas soltaron “ayes” chillones y largos. Las cuadrillas y matadores entraron al quite. Embarcaron al animal para alejarlo de aquel ventrudo y cincuentón banderillero. Hasta la montera se le cayó. Nos dejó ver su calva. Pero ayudado por monosabios se levantó. Como si fueran médicos lo examinaron con rapidez. Al no verle heridas empezaron a sacudirlo. Algunos aficionados aplaudieron. Muchos rechiflaron. Pero la mayoría como que dejó escapar un resoplido de alivio. Apenas entró al callejón el banderillero se echó un buche de agua y otro en las manos ahuecadas para refrescar su cara. Vi cuando los matadores le daban unas palmaditas. El abuelo acercó sus labios a mi oído y señalando al trompicado me dijo: “Se atarantó”. Antes de preguntarle por qué, soltó un más o menos “…tarugo. Desde cuando salió el toro luego-luego se le vio. Se vencía para ese lado. Le entró mal”. Y como si me estuviera dando clase: “Fíjate en el siguiente animal. Nada más cuando lo reciba el peón. En los primeros capotazos vas a ver para dónde tira la cornada. Por eso lo corren, para que el matador se dé cuenta y entonces sí, le entra por el lado bueno con el capote”.


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Eran los años cuarentas. Lo recordé al ver y oír en el telediario al Presidente de la República. Nos pidió “…cultivar nuestro policía interior”. Eso leyó en un discurso. Algún ocurrente le metió entre líneas las palabras pronunciadas por el Mariscal Sucre hace dos siglos. Estoy seguro: El redactor del discurso presidencial no sabe quién fue este señor ni por qué lo dijo. A lo mejor por allí leyó que tal caballero sentenció a sus cercanos o lejanos “…cultivar la policía interior que debemos tener cada persona…” refiriéndose “…a los valores éticos y morales que cada uno debe autoimponerse en materia de comportamiento”. Así el señor Presidente discurseó el error de su redactor: Que todos los mexicanos denunciemos delitos y delincuentes. Hacen quedar a don Vicente como el banderillero. Desde que salió el toro se vio para dónde tiraba el derrote. Todos se dieron cuenta. Hasta los aficionados. Y no la midió a la hora de clavarle en el morrillo. Y Fox sabía antes de ser candidato y luego como Presidente para dónde iban las cornadas del narcotráfico. Ahora, tras cinco y pico de años, como al banderillero, a su gobierno lo ha zarandeado el toro mafioso. Igual: Unos le aplauden. Los más le rechiflan. Y sus gobernícolas entran al quite. Es cuando recuerdo a mi abuelo apuntando el error del banderillero: “Se atarantó”.

Con eso que el señor Presidente no lee periódicos ni cuenta se da. Valientes compañeros reporteros en todo el país señalan dónde están y cómo trafican los grandes mafiosos. Descubren y detallan rutas de droga. Conexiones en varias partes del país. También el extranjero. Pero de nada sirve. Es como cuando el aficionado le grita al banderillero: “¡Por ese lado no!”. Y sin oír consejo va al encuentro y viene el topetazo del toro. En este país las investigaciones periodísticas siempre van adelante. Atrás las de policías. Eso no sucede en América del Sur ni en Estados Unidos. Pero las procuradurías General y de los Estados no lo toman en cuenta. Sus jefes y agentes sí leen periódicos. Mas no son tarugos. Unos están metidos en la pandilla del narco y otros son como la gallina: Prefieren que se diga “aquí corrió y no aquí murió”.

Me da tristeza porque pusieron a leer al Presidente lo inexacto. Más o menos para que se entienda. Si uno va con los agentes y les comunica con toda seriedad “este es narco y aquí trafican”, sería tanto como pedir el fusilamiento por voluntad propia o contarle la vida íntima a Olga Warnot. Al rato todo mundo lo sabe.  Es que en los ayuntamientos, Estados, AFI, PFP y demás, hay tantos cómplices de la mafia que superan el número de narcos en el país. Está como eso que le escribieron y leyó el señor Fox: “…la gravedad que tendría para el futuro del país sembrar desde los medios de comunicación la idea de que los delincuentes representan una forma de éxito”. Primero, desde la Procuraduría han calificado a tales señores de “muy inteligentes”. Y segundo, los periodistas no les echan porras a los mafiosos. Resalta la incapacidad de policías. Corruptos. Vendidos. Traidores y ganones. Y en esto es desagradable oír cuántos agentes murieron luchando contra el narco. Mañosamente esconden la cantidad que están presos y dejaron las procuradurías para asociarse al narco. O hasta los que se suicidan por arrepentimiento.


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Por eso la PGR nunca captura capos. Siempre segundones. Operadores. Lava-billetes. Poquiteros, que son un grado más arriba de menuderos. Desde hace 10 años los grandes mafiosos fueron apañados por el Ejército. Los narco-policías son perversos pero no bobos. Para no cargar con el pecado siempre “solicitamos inmediatamente el apoyo de las Fuerzas Armadas”. Estos malvados en los que no se fija el Presidente sí saben lidiar con el delincuente. Se las ingenian. No como el banderillero de mi infancia. Del que dijo mi abuelo “se atarantó”. Por ese camino va el señor Procurador Cabeza de Vaca. Etiquetar más peligrosos a los menuderos que a los capos. Por Dios. Es querer acariciar a un león como si fuera gato. No se comparan. Ni en billetes, riesgo, fatalidad y soborno. El menudeo son las sobras del capo para sus pistoleros. Les pagan con droga en lugar de billetes. Ejemplo, pues, de ignorar el narcotráfico. Así como mi abuelo me enseñó sobre el toreo, a estos señores les hizo falta alguien que les ilustrara sobre el narcotráfico.

 

Escrito tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas,

publicado por última vez en noviembre de mayo de 2019.

Autor(a)

Jesús Blancornelas
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