Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière se atrevieron a adaptar la monumental novela de Alexandre Dumas para contar de nuevo esta historia con una narrativa ágil, siempre emocionante, estupendamente actuada con un elenco muy atractivo, un diseño de producción insuperable, al igual que la cinematografía, el vestuario, la banda sonora.
Sólo así, con esa perfección en su conjunto, nos trasladamos a Francia, 1815, cuando Napoleón está en el exilio en la isla de Elba y cualquiera que pueda ser su aliado, hasta en su más mínima expresión, no vivía para contarlo.
En ese contexto, Edmond Dantès (Pierre Niney), un marino a bordo del Faraón, arriesga su vida para salvar a una náufraga que lleva una carta de Napoleón.
El capitán del navío lo detiene por desafiar su orden de dejar a la mujer a la deriva, pero esto resulta en su contra. El capitán es despedido y Edmond toma su lugar. La sed de venganza ahí brota y la oportunidad se da cuando, en contubernio con un hombre que desea a la prometida de Edmond, le plantan la carta y lo acusan de traición, arrestándolo el día de su boda.
Así este personaje es condenado al castillo de If, en el que pasa 14 años, de donde logra escapar gracias a la sabiduría del Abad, quien le habla de un tesoro de los templarios que, al encontrarlo, le dará la oportunidad de empezar de nuevo su vida. Su consejo es que no busque venganza.
Por supuesto, Edmond no sigue la recomendación. Vuelve a donde se quedó, convertido en un hombre refinado, educado, que se autonombra el conde de Montecristo, pero que en la sombra estudia a sus enemigos, los que lo privaron de la libertad y del amor por tantos años.
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En el proceso hay un dinamismo en la manera de recrear este clásico que funciona de la mejor manera, logrando una pieza de entretenimiento puro con el final que se respeta y, por tanto, se agradece. ****
Punto final.- Vienen buenas películas de horror.