En su debut como directora, Anna Kendrick ha dejado en claro que es mucho más que una actriz popular al llevar a buen puerto la increíble historia de Sheryl Bradshaw, una joven que busca abrirse camino en Hollywood sin mucha suerte.
Hay pocos directores que se interesen por el romance y John Crowley afortunadamente es uno de ellos. En “Brooklyn”, demostró que sabe manejar el género sin rozar siquiera lo cursi, sino adentrándose en las poderosas emociones de quienes todavía se atreven a enamorarse.
Brendan Gleeson aparece como el odioso custodio del hospital psiquiátrico en el que ambos personajes se encuentran. Sabemos que el Guasón está recluido ahí porque debe cuatro vidas o tal vez cinco, incluyendo la de su madre, que siempre lo mantuvo bajo su yugo.
La coincidencia de la obra de Shakespeare con la realidad de los Mueller es gracias al ingenio de O'Sullivan para desarrollar la premisa y llevarla a su desenlace con un extraordinario trabajo de los Kupferer, padre e hija en la vida real.
Esa cotidianidad que pende de un hilo da tremendo vuelco cuando la abuela muere y al poco tiempo su padre vuelve a casa, después de haber estado en prisión. No se nos dice el delito que cometió, pero es obvio que no se reformó.
El intrépido personaje que fue tan popular a finales de los 90 vuelve a hacer de las suyas, ahora con Lydia Deets (Winona Ryder) ya como madre de Astrid (Jenna Ortega), una adolescente que vuelve a Winter River tras la muerte repentina de Clive, devorado por un tiburón.
Damian Mc Carthy es un director que hay que tener en la mira. En su cine evidencia el peso de la edición y la fotografía para contar historias, sobre todo si se inscriben en el Género H.
La época es a principios del año 2000 y nada parece salirle bien al joven protagonista que quiere patinar, pero no puede, desea besar a Madi (Mahaela Park) y le gana la timidez, la angustia parece carcomerlo y lo vuelve introspectivo, a veces renegado, malcriado.