Andrés Manuel López Obrador ha vuelto a colocarse en el centro del debate nacional con sus declaraciones sobre un eventual regreso a la vida pública. El expresidente aseguró que sólo volvería si la democracia está en riesgo, si la Presidenta Claudia Sheinbaum es atacada o si la soberanía nacional se ve amenazada. La frase suena épica, pero detrás de ella se esconde una contradicción que no puede pasar desapercibida: el mismo hombre que se presenta como guardián de la democracia fue quien, desde Palacio Nacional, debilitó los contrapesos y redujo los equilibrios entre los Poderes de la República.
El contraste es brutal. El AMLO candidato prometía respeto a la pluralidad, instituciones fuertes y un combate frontal a la corrupción. El AMLO presidente, en cambio, ordenó reformar 475 artículos de diferentes leyes en una sola noche, exigió públicamente que a sus iniciativas “no se les cambie ni una coma” y convirtió al Congreso en una oficialía de partes. La democracia que dice defender se redujo a la obediencia legislativa y a la concentración de poder en el Ejecutivo.
Los megaproyectos son otro ejemplo de la distancia entre discurso y realidad. El Tren Maya, presupuestado en 150 mil millones de pesos, terminó costando más de 500 mil millones. La refinería Dos Bocas, anunciada en ocho mil millones de dólares, se disparó hasta los 20 mil millones. El Aeropuerto Felipe Ángeles, presentado como obra austera, superó los 116 mil millones de pesos, más el costo de cancelar el NAIM. La narrativa de austeridad se convirtió en sobrecostos históricos que hipotecan el futuro.
El caso Segalmex es quizá el golpe más duro a la credibilidad del proyecto. Creado para garantizar alimentos básicos, se transformó en un fraude multimillonario con irregularidades por más de 15 mil millones de pesos. Empresas fantasma, contratos inflados y desvíos de recursos, exhibieron que la corrupción no desapareció, solo cambió de nombre. Los altos mandos cercanos a AMLO, como Ignacio Ovalle, siguen sin sentencia, mientras decenas de funcionarios menores cargan con la responsabilidad.
A esto se suman los señalamientos de vínculos entre gobiernos de Morena y el narcotráfico. En Tamaulipas, Américo Villarreal ha sido acusado de nexos con operadores del Cártel del Noreste. En Sinaloa, Rubén Rocha Moya enfrenta cuestionamientos por su cercanía con Los Chapitos. En Sonora, Alfonso Durazo carga con el recuerdo del “Culiacanazo” y los pactos informales con el crimen organizado. Incluso en Baja California, la gobernadora Marina del Pilar Avila ha sido mencionada en narcomantas que sugieren acuerdos con grupos criminales.
La sombra también alcanza a la familia presidencial. Los hijos de AMLO han sido señalados en investigaciones sobre huachicol fiscal y negocios opacos. José Ramón López Beltrán, protagonizó el escándalo de la “Casa Gris” en Houston, símbolo de los privilegios que contradicen la austeridad republicana. Gonzalo y Andrés Manuel López Beltrán, han sido vinculados a contratos y beneficios en obras públicas. El círculo íntimo del presidente, lejos de ser ejemplo de honestidad, se convirtió en un foco de sospechas.
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En este contexto, resulta paradójico que AMLO hable de defender a la Presidenta Sheinbaum. Porque quienes más la han debilitado no son sus adversarios externos, sino sus propios compañeros de partido. El senador Adán Augusto López, considerado “hermano político” del expresidente, ha sido quien públicamente la contradice y la exhibe. La fallida candidatura de una persona cercana a Sheinbaum para presidir la CNDH mostró que ni siquiera controla los espacios que deberían respaldarla.
La democracia que AMLO dice proteger no es la de instituciones autónomas y poderes equilibrados, sino la de mayorías disciplinadas y lealtades personales. Su regreso, en caso de darse, no sería para salvar a la República, sino para preservar un proyecto político marcado por sobrecostos, fraudes y vínculos turbios.
El guardián de la democracia debilitó la democracia. El líder que prometió acabar con la corrupción dejó tras de sí el fraude de Segalmex. El presidente que habló de austeridad construyó megaproyectos con sobrecostos históricos. El hombre que se presenta como defensor de la soberanía permitió que sus gobiernos fueran señalados por nexos con el narco.
Hoy, cuando amenaza con volver si la democracia está en riesgo, lo que realmente defiende no es la República ni a la Presidenta, sino su legado personal y la lealtad de quienes jalan por su lado. La contradicción está a la vista: el AMLO candidato y el AMLO presidente son dos figuras distintas. Y en esa distancia se juega el futuro de México.
El autor es presidente del Centro de Estudios y Proyectos para la Frontera Norte “Ing. Heberto Castillo Martínez” A.C.
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