Con un mes y tres días de diferencia, el cohete James Webb surca el cielo centroamericano, cruzando la zona de gravedad, buscando lo que el Challenger no pudo: subir a su destino aquel 28 de enero de 1986, que todos vimos con horror y derrota humana, explotar y caer en hierros retorcidos, con restos humanos de los siete tripulantes que iban a bordo del Challenger, el “Desafiador”.