Una vez más, el Presidente López Obrador arremetió contra el periodismo que le incomoda, que no le da la suave, que no lo alaba y, por el contrario, lo cuestiona; pero esta vez “la sacó del parque” cuando afirmó: “Por encima de la ley está la autoridad moral, y la autoridad política…”, con la que dice estar “blindado”, misma que le regatea a los demás.
Lo que sucede en Guerrero es tan sólo una muestra más de lo malo que acontece en buena parte del país y que ha empeorado desde el ascenso de Morena al poder.
Andrés Manuel sabe de historia y sabe cómo distorsionarla, sabe cómo ser parcial. Así, vanaglorió a Lázaro Cárdenas, un personaje que transitó sin pena ni gloria por la lucha revolucionaria de inicios del siglo XX; aun así, lo equiparó con Flores Magón, Francisco Villa, Emiliano Zapata, y Francisco I. Madero.
La soberbia es, pues, todo lo opuesto a la “humildad”. Una bien llamada virtud que consiste “en el (re)conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Algo que para los pseudopolíticos, resulta ajeno y que debería de ser una obligación, pues, al final, la naturaleza de la política radica en la colectividad.
Y así les sigue lloviendo a la gobernadora Marina del Pilar Ávila y a la alcaldesa de Tijuana, Montserrat Caballero, durante y después de la reciente tormenta que se registró en Baja California a inicios de esta semana.
20 años de fructífera trayectoria periodística truncados por las “circunstancias actuales”. O sea, estos “tiempos estelares” de la sedicente 4T, o, simplemente, “transformación”.
Como si el “horno estuviera para bollos”, la alcaldesa de Tijuana se toma esa atribución que vendrá a colapsar la atención medica que brinda el Issstecali, ya de por sí deficiente desde hace algunos años.
Tijuana merece un verdadero gobierno, a la altura de la importancia de nuestra ciudad. ¿Habrá entre los residentes de Tijuana alguien capaz de poder gobernarla como es debido? Lo dicho, “Terrible” el futuro del gobierno en nuestra ciudad.
Vivimos los estertores de un sexenio en que el culto al Presidente ha rebasado los niveles que antes criticaban los que precisamente hoy detentan el poder. Muchos han comprado la versión que confunde la popularidad con la eficacia para gobernar.
En cambio, del éxito de su gobierno no podemos hablar, pues la estrategia de seguridad definitivamente no ha funcionado. Cada víctima del crimen, organizado o no, debería ser motivo suficiente para dar un giro de 180 grados al timón. Pero no. Eso no es popular.